Yo debía haber amanecido con una crónica para Cubahora, pero he incumplido. Es mi primer fallo del año, como dicen los Van Van. Por un lado, tengo la mano derecha quemada por una croqueta que decidió explotar cuando la sacaba del sartén. El dedo pulgar y el índice están un poco chamuscados y me duelen al escribir. Tampoco he podido limpiar el primero de enero. Y eso sí es un incumplimiento mayúsculo, solo comparable con la zafra de los diez millones. De otro lado, quise esperar a que pasarán las doce de la noche para que la crónica me pasara bien por el corazón, pero las letras decidieron entrarme por los ojos o ni siquiera entrar. Me quedé dormida en la primera hora del 2020. Y perdí el privilegio, casi siempre reservado por la primera Revista Digital de Cuba, para publicar el día más hermoso de enero.
Yo quería escribir del «Nos tiraron a matar y estamos vivos», del año difícil que sorteamos, de la coyuntura, de la gente dando botella, de los apagones de Periodo Especial que los agoreros de la muerte nos anunciaron y nunca llegaron, de la escasez de pollo y de aceite, de los recortes en los viajes en ómnibus a provincia, del tren chino recibido con vítores en las estaciones después de tantos años de ausencia, de la unificación monetaria que parecía que llegaba, pero no.
También quería escribir de mi salario casi triplicado, de los zapatos que le compré a Elena con ese primer cobro, de la Constitución de la República que nos regalamos, del Presidente que no para y del Primer Ministro que tampoco puede hacerlo, de las dos veces que acompañé la visita del General de Ejército a la escuela Solidaridad con Panamá y me convencí, aún más, de la entrañable Revolución que hoy está cumpliendo 61 años, esa señora hermosa que se renueva cuando sus hijos la empujan. Quería escribir del país que vi cuando el Jefe de Estado decidió recorrerlo en una semana para explicarle a la gente que «la jugada estaba apretada» pero había que seguir guapeando. Quería escribir de los médicos que salvamos y de los dos que nos quedan por salvar. De las veces que nos culparon de las rebeliones en América, de la disidencia cubana que se da golpes en la mesa, del tornado que se llevó la vida de cuatro cubanos y del otro que «dio» mejor hogar a unos cuantos miles.
Aún con mis dedos achicharrados debí poner en su lugar al rubio impertinente que vive en la acera contraria, de sus vueltas de tuercas que parecen no tener fin y que como tortura cronometrada recibimos cada semana. Debía contar de la decisión del Presidente Díaz-Canel de burlar el cerco en su peor momento y salir al encuentro de los amigos al otro lado del mundo. De esa «necedad» yo tenía que haber escrito. Porque sí, ¡Estamos Vivos!
(Tomado del perfil en Facebook de la autora)
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