En vísperas de San Valentín me escribió un lector septuagenario: una dolencia en una pierna le llevó a tomar antibioticosy hacer reposo, pero este 14 de febrero era especial para él, quería rendir honor a un momento glorioso de su vida, cuatro décadas atrás, y casi pedía mi permiso para sucumbir a la ilusión de hacer el amor ese día.
¿Por qué a mí y no a su médico? La visibilidad de los medios, supongo; el cuarto de siglo estudiando y divulgando el tema; el karma… Tal vez estuvo en el cine la noche en que defendí en el Proyecto Delta el erotismo a cualquieredad, y expliqué la técnica de la penetración suave, eficaz recurso para huir del falocentrismo, como ya narré en este mismo espacio.
No importa la razón de su pregunta: de buena voluntad respondí que sí podría entregarse a sus deseos, siempre que no lo hiciera de pie (por su dolencia,obvio), y hasta le sugerí consumir jengibre para ayudar a su circulación y a su ánimo de lidiar con la gravedad física, aun cuando la laxitud no es tan dramática como creen muchos hombres dependientes de su erección.
Los años pasan, sí, / la vida no; / El mundo estalla hermoso alrededor. / Si el corazón mortal / me deja de latir, / en ese instante hay quien saltó a vivir…
De esa simpática consulta hablé en el grupo Orejas (sin detalles, por supuesto) y tal como esperaba, generóemojis de sorpresa o espanto, reacciónque ya vi en peñas y talleres dedicadosal tema del sexo en la tercera edad, eincluso en charlas sobre el asunto en cátedras del adulto mayor como la de Alamar, Sancti Spíritus y Holguín.
No sé por qué cuesta tanto trabajo aceptar que el erotismo es parte denuestra naturaleza hasta el final de lavida, y el escarceo entre cuerpos quevibran con similares ganas no estásujeto a las potencialidades de unórgano para erectar o de una cavidadpara humedecerse… que tampoco sonpremios imposibles si hay voluntad en laenvoltura sagrada del deseo.
Los años pasan, sí, / El fuego no: / El fuego volverá en los hijos del sol. / Si el pecho se apagó, / por un soplo senil,/ El gran incendio acudirá en cien mil…
Hablo como depositaria de muchas confesiones, claro, pero también por experiencia propia, y no me da pena decir cuan disfrutables resultaron ciertas jornadas con alguien que alcanzó las siete décadas sin renunciar al fuegode la creatividad y el entusiasmo.
De hecho, hubo momentos más divertidos e intensos con él que con otros hombres en plenitud física, incapaces de abrir elgrifo de mi fluido paraíso, a pesar de las mañas y la paciencia tántrica que logré cultivar en esas lides.
Hay quien precisa una canción de amor; /hay quien precisa un canto de amistad; /hay quien precisa remontarse al sol /para cantar / la mayor libertad…
Cuando un sexalescente decide mantener vivo el fuego de su entrega (y cada vez son más frecuentes), confía más en su entusiasmo que en los fármacos, y apela a su autoestima para que la experiencia sea todo un viaje al placer old fashion, con o sin erección, porque su ser abarca más que unos centímetros.
Claro que un amante de la tercera edad no tiene la pujanza de un joven o la turgencia sostenida de un medio tiempo , pero sus artes pueden ser más refinadas y su entusiasmo fabuloso, con un flexible brío para acariciar alma y piel sin tanta prisa.
Hay quien precisa una canción de paz; /Hay quien precisa el canto de un fusil; / Hay quien precisa una evidencia más /para tener / la razón de vivir…
Si se cultiva el don de la caricia oportuna y se disfruta el cuerpo propio y ajeno sin límites ni tapujos, el sexo puede ser como esas canciones de Silvio que no pierden su virtud y capacidad dellevarnos a volar, tengan el tiempo que tengan.
Porque los años pasan, sí, pero la vida no termina mientras no te despidas de ella. Lo bello está, y siempre puedes acceder a él través del recuerdo y los sentidos . Lo bello está invitando a irlo a tomar, sin prisas ni estereotipos, con madurez e inocencia renovada en cada encuentro, con el soplo de vida reposada y satisfecha del que aún ningún joven puede alardear.
En cambio, si el sueño envejeció, / fue triste para él: /Lo bello nunca más será de aquel…
Los años pasan, sí, pero el poder arrasador del fuego erótico, su práctica restauradora y plena de simbolismos… ¡Ah, queridos! Esa depende totalmente de tus ganas y tu creatividad para mantenerse ardiente.
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