La primera detonación estremeció el muelle y la columna de humo negro subió con rapidez hacia el cielo azul de aquella tarde habanera del 4 de marzo de 1960. Había explotado el vapor La Coubre que transportaba armas desde Bélgica para ayudar a defender la naciente Revolución cubana.
Dicen que el estruendo se escuchó en toda la ciudad. De inmediato centenares de personas corrieron hacia los muelles del puerto para socorrer a las víctimas del siniestro. La Coubre traía un cargamento militar que incluía granadas antitanques personales para ser lanzadas por el fusil FAL (fusil automático liviano), y municiones de diverso calibre; en total más de 75 toneladas de explosivos.
Entre los que acudieron con la mayor rapidez posible estuvieron los principales dirigentes de la Revolución, con Fidel al frente. Con el Comandante en Jefe llegó Raúl, y por lugares diferentes arribaron al muelle los comandantes Juan Almeida y Ernesto Che Guevara. También desde los primeros minutos hizo acto de presencia Osvaldo Dorticós Torrado, entonces presidente de la República.
Alrededor de las 3 y 20 de la tarde, una segunda explosión —aún más letal que la primera— causó nuevas víctimas. Unas 100 personas perdieron la vida, 34 quedaron desaparecidas y más de 400 resultaron heridas. Se trataba de uno de los mayores atentados organizados por la CIA contra nuestra patria.
Al anochecer, muy cerca de las 8:00 de la noche, fue controlado el incendio. Las casas de socorros, clínicas y cuerpos de guardias de los hospitales, sus salones de operaciones y otras instalaciones médicas estaban abarrotadas. Los dirigentes revolucionarios recorrían permanentemente aquellos lugares para brindar su apoyo.
Han pasado 57 años de aquellos hechos, pero el tiempo transcurrido resulta insuficiente para sellar las secuelas de dolor y sufrimiento. Y conviene no olvidar, porque los pueblos que olvidan su historia pueden incurrir en el error de volver a equivocarse.
La Coubre fue un hecho de maldad manifiesta. Aún no han quedado esclarecidos los detalles y los documentos siguen sin desclasificar. No obstante, todo parece indicar, de acuerdo a las investigaciones realizadas por los entonces incipientes órganos de la Seguridad del Estado, que el salvaje ataque terrorista estuvo organizado por la CIA, quien puso al mando del macabro plan a su oficial de operaciones encubiertas, William Alexander Morgan. Descartada quedó la hipótesis de un error por mala manipulación de las cajas de granadas. Se trataba de un alevoso plan, un sabotaje criminal preparado fuera de Cuba.
Por su magnitud solo puede ser comparado con el que sobrevendría años después con la voladura en pleno vuelo de un avión de Cubana con 73 pasajeros a bordo, sucedido en Barbados, el 6 de octubre de 1976.
En esa desgraciada tarde habanera del 4 de marzo de 1960 corrió sangre inocente cubana y también francesa, pues seis de los 38 marineros del vapor La Coubre que perdieron allí sus vidas eran galos.
Mas aquel hecho monstruoso no amilanó a nadie. Al contrario, fortaleció la convicción de luchar por la Revolución hasta sus últimas consecuencias y dio lugar a la consigna que a partir de entonces nos identificó como un pueblo de Patria o Muerte.
Un año más tarde, el 4 de marzo de 1961, en el primer acto de conmemoración del cruel atentado, y apenas a un mes y días de la invasión mercenaria por Playa Girón, sentenció Fidel:
“Y cuando el barco La Coubre estalló, con aquel dantesco saldo de obreros y soldados destrozados por el sabotaje criminal, nuestros enemigos nos estaban advirtiendo el precio que estaban dispuestos a cobrarnos; pero también nos estaban enseñando que por muy caro que fuese el precio que nos obligasen a pagar por la Revolución, mucho más caro iba a ser el precio que le iban a obligar a pagar a nuestro pueblo por haber querido hacer una revolución. Aquel tremendo holocausto no amilanó a nadie, no acobardó a nadie; aquel tremendo sacrificio debió ser como una advertencia a los enemigos de la patria, a los enemigos de nuestro pueblo”.
Así ha sido desde entonces y será por siempre.
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