//

miércoles, 27 de noviembre de 2024

Lucy, nuestra tataratatara…

¿Cuánto del genuino legado africano llevamos fuera y dentro de nuestras cabezas?...

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 28/07/2022
0 comentarios
Intimidades-28 de Julio-2022
Lo que se hereda no se hurta, decían las abuelas. (Jorge Sánchez Armas / Cubahora)

¿Qué les gusta más, las teorías o las conspiraciones? Esta crónica va un poco de las dos, porque la intimidad a develar empieza unos tres millones de años atrás.

Como personas cultas, deben saber quién es Lucy y por qué le debemos gratitud. A ella y a los Beatles, pues cuando el afortunado team franco-estadounidense analizó sus intrigantes huesos, sonaba Lucy in the sky with diamonds en una casetera y ese fue el primer apodo para la australopithecus afarensis.

Si no lo saben, gugleen Lucy + África + origen y entérense del gran suceso del 24 de noviembre de 1974. Solo aclaro que aquel antiguo y cuasi completo ejemplar de nuestros ancestros no estaba en el cielo con diamantes, sino en un emplazamiento a 159 km de Adis Abeba, la capital de Etiopía, y cerca de ella encontraron después huesos de otros individuos, incluso niños.

O sea, que la Eva de la ciencia moderna es africana, y gracias a ella se especula ¡que todos somos afrodescendientes! Dicen que por ahí inició la diáspora hacia otros territorios, teoría aventurada hace casi un siglo, con el descubrimiento del llamado Niño de Taung, pero a los dueños materiales e inmateriales del mundo les pareció de mal gusto relegar a Asia y Europa del trono biológico y no había en esa época redes virtuales para llevarles la contraria.

Volviendo a Lucy, se presume que era una moza de entre 12 y 20 años. Vivía en un grupo polígamo y caminaba erguida, aunque sus largos y poderosos brazos prueban que no había perdido el hábito de usar el transporte público de entonces (lianas de árboles). También se sospecha que murió de una caída (¿error de parada tal vez?) y se calculó su altura en 1,10 metros, así que Taymi, Yary, Clau, Yamilec y otras liliputienses del grupo Senti2, ya saben de dónde viene su predisposición…

¡O no! porque Lucy es también la tataratatara de Jorge, Jaime y Rodin, con sus más de 180 centímetros cada uno, y de otros ejemplares famosos como Robert Wadlow (2,78 metros) o anónimos como el chico que pasa con su caballo por mi cuadra, al que un día pregunté detalles porque mi intriga era más grande que su pie, ¡y resulta que mide dos metros y calza el 53!

Hablo de tamaños y la mente viaja a las conspiraciones, que son la sal y la pimienta de toda civilización humana. Empiezo por lo elemental: ¿a quién culpar por la variedad de formas, colores, texturas, olores y carácter que exhibimos los homo sapiens sapiens, si venimos de un tronco genético común?

Pues ¡al sexo!, claro está. Y a la comida… ¿Qué más tiene tanto poder para crear, diferenciar, recombinar, desechar... y divertirnos durante todo el proceso?

«Lo que se hereda no se hurta», decían mis a abuelas, y la ciencia ampara esa afirmación. Pero lo que se hereda a veces se esconde en el ADN dormido y la gente anhela exhibirlo, al punto de mortificar el cuerpo y el espíritu para hacer fluir sus opuestos: vientre de lavadero a base de silicona para quien pasa horas en una oficina; delgadez extrema por bulimia en chicas pechugonas; tacones de 15 sufridos centímetros de mal acero; keratina para lacear el pelo ¡y viceversa!

Tengo amigas que para lucir siempre arregladas duermen con rolos puestos, incluso cuando tienen acompañante, y de verdad no entiendo cómo lo logran. Las dos o tres veces que me dio por ponerme papelillos lo pagué con migraña y ojeras porque era imposible acomodar esa cabeza de medusa en la almohada.

¡Y qué contar del cold wave u onda fría! Mi estreno fue a manos de mi primera suegra, y lo hizo bajo protesta porque mi pelo natural le gustaba más. La segunda vez fue en Praga, y aunque el producto era menos apestoso el suplicio fue similar. En la tercera se sumó la cháchara de una peluquería de barrio, donde los grandes temas son novelas, tarros o enfermedad.

Ese día me toco esperar tanto que mis pechos se cargaron y mi mama apareció en la puerta con el crío, que no paraba de llorar. Luego ella lloró mucho más por la crisis asmática que le provocó al lactante aquel ambiente de devaneos estéticos.

Minutos antes había leído una vieja revista que la peluquera dejó al alcance de sus clientas, y por primera vez supe cómo funcionaba el cold wave: destruye enlaces iónicos del cabello para alterar su estructura molecular, hasta que el producto neutralizador corta la metamorfosis y el infeliz queda en shock, manteniendo la forma que le dieron los huesillos previamente enrollados… Irónica metáfora de lo que significa moldear un hueso en el camino de la evolución.

¿Cómo empezó todo eso? ¿Quién conspiró para que los humanos, y en especial las humanas, nos sintamos infelices con nuestra aleatoria apariencia, fruto de millones de mezclas, al punto de cuidar más lo que va fuera de la cabeza que en su interior? ¿Cómo podemos discriminar y desear lo ajeno al mismo tiempo? 

En cuanto a Lucy, aclaro que en términos lingüísticos después de la tatarabuela vienen las choznas, pero ese vocablo suena a chusma, o a chisme… y eso me recuerda ciertas peluquerías a las que un buen día decidí no volver jamás. 


Compartir

Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...


Deja tu comentario

Condición de protección de datos