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viernes, 22 de noviembre de 2024

Pueblos, ¡estad alertas!

El 9 de mayo de 1945 la Alemania hitleriana capituló. La deuda de gratitud de la Humanidad con los pueblos soviéticos es eterna. El peligro fascista aún ronda el planeta

Frank Agüero Gómez en Exclusivo 09/05/2010
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El único sobreviviente del último y más espectacular fallido atentado contra Adolf Hitler falleció recientemente en un suburbio del oeste de Berlín, Altenahr, a la edad de 90 años, prácticamente desconocido y sin resonancia mundial.

Su nombre: Barón Philipp von Boeselager, quien junto a su hermano Georg y otros doscientos complotados participó en la Operación Walkiria, de julio de 1944, con la que un grupo de oficiales nazis quiso poner fin a la vergüenza militar a la que los había llevado su líder, acudiendo al beneficio de una bomba debajo de una mesa donde aquel examinaba los mapas del curso adverso de la guerra.

El artefacto estalló, dejó incapacitado al Fuhrer, pero este sobrevivió, se vengó con la vida de los complotados, excepto Philipp, que reveló no hace mucho a la prensa la causa de su fortuna: nunca fue descubierto por los sanguinarios servicios secretos del régimen ni consumió la cápsula de cianuro prevista para el posible fracaso.

De haber tenido éxito el plan, habría tal vez acortado casi un año de guerra, evitado posiblemente cientos de miles de víctimas, pero no hubiera terminado la tragedia mundial que significó lo ocurrido entre septiembre de 1939 y mayo de 1945, incluido el millón trescientos mil personas que murieron solamente en Auuschwitz, el mayor campo de concentración en territorio polaco.

Hasta allí llegó en estos días el llamado Tren de la Memoria, muestra itinerante compuesta por fotografías y objetos personales de los asesinados, que desde noviembre pasado recorrió varios territorios para impedir que se borren evidencias del holocausto a que condujo el odio racial y la prepotencia imperial.

Los financistas del cervecero capitancillo de Munich, fabricantes de armas, los aliados que lo aplaudieron en su cacería contra los comunistas alemanes y judíos, porque creían les evitaría el peligro de las revueltas sociales en sus propios países, y sobre todo, quienes arriesgaban su seguridad nacional para librarse del posible peligro soviético, debieron ser detenidos aquel 8 de mayo, cuando capituló el alto mando alemán ante el empuje de las tropas que ya habían tomado Berlín, y también juzgados en Nuremberg o en otros tribunales internacionales, entonces o más adelante.

Pero eso no ocurrió. Sobre la capital del Tercer Reich entraron a finales de abril del año 1945 por el este y el oeste las tropas soviéticas y anglo-norteamericanas, cada una por su lado, con el propósito de obtener la rendición del mando alemán, capturar a los principales jerarcas militares y políticos que habían causado la esclavitud de toda Europa y más de 50 millones de muertes, destruido las riquezas creadas en siglos de civilización e impuesto el terror como método de dominio.

La prisa por cumplir la orden militar pudo impedir a tiempo que los sustitutos del Fuhrer, desaparecido o auto eliminado, ejecutasen el macabro plan diseñado por éste y sus cercanos auxiliares para exterminar a la población berlinesa refugiada en los túneles subterráneos del metro urbano. La bandera roja de la hoz y el martillo ondeó sobre la cúpula del edificio imperial, primero que la enarbolada por las tropa anglo-norteamericanas sobre la zona por ellos ocupada.

Hasta entonces, y aun después, decenas de países y millones de familias pagaron los errores de imprevisión de sus gobiernos y el oportunismo político que engendró, sustentó y alentó la demencial paranoia chovinista del nacionalsocialismo y su variante extrema, el fascismo, con su caravana de muerte sobre la humanidad.

Nunca se sabrá exactamente el número total de víctimas, ni el valor material de todo lo arrasado durante los 69 meses que duró la Segunda Guerra Mundial en los frentes europeos. Menos aún la desgracia moral que trajo consigo esa conflagración, la más devastadora de la historia mundial. Pero es innegable que los aproximadamente 1 400 días de combate en territorio soviético, hasta la expulsión de las tropas fascistas por la misma frontera occidental donde invadieron en junio de 1941, fueron decisivos para el debilitamiento, primero, y la destrucción, después, de la descomunal maquinaria bélica hitleriana

GRATITUD ETERNA

La vitalidad de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, su rehecha capacidad militar luego de ser casi totalmente destruida y desorganizada, las acertadas medidas estratégicas en la conversión en tiempo récord de la economía para solventar las necesidades de la guerra, la pericia de sus jefes militares y el heroísmo a granel de una población que defendía a su Patria socialista, unida con los tintes originales de igualdad y justicia del proyecto leninista, demostraron su enorme superioridad respecto a las carencias y flaquencias de los regímenes capitalistas deshechos como merengues ante la belicosidad alemana.

Ninguna otra nación pudo soportar ese mortal golpe y salir airosa, liberar por sí misma todo su territorio, contraatacar al agresor, devolver la libertad a decenas de naciones europeas y contribuir con las fuerzas nacionales de resistencia, exterminar los odiados campos de concentración y sacar de las cárceles a millares de luchadores antifascistas.

La deuda de gratitud de la Humanidad con los pueblos soviéticos es eterna.

Centenares de miles de familias nunca podrán olvidar las imágenes de las tropas del Ejército Rojo abrazados a sus hermanos recién liberados, ni el aprendido "spasiva" (gracias) por su gesto internacionalista, hermoseado con sangre, sudor, lágrimas y vigilia de millones de madres, esposas, viudas y hermanas que esperaban o murieron con el sueño de verlos regresar a la tierra chica que los llamó a defender la Patria grande.

Pero, ¡cuidado! El fascismo no ha sido exterminado ni la mentalidad imperial erradicada. El peligro mayor no está, como sugieren algunas noticias, en las organizaciones neofascistas que aún pululan en Alemania y otras naciones europeas. La ideología que lo procreó es actual aunque incoherente y la capacidad militar que le incita a la aventura se desplaza en modernas flotas de guerra por los océanos del mundo. Sus líderes se mueven de un país a otro, amenazan por los medios de difusión, subordinados en su casi totalidad a las órdenes imperiales, y alimentan mitos de nuevos peligros con el mismo cinismo y mentiras que en los años 40 del siglo pasado

No olvidemos la advertencia del periodista antifascista Julius Fucik, dicha también para nosotros: "Pueblos, ¡estad alertas!".


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Frank Agüero Gómez


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