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sábado, 23 de noviembre de 2024

Encantos y apropiaciones de Disney  I

Se trata de  un filme  estadounidense aunque cuente la historia de una familia indígena zenú…

José Ángel Téllez Villalón
en Exclusivo 11/07/2023
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Encanto
Con Encanto, nos devuelven un toque de “realismo mágico”, pero en la misma senda de asimilación de lo “latino” iniciada con la visión colonizadora de Los tres caballeros.

Finalmente, pude ver Encanto, la producción 60 de la factoría Disney. Disfruté  el animado junto a mis niñas, por razones similares, y también distintas. Primariamente, por su visualidad y por su música, con personajes más cercanos a ellas mismas, fuera del palacio medieval y más al sur, más nuestroamericanos y mestizos, más bordados artesanales y menos joyas, más texturas y menos brillos.

En mi caso, me acompañó la suspicacia de que estaba frente a un filme  estadounidense aunque cuente la historia de una familia indígena zenú. Frente a otra  jugada multicultural y de sus más sutiles modos de encantar. Otra apropiación,  contextualizada al sur del Rio Grande por el  azar concurrente o las motivaciones  de dos de sus más exitosos creativos, pero dentro de los límites impuestos por los intereses corporativos  y , en últimas instancias,  imperiales. Producida por Disney, uno de los más poderosos instrumentos de la masificación  del cine. Una propuesta que combina  dos  de las  tres vertientes más representativas del cine  hollywoodense para la colonización y de suplantación  cultural, es un producto Disney  y un musical.


Aunque confieso que con este animado recreado en eje cafetalero de Colombia me pasó como  con Vivo de Netflix, contextualizado en su primera parte en La Habana. Esperaba una factura más  descarnadamente neocolonial y estereotipada.  Los dos emporios del entretenimiento  se han sabido acompañar de realizadores capaces de apropiarse o de representar mejor otras culturas. En ambos casos, por un  estadounidense de origen latino, que sabe, con innegable pericia,  masificar los sonidos locales sin que se le vea las costuras.

Me refiero  al  actor y dramaturgo, de ascendencia portorriqueña, Lin-Manuel Miranda; uno de los mayores referentes de Broadway  y una figura clave para articular esa nueva identidad de Disney, más sofisticada y globalizadora.

Miranda, ha vuelto a poner en evidencia su experticia técnica. Sabe muy  bien adaptar y compaginar los códigos, uno tan globalizado como el hip hop para aderezar géneros y estilos poderosamente idiosincráticos, como hizo con la salsa en In the Heights, la rumba  y bolero en Vivo, o con la cumbia en Encanto. En este caso, colaboró con exponentes  colombianos como Carlos Vives o Sebastián Yatra. Nos propone nuevas letras, sobre las mismas ruedas que se han probado funcionales, para enganchar.

Con Encanto, nos devuelven un toque de “realismo mágico”, pero en la misma senda  de  asimilación  de lo “latino” que se inicia con visión colonizadora de  Los tres caballeros, realizada  por la década del 40  del pasado siglo por el fundador del emporio.

Aquella  fue una mirada occidentalista y superficial, registro  de lo exótico y de los estereotipos de Brasil y México. Una  “asimilación de la otredad manteniéndola como ‘otra’, en tanto a ese pato Donald que viaja y descubre”. El filme de 1944, en efecto, giraba en torno a Donald recibiendo regalos de “sus amigos de Latinoamérica” y viajando cual turista junto al brasileño José Carioca y el mexicano Panchito Pistoles a localizaciones icónicas. “No es que la animación de lo regional se meta en el espacio del pato Donald, sino que él se mete en el espacio regional, fascinándose y siendo seducido por sus mujeres”, ha apuntado  Samuel Lagunas, crítico mexicano especializado en animación.


A Lagunas - como a mí- le gusta pensar en Disney como “el brazo cultural de la política estadounidense, y viéndolo así podemos entender cómo se ha transformado su relación con Latinoamérica. También cómo ha cambiado su representación en el cine”. Una relación entre  “eligidos” y “salvajes”, criticada en el libro  Para leer al pato Donald, publicado en Chile en 1972  y que firmaron Ariel Dorfman y Armand Mattelart. 

Sobre algunas metáforas de Cien años de soledad, la propuesta dirigida por Byron Howard y Jared Bush (Zootrópolis),  en asociación con la cubanoamericana Charise Castro-Smith, sustituye la historia familiar  de los Buendía, en Macondo,  por la  de los Madrigal, en Encanto. La maldición que condenaba a cada Buendía a la soledad deviene ahora en la posesión de un don por parte de cada uno de los Madrigal, todos menos  Maribel.

Esta mirada hacia lo “latino”, como el precedente más cercano de Coco, película de Pixar  (y de Disney) lanzada en 2017, se estructura en un contexto de globalización y  después de que una creciente migración latinoamericana hacia EEUU. que ha elevado su peso entre los  consumidores dentro del propio Imperio. Otra escalada de la ya mencionada “jugada” multicultural de estos imperios culturales,  convertidos  en “domesticadores de la diversidad social” y “maquinarias de asepsia cultural”,  al decir  del crítico mexicano quien nos advierte que  la “multiculturalidad no es una inclusión real de la otredad: es una inclusión de aquello que le conviene mantener a la cultura dominante estadounidense”.

Disney ha sacado experiencia de sus anteriores “blanqueamientos”, intentando representar etnias y manifestaciones autóctonas. No se aventuró a apropiaciones tan burdas como las que hiciera con el Rey León  o a “batidos” étnicos  y folclóricos  como con Moana o Elena de Avalo.

En su pretensión de  contar historias auténticas, Disney ha decido dejarse asesorar,  para representar personas de otras culturas, se hace acompañar con ellas. Así, fundaron la plataforma "Stories Matter", en la que la compañía no solo habla sobre el nuevo enfoque de la realización cinematográfica, sino también sobre viejos errores.

Para producir "Frozen II", Disney firmó un acuerdo con representantes de la población sami, cuya cultura sirvió de base para ambas películas. Con Encanto, para crear una mejor representación del pueblo zenú, los creadores trabajaron en estrecha colaboración con artistas y artesanos zenúes.

Un paso de avance, que indudablemente mejora el embalaje de la apropiación cultural, bajo el que se esconden sus intereses mercantiles. Y lo peor bajo el que se nos vende  la narrativa que más les conviene, manipulada,  diluida y libre de culpa.


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José Ángel Téllez Villalón

Periodista cultural


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