A hurtadillas se levanta en medio de la madrugada para no despertarnos —aunque no siempre lo logra—; se cerciora de que todavía continúa “seco”; lo acaricia, y vuelve a la cama grande. Ahora tiene el sueño más ligero, creo que algún resorte se activó desde el primer día y todavía no logramos descubrir cómo.
Canta nanas como nadie, aunque a veces improvise algún que otro fragmento; inventa travesuras que al nene le fascinan; abraza como un ángel; y besa como imagino lo haría cualquier padre.
Sigue adorando dormir un poco más en las mañanas, pero si el pequeño remolino despierta y exige su “¡lecheeeee papaaaaa, lecheeee!”, sale disparado a complacerlo… después ya no habrá momentos de sosiego en todo el día.
Juega al fútbol, a las carreras de autos, a convertirse en dinosaurio o en caballo galopante… y siempre, siempre, tiene tiempo, no importa cuán exhausto esté u ocupada permanezca su jornada.
Confieso que admiro irremediablemente al hombre que día a día me acompaña; horcón imprescindible en el hogar, abrazo tierno y protector de ese pequeño ángel que apenas ahora comienza a conjugar oraciones, pero ya adivina que Papá es una palabra mágica en su vocabulario, salvadora del más insospechado peligro u obstáculo.
En muchos escenarios, la doble jornada de trabajo de Mamá, al cumplirse el primer año de vida del infante, se transforma en incuestionable mérito, en paradigma de sacrificio y superación profesional, en clara muestra de cuánta madera de heroína oculta la delicadeza de su imagen. Es justo que así sea.
Pero lo cierto es que pocos espacios se hacen eco de la doble jornada de muchos padres, nacida al calor del primer contacto, justo en el principio de todos los principios. Y es que la doble jornada de Papá germinó en las madrugadas infinitas, con tomas de leche espaciadas apenas por tres horas; cólicos inconsolables a medianoche; o simples deseos de gorjear a las tres de la mañana… luego continúa sin reproches con la otra jornada en la oficina y las gestiones a deshoras, porque urge también buscar esto o aquello: malanga, yogurt… incluso culeros desechables.
Entonces llega a casa igualmente cansado, pero incansable al fin, reinventa fuerzas y deseos para volverse imprescindible en el día a día de su nene, servirle la comida o hacer juntos la guerra de agua fría en la hora del baño.
Todas las palmas para cada Papá que —al igual que el de mi hogar—, jamás ha perdido una consulta durante el embarazo o después del parto; abraza y besa sin complejos; acuna y arropa en las madrugas; conoce de extrañas enfermedades o sobre cómo contrarrestar un simple resfriado; y a la vez educa, confía… y castiga cuando es necesario.
Un padre de verdad no se hace, un padre de verdad nace desde el primer instante, no importan las distancias físicas, a veces inevitables, tampoco importan las carencias materiales. Un padre de verdad tiene sentimientos profundos y sinceros; siempre tiene tiempo, siempre tiene ganas… porque un padre de verdad, más que darnos la vida, es también, de alguna manera… la vida.
norma e iliana
19/6/17 16:55
Muy bonito el comentario , el papá que estas mencionando es un papá de verdad
Yaima
20/6/17 8:31
Gracias! Por suerte cada vez le nacen más padres así a la sociedad cubana :)
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