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jueves, 30 de enero de 2025

Martí y la brotación del jazz

Hay una másica enlatada y otra sin bridas…

José Ángel Téllez Villalón
en Exclusivo 30/01/2025
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Martí y la brotación del jazz
De esta música vigorosa, que hermana y expande el espíritu, es paradigmático el jazz.

No es la burda  “tiradera” entre exponentes de la política, lo que suena percute más abajo. No es Petro/Sheinbaum vs Trump, es el cáncer imperialista  contra el “americanismo sano” que pide que “cada pueblo de América se desenvuelva con el albedrío y propio ejercicio necesario a la salud”, la de Bolívar y Martí, que ha luchado por siglos para no permitir que “con la cubierta del negocio o cualquier otra lo apague y cope un pueblo voraz e irreverente”.

A la vez, más al fondo, al nivel de las raíces, es la diputa entre dos nociones de libertad.Como lo vislumbró Martí, cuando al comparar la nuestra con la connotación europea, afirmó: “en América la libertad es una vigorosa brotación”.Para los fraternales herederos de Aspasia, la libertad no es una cuestión de límites sino de virtud, la libertad consiste en el dominio de nosotros mismos, de nuestra propia naturaleza y de la naturaleza exterior.

Bajo el esquema contrario todo es cuestión de cercas, fronteras, de pieles racializadas y estigmas para marcar y excluir, de escalas arbitrarias para estructurar jerarquías, para imponer la desigualdad de clases. Unos pocos sin stop alguno y para la restante mayoría todas las trabas posibles, físicas y simbólicas. En el discurso de unos de sus bandos, los límites sirven para balancear el poder; mientras los del otro vociferan sin pudor que únicamente con unos límites nítidos y contundentes se puede volver a ser grande otra vez.

El Trumpismo es la deriva fascista en tal ideolograma, el tercio excesivo que puja por ser el núcleo del american way of thinking y del american way of life.

Pugna que también se proyecta en el mundo de la música. Circula, con hegemonía, una música contenida en formatos o géneros, delineada con esquemas “clásicos” o “académicos” (centralizados en Europa), y orientadas por fórmulas de éxitos. Y persiste otra que brota, que germina del “jugo de la tierra y de las penas que ve, y de su idea propia y de su naturaleza”; vital narrativa sonora, espontánea y virtuosa, escapada de sujeciones y artificios.

Una música enlatada para la uniformización de los consumidores, para contenerlos en estratos  y cuadricularlos en segmentos del mercado. Frente a la otra sin bridas, expresión de la naturaleza humana, expansión de la  sensibilidad cultivada, la que germina para que todos dancen en el abrazo redondo de la emancipación colectiva.

De esta música vigorosa, que hermana  y expande el espíritu, es paradigmático el jazz. Con esa filosofía de la libertad que no desagua en el individualismo sino en el fluir compartido por un delta de imbricaciones. Y con ese encanto negro que ya se anunciaba en sus primeras brotaciones del jugo de las tierras sureñas y de las penas de los negros algodoneros. Cual lo supo apreciar Martí y registró en un texto publicado en Patria, el 27 de enero de 1894.

Esta reseña, como la que apareció en el New York Herald, describen uno de los incidentes “más notables de este o cualquier otro país”: la presentación en un lugar tan exclusivo como el Madison Square Garden de artistas que pertenecían  “a la raza de color”, y que resultó un espectáculo “sorprendente, nuevo,  satisfactorio”.

Y lo fue no solo por razones estéticas, por la calidad de su propuesta musical, porque los niños contaron “con lucimiento extraordinario”, porque “sus voces vibraron claras y finas”; sino también  por lo aleccionador  que resulta lo que hacía la filántropa Thurber.

“La señora Thurber cree que no basta con la emancipación del cuerpo; que cuanta ventajas pueda ofrecerse a un niño blanco, deben, en igualdad absoluta, ofrecerse a los  niños de cualquier otro color; y al señora Thurber tiene el valor de sus convicciones”, se destaca en el artículo.

Jeannette MeyersThurber, hija de Henry Meyers un violinista inmigrante de Copenhague, fue una mujer seminal en la promoción de ideas progresistas y humanistas en los Estados Unidos de entonces. Defendió los derechos de las mujeres, de las personas de color y de los discapacitados.

Entre las múltiples iniciativas culturales que tuvo a su cargo, la más significativa fue la fundación en 1885 del Conservatorio Nacional de Música  en New York.  Porque se propuso cultivar un “espíritu musical nacional”  y su carácter inclusivo. Con este enfoque atrajo a estudiantes de diversas razas y orígenes y fomentó la creación de una música nacional auténtica

Más adelante en la reseña se agradece al maestro Dvorack por  la dirección del espectáculo y por el “adelanto” de lo que ha venido proclamando, que “las melodías de los negros del Sur han de venir a ser la base de la música nacional futura”.

El compositor checo Antonín Dvorak fue una de las grandes personalidades que atrajo la Thurber a claustro de su Conservatorio. Llegó a la institución en 1892, por insistencia de la señora Thurber y allí impartió docencia hasta 1895.

Allí   conoció al estudiante afroamericano de 26 años Harry Burleigh que cantaba espirituales mientras fregaba pisos, para pagar su matrícula. El abuelo de Burleigh, conocido por su "voz excepcionalmente melodiosa", le había  enseñado viejas canciones de esclavos.

"Le cantaba nuestras canciones negras muy a menudo, y antes de que escribiera sus propios temas, se llenaba del espíritu de los antiguos espirituales", contó Burleigh. Dvořák, por su parte, expresó: "En las melodías negras de América descubro todo lo que se necesita para una gran y noble escuela de música".

De las llamadas "melodías negras" y de la música indígena americana, el músico  checo retomó la escala pentatónica, que aparece en algunos pasajes de su sinfonía "From the New World" y al comienzo de cada movimiento del Cuarteto de cuerdas "American". En la sinfonía, un tema de flauta se asemeja al espiritual "Swing Low, Sweet Chariot" que bien puede estar entre los que Burleigh cantó a Dvořák. Así logró atraer la atención sobre esta música marginada.

Lo afroamericano fue lo distinto del referido concierto, un repertorio que incluyó un coro de cantantes negros, de los cuales una parte integraba el Coro de St. Philip de la Iglesia Libre de igual nombre, la solista Matilda Sissieretta Joyner, más conocida como “La Patti negra” y el ya mencionado barítono Henry (Harry) Thacker Burleigh.

Aunque, para esta fecha, ni el blues, ni el jazz  existían como lo conocemos hoy, se estaban sentando las bases para su evolución; con orígenes en las canciones de trabajo y espirituales afroamericanos del sur del país, especialmente en el delta del Mississippi. Como expresiones de emociones profundas como la tristeza y la esperanza, “consecuencia de largas generaciones de esclavitud”.

A esta “raza musical” le debe Estados Unidos su identidad musical. Híbrida, de suculentas raíces africanas,  con ingredientes diversos que llevaron los inmigrantes, se constituye en la columna vertebral de la música popular moderna, del rhythm and blues  y del rock; cual avizoró Dvorak. Su emotivo estilo vocal y su estructura característica han sido la base de lo que musicalmente identifica al Imperio, hasta el sol de hoy. Lo reconozca o no el racista Trump.


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José Ángel Téllez Villalón

Periodista cultural


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