Cuba despide hoy a uno de sus hijos ilustres, de esos de los que habrá que hablar siempre, con palabras mayúsculas. La vida de Armando Hart Dávalos – o simplemente Hart, para este, su pueblo- encierra en sí misma lo mejor del ser humano: la dignidad, la honradez, la entrega, el compromiso a las causas nobles, el sacrificio, la fidelidad, la sencillez.
Nunca buscó honores ni reconocimientos, pues se forjó en la contienda de los que crean y luchan siempre, por eso se convierten en imprescindibles. A la Revolución le entregó todo, sin titubear ni un instante y transitó el camino que escogió desde la teoría, la práctica y la transformación de un pensamiento martiano y marxista por esencia, con el que ayudo a entender y explicar mejor a varias generaciones, el socialismo que los cubanos decidimos construir y defender a cualquier costo.
Bastaría solo con escudriñar en su hoja de servicios durante la lucha contra la dictadura batistiana para entender la grandeza de su amor a la Patria, pero sería injusto no buscar y rebuscar en la inmensa obra que después, como Ministro de Educación, Ministro de Cultura, fundador y miembro del Comité Central del Partido, diputado del Parlamento cubano, creador y dirigente de la Oficina del Programa Martiano, su centro de Estudios y la Sociedad Cultural José Martí, nos legó.
Fue un sabio de la letra y la palabra, a cuyos escritos y discursos habrá que volver una y otra vez, soñador incansable a quien le encantaba estar siempre rodeado de jóvenes porque de ellos – decía- no solo aprendía sino también absorbía vitalidad y dinamismo. Por eso su apego a las organizaciones juveniles cubanas y su constante preocupación por la formación de nuestros niños y jóvenes.
No hubo causa ni batalla librada por este pueblo donde no haya estado en la primera línea, junto a nuestros máximos dirigentes, con su voz clara y reflexiva, pero firme, su visión integradora y futurista, incondicional siempre. Por eso junto a los periodistas cubanos estuvo también muchas veces, debatiendo, reflexionando, aportando a la necesaria transformación y perfeccionamiento de lo que hacíamos, alertando, aportando siempre y confiando en el periodismo revolucionario, defensor de la verdad y la justicia que tanta falta hace a este mundo nuestro.
Armando Hart fue un hombre leal a su tiempo, a su país, a Fidel, a Raúl, y con una visión muy clara del futuro. Por eso las veces que tuve la dicha de estar cerca de él, me parecía estar escuchando hablar a la historia misma. Incluso, cuando no pudo hacerlo más – porque la salud no se lo permitía- las palabras que escribía y alguien leía por él, su mirada o el gesto de extender una mano para saludar u ofrecer algo, bastaban para sentirlo siempre batallador, dando otro ejemplo de un verdadero soldado de la Patria, de la vida.
Hace apenas unos días estuve a su lado por última vez, lo vi admirar a otro hombre grande – Oscar López Rivera-, lo vi entregarle el mayor reconocimiento que otorga la Sociedad Cultural José Martí, lo vi abrazarlo y sentí que en ese abrazo estaba el de todo este pueblo, aunque él lo hiciera con la humildad con que siempre vivió. Oscar, sin embargo, sabía que también lo abrazaba la historia.
Cuba se duele hoy por la partida de uno de sus hijos ilustres. Un revolucionario cabal, un ser humano extraordinario en cuya obra deberemos reencontrarnos una y otra vez para seguir el camino que él nos ayudó a forjar y entender en toda su dimensión. Prefiero pensar entonces que nos guiará siempre y a los más jóvenes volverá, para recordarnos que la lucha es larga y por duras travesías, pero no nos está permitido la derrota.
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