//

sábado, 23 de noviembre de 2024

¿Por qué la Industria no enlata al Jazz? (I)

Hicieron sus cálculos y no lo encontraron  pertinente, como herramienta de dominación,  ni de amoldamiento...

José Ángel Téllez Villalón
en Exclusivo 07/02/2023
0 comentarios
La diva del jazz  Nina Simone
“El jazz no es solo música; es una forma de vida, una forma de ser, una forma de pensar”, defendía la diva del jazz Nina Simone (Tomada Pikara Magazine).

¿Por qué la Industria no enlata al Jazz?, me he preguntado varias veces, inmerso en ese infinito océano de sensaciones. Y no es que me preocupe  que lo hagan, como temiese en la década del 40 el filósofo alemán Theodor Adorno. Las elites ya  hicieron sus cálculos y no lo encontraron  pertinente como herramienta de dominación,  ni de amoldamiento.

Que no haya sucumbido a la “reproducción mecánica” se lo debemos a sus más fieles y consecuentes cultivadores,  que no  perdiera su esencia expresiva y lírica, un arte preponderantemente espontáneo  en sus formas y manifestaciones. Lo salvaron de la estandarización “fordista”, por su aferrarse a la improvisación y a la liberación constante. Pues como aclaraba Julio Cortázar, “las sumisiones del jazzman  carecen de la obligada servilidad del concertista clásico. Rechazan las reglas  impuestas, se proyectan al mundo para armonizar ese universo aparentemente caótico, con esa pasión compartida  por los  sonidos del alma”.

Según resaltó el historiador Eric Hobsbawm: “El jazz maduro (a partir del estilo bebop) no mostraba ningún interés por conquistar un público numeroso. Existía un implícito rechazo a la popularidad. Rechazar el éxito (excepto si éste se ajusta a las condiciones inflexibles que pone el artista) es una actitud característica de la vanguardia, y en el jazz, que siempre ha vivido del cliente que paga, las concesiones a la taquilla parecían especialmente peligrosas para el intérprete que aspiraba a la condición de artista”.

“El jazz no es solo música; es una forma de vida, una forma de ser, una forma de pensar”, defendía  la diva del jazz  y luchadora por los derechos civiles Nina Simone. Ella, con su espíritu libre y aventurero, componía letras eclécticas que no se sujetaban a ningún paradigma de la época, con los temas más urgentes de su gente  y con una valoración filosófica de fondo. Más que canciones compartía  estado de ánimos, con ese  lenguaje de las emociones que es el jazz. "Te digo lo que es la libertad para mí: no tener miedo", afirmaba.

“Cuando nació el bebop era la voz de la América negra. Los estadounidenses negros exigían libertad y el jazz lo expresó mucho mejor que las palabras. Charlie Bird Parker tocaba Now’s the Time insistiendo en que había llegado el momento del cambio social. Charles Mingus compuso Fable of Faubus (1959) en respuesta al racismo de gobernador de Arkansas, Orval Faubus. John Coltrane grabó Alabama después de que cuatro muchachas negras muriesen al explotar una bomba en una iglesia de Birmingham. Cuando Martin Luther King inició su campaña a favor de los derechos civiles, toda la comunidad del jazz, blancos y negros, lo apoyó sin fisuras”. Así resumió la esencia emancipadora del jazz, su apasionado  cultivador  y activista de izquierda Gilad Atzmon.

Otros géneros resultaron más maleables  y más fáciles de enlatar. En contubernio con ciertos intérpretes más habidos en ser famosos” que en crear, convertidos, finalmente, en monigotes  de la Industria, en los  más efectivos instrumentos de las élites capitalistas para hacer dominantes ciertas racionalidades y narrativas. Como vitrinas andantes para producir  consumidores,  en su justa medida.

Como advirtió David Hesmondhalgh, la juventud mainstream está más inclinada a entrar y salir en la piscina de la música popular, que a sumergirse en ella. Lo importante es lucir la  trusa, que hizo “valiosa” una celebridad prefabricada por las disqueras. Una figura y una marca que terminan siendo más valiosas que la propia música que socializan.

Pasa, como dice  Herbie Hancock,  que “la gente ya no se preocupa por la música misma, sino por quién hace la música. El público está más interesado en las celebridades y en cómo cierto artista es más famoso que la música”.

Entre los cinco grandes procesos, cual planteara Canclini,  que definen la escena sociocultural actual está el pasaje  del ciudadano como representante de una opinión pública al ciudadano como consumidor.  Esto, junto a una  redefinición del sentido de pertenencia, organizado cada vez menos por lealtades locales o nacionales y más por la participación en comunidades trasnacionales desterritorrializadas. Con el consumo de determinados objetos o marcas se emiten señales de distinción, o de pertenencia a una “aldea global”;  el consumo ha adquirido nuevas funciones simbólicas.  De tal modo, referentes tradicionales de  identidad como el lenguaje, los bailes o los trajes típicos,   son sustituidos por etiquetas  y mensajes  que  colocan los sujetos en una órbita trasnacional, que  los homogeniza. Como las músicas que re-producen  en  sus móviles.

Los  jóvenes habaneros  se parecen más a los de  Miami que a los de Baracoa. El changuí o la rumba es cosa de viejos  o de cheos, aunque se despeloten con los patrones sincopados  que evolucionaron con estos géneros seculares.

No se opta  por  el cultivo de ciudadanos  virtuosos sino por  la producción y reproducción de consumidores autómatas.  No se invierte  en su (in)formación sino en su  enajenación, no  en  la transculturación sino en la aculturación simplificadora y excluyente, en  la banalización de las reales complejidades del mundo. La deriva es hacia las pieles, con sus marcas de lo  aparentemente novedoso.

Se apuesta a la “popizacion” de todo, hasta  de la sensibilidad. Se invade  hasta lo preconsciente para que todos bailen al ritmo que imponen los mandamases del show business.  Para viralizar los coros que propalan, para reproducir el tipo de sociedad que les interesa y conviene, la sociedad estructurada y estabilizada desde el valor de cambio. Para ello, hace falta una música más pegajosa y menos singular, más pop, enlatada.

Más del “Globo” que local, con “identidades corporativas” que como apuntó Naomi Klein, son “radicalmente individualistas y perpetuamente nuevas”, solo para  ocultar que lo que  están vendiendo es una sola cosa y la misma.

Hasta el mimo reggaetón, por arrastrar los signos de  sus orígenes jamaicanos, panameños y boricuas. De ahí  eso  el abuso de la etiqueta “urbana” y la mayor promoción de su variantes “poperas”. Como bien señalara El Chombo en un polémico  video en el que anunció el fin del género.


Compartir

José Ángel Téllez Villalón

Periodista cultural


Deja tu comentario

Condición de protección de datos