Andar a pie

Hubo un tiempo en que con cinco centavos no convertibles, actualmente llamados CUP, en la capital de todos los cubanos podía recorrerse en un ómnibus decenas de kilómetros, o si se quiere medir en tiempo, pudiera decirse que casi una hora.

Así era todavía en la década de los 70, cuando la fallida Zafra de los Diez Millones no aportó los recursos necesarios, y hubo momentos de estrechez que, al recordar y comparar con el presente, no pocos decían: nada está tan malo que no se pueda poner peor.

Aunque había abundante cantidad de quejosos sobre el déficit de equipos de transportación, lo cierto es que rebasaban con creces las cantidades actuales, aunque la población del momento era inferior a la de estos años, a pesar de la explosión demográfica de esa etapa.

Hubo circunstancias que permitieron elevar la cifra de lo que en México llaman camión, que son los ómnibus denominados guaguas en Cuba, y que inspiraron a Carlos Ruíz de la Tejera para hacer reír —hasta a los que lo padecían— con los avatares de abordar tales vehículos en el horario de mayor demanda. Si bien existía la magia de que cuando el medio de transporte parecía haber llegado al límite, volvía a cargar otra cifra impresionante de viajeros, a los cuales el humorista denominaba guaguanautas.

En ese entonces, al entrevistar a un funcionario de la dirección de transportación en la antigua provincia de Las Villas, decía que el asunto no tenía solución porque mientras más guaguas ponía, mayor era el número de pasajeros.

“La gente viaja por gusto, sin necesidad”, decía como conclusión a sus razonamientos. Casi me tenía convencido cuando avanzaba en sus argumentaciones y aludía a las solicitudes de paradas y calles por las que circulaban las rutas.

Aunque no tomé nota en aquel entonces, recuerdo sus palabras: “Todo el mundo quiere que la guagua pase cerca de donde vive, y eso no puede ser porque desorganiza la planificación. Nadie quiere ir a pie. Y en La Habana es peor: hasta por dos o tres cuadras la gente quiere que lo lleven en guagua. Todo el mundo pide que la parada le quede cerca, lo mismo cuando va como cuando viene de regreso”.

Hizo silencio. No recuerdo exactamente sus palabras, pero se refería a un número insignificante de familias que se quejaban porque en la puerta de entrada de sus casas le habían colocado una parada de ómnibus. Aunque con unos pocos pasos podían abordar la guagua, sufrían los inconvenientes de un grupo de personas sentadas o recostadas a la puerta, el bullicio, los desperdicios que arrojaban en los portales y, por supuesto, se incluían también orine y heces fecales.

Le hice una última pregunta que quedó sin respuesta, o mejor dicho, contestó con una sonrisa, se rascó la cabeza y me despidió amablemente con la promesa de volver a recibirme si requería algo más para el reportaje.

—Dices que la gente no está viajando por necesidad, sino por gusto. ¿Y satisfacer el gusto de pasear no es también una necesidad? ¿O es que la necesidad es solo salir a resolver problemas?