¿Te pasa que a veces sabes lo que quieres hacer, o necesitas hacer (es más: ¡debes hacer!), pero te falla el motor de arranque? Sí sabes, quieres y puedes, y aún así no das el primer paso.
Hasta que una chispa externa te sacude, tus neuronas iluminan el camino y el milagro de la creación se desarrolla ante ti, o fluye a través de ti, y no puedes (ni te hace falta) explicarlo.
Mientras no llega esa inspiración, te dedicas a procrastinar (feo hábito, peor palabra) y apenas miras de reojo al asunto importante, dejándote seducir por otros “pendientes” que antes pospusiste.
O suena la alarma del celular y tienes que soltar el resto de las madejas: dejar de estirar la sutil pereza y empezar a resolver lo prioritario, a ver si la inspiración te sorprende trabajando. (Como cuando tu pareja te mira y tú no estás pa’ cosas, pero un besito aquí y una cosquillita allá encienden el primer chakra).
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Eso en sánscrito se llama alasya, y desde hace varios meses me está pasando con las crónicas, la tesis, la limpieza, las mascotas, las clases de yoga y hasta con el sexo. Sí: ese real, palpable, rico y necesario. (El de eh/sí/uy/sí/sí/ ah/ahhhh), y no voy a esconderlo, porque a ustedes les debe haber pasado alguna vez lo mismo.
Mi mamá (y mucha gente) dice que estoy metida en demasiados rollos y es imposible armonizarlos todos. Que ando con más pompas que una lavadora cuando echas el primer puñado de detergente...
¿Y? Tampoco en eso pudiera mentirles: vivir a lo “simple” no es mi receta para la felicidad (ni la de ella tampoco, si a mi edad, hasta karate y teatro hacía). ¿Acaso no hay muchos seres en este mundo haciendo un montón de cosas y la mayoría les sale bien?
En Occidente se (mal)vive con el perenne afán de ganar más dinero y posición. El impulso detrás de eso es un “luego descanso a todo lujo”: una limosna de ocio desenfrenado antes de regresar al círculo de buscar más dinero en un mar de tareas que tal vez no disfrutas hacer. Sexo incluido, porque las estadísticas lo prueban.
Pero no es el único modo de vivir. En otras culturas menos egoístas, el secreto es vivir para servir a los demás. Así la inspiración fluye con mayor frecuencia y naturalidad. Si algo te pone a correr o te quita el sueño, el placer posterior es más cercano, frecuente, sorpresivo... Como cuando un zunzún decide mudarse a tu jardín.
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Tengo muchas burbujas interactuando en mi existencia, es cierto. Pero soy buena jugando damas chinas en partidos contra mimisma sin perder la estrategia ni hacer trampas. Aunque el tablero parezca un caos, yo sé siempre qué bola priorizar en cada jugada y cómo “competir” sin favoritismos ni discriminaciones.
Llevando eso a la vida real, no me da miedo explorar nuevos modos de contemplar el mundo. Subir en un globo multicolor y manejar el viento cuando el viento crea manejarme a mí. Las reglas son sencillas: respirar sin agobio, mantener la capacidad de reír con asombro y recordar la opción de soltar lastre (sin apego) cuando haga falta subir, y desinflarse cuando quieras bajar.
Ya sé, casi acabo la crónica y aún no te explico el titulito en japonés. Resumido, Ikigai significa “razón de vida” y responde a las múltiples esferas en que nos movemos: lo que amas, lo que puedes hacer, lo que puedes cobrar y lo que el mundo necesita.
Lo leí hace tiempo de otro modo, desde otra cosmovisión y me gustó. Pero esta mañana cayó en mi correo de la mano de Susana, la gurú de Escríbete, y entendí varias cosas sobre mis elecciones vitales.
Una de ellas, que no puedo seguir guardando para mí el placer de leer a esta joven colega sin compartirla con ustedes, porque sus mensajes diarios han sido la chispa inicial de muchas de mis acciones desde hace algunos meses.
Cada día Susana ofrece una joyita a sus lectores de mail (una vía más íntima, dice ella); un divertido consejo para ayudarte a crecer en tus emprendimientos, y esas cápsulas vienen escritas de tal manera que es imposible leer sin sonreír.
Ella no suele repetir sus correos, pero me atrevo a comprometerla para que les envíe a ustedes el de esta mañana sobre el Ikigai, y no me sorprendería si se quedan enganchados con el resto de sus ocurrencias.
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Desempolven su gmail, o su nauta, y a susana@escribete.com pregúntenle qué pasa cuando esas cuatro esferas esenciales se encuentran, y cómo identificar lo que te lleva a cada una de ellas. O a su punto de unión, que es lo mejor de todo.
Hoy yo lo tengo más claro (aunque de lejos parezca más confuso), y si mi mamá pelea, es porque no recuerda lo hermoso de vivir en un caótico tablero de damas chinas.
Jorge sí sabe, y lo amo más por eso. Y mi hijo...Bueno. Su historia epifánica sobre las esferas no interactuantes y el asunto del ancho de las piezas de un transbordador espacial tendré que contártelos otro día. Cuando estés listo, o lista, para entender la causa de muchos sufrimientos.
Carmen
16/4/23 20:06
Me encantó leer ese artículo q usted escribió, de hecho muy interesante para remover las neuronas y déjanos de ser nativos digital, o estar mirando las vitrinas de intrenet jjjj gracias por sus acercamiento intelectuales
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