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miércoles, 27 de noviembre de 2024

De orgasmos y estremecimientos

Ah, la epilepsia y los estigmas; el sexo, la sorpresa y los temores…

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 13/02/2024
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Molestando al vecino
El paroxismo del buen sexo me podía llevar a una convulsión o a un estado de ausencia temporal. (Jorge Sánchez Armas / Cubahora)

“Después de ocho segundos ya no es orgasmo: es un ataque de epilepsia”. Esa solía ser una de mis primeras frases cuando empezaba una relación erótica.

Lo hacía a modo de relax inicial, porque algunos pagaban caro con su ego esa tensión de “Uy, sexo con la experta…”, algo bien ridículo, a mi ver, porque mi experticia reconocida era la mediática. No es que fuera mojigata en la práctica, pero eso no tenían cómo saberlo por adelantado.

Experta es una profesional del sexo o una artista porno, y quienes pagan por solazarse con ellas (en vivo o pantalla mediante) no van con tantos miedos a su encuentro, ¿verdad?      

Pero estoy desvariando: el asunto es que lo advertía en broma, pero también para introducir el tema de los primeros auxilios y conjurar las sorpresas, porque según fuera la intensidad del encuentro, el paroxismo del buen sexo me podía llevar a una convulsión o a un estado de ausencia temporal.

Ya saben: en las relaciones nuevas la gente suele pasarse de rosca con la gimnasia de colchón, y si los tipos no están acostumbrados a las potencialidades de una mujer multiorgásmica, a esa hora quieren experimentar más adrenalina que si les regalas un Atari de última generación.

Ah, pero cuando se dan cuenta de que ciertos estremecimientos son involuntarios o el desmayo posterior tarda más que una fase posorgásmica habitual, ahí es donde “la mona no carga al hijo”, como dice Jorge, a menos que sea “un caballero de pantalones bien puestos”, según frase de mi madre… y a esa altura ¡ninguno tiene pantalones, si vamos bien!

Las reacciones pueden ser muy variadas, y hasta peligrosas. Algunos probaron a meter el dichoso dedo en la boca por aquello de la lengua tragada (lo cual es más mito que otra cosa), y terminaron afectándome los pobres incisivos.

Uno saltó de hinojos a gritar “¡Dios existe!” (aunque su cara mostraba un miedo atribuible a la antítesis del benefactor), mientras yo me hacía un chichón en la nuca de los muchos cabezazos contra el respaldar de su cama.

Otros me lanzaron agua ¡y hasta cerveza fría! a la cara, o me la enrojecieron a cachetadas, creyendo que lo importante era hacerme “volver en mí”, en lugar de dejar descansar mi sistema nervioso un ratico (del sexo también).  

Los más desvergonzados (¿o ignorantes? no sé…) aprovecharon las contorsiones involuntarias para “montar la ola” en un estilo medio tántrico, y uno me dejó sola en la habitación y corrió a buscar ayuda, que por suerte no apareció, porque luego entendió la situación ridícula a la que me exponía.

En fin, que un buen día decidí dejar a un lado la vergüenza histórica asociada a esa condición, y entre fingir para mantenerme en zona segura o revelar mi secreto y anticipar instrucciones opté por lo segundo. Así cuidaba mi salud sin renunciar al placer.

La lección era clara: sea el primero o el decimoquinto de la noche, si los estremecimientos duran mucho ya no es orgasmo y toca portarse bien machito: observa sin perder la compostura, acomódame de medio lado con las vías respiratorias libres y arrópame para soportar el bajón de temperatura corporal.

Lo ideal es que me abraces por la espalda y me acaricies la frente, me digas frases suaves y respires sobre mi hombro de modo acompasado, hasta que sincronice con ese latido reparador… pero eso solo lo hicieron dos o tres amantes con un familiar epiléptico y auténtica vocación para proteger. 

Les cuento todo esto porque ayer fue el Día Mundial de la Epilepsia, una enfermedad estigmatizada por siglos, a veces escondida como si se tratara de un bochorno (una tara familiar, como en mi caso), no siempre entendida por la ciencia moderna, pues hay mucho por explorar para ofrecer tratamientos menos invalidantes (yo uso yoga, no pastillas).

Jorge se asoma a la PC: “¿Por qué no escribes sobre el 14 de febrero?” Y sí, estoy clara de su cercanía, pero confiar en alguien en el único momento de la vida en que no puedo cuidar de mí misma es la gran prueba de amor, y él lo sabe muy bien.

También pudiera hablar del Día de la Radio, que es hoy (felicidades a los oyentes de Oasis de Domingo), pero lo dejo para más adelante porque nuestro segmento cumplirá diez años en diciembre…

Y lo de amores difíciles, el metatema del mes, lo dejo para después de la peña y así cuento lo que compartan los participantes del reestreno de ese espacio en su nueva sede (miércoles 21, 5:00 p.m. en el Muelle de luz, Habana Vieja), luego de algún tiempo de involuntaria lejanía… ¿Vendrás?


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Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...


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