//

viernes, 1 de noviembre de 2024

Perucho Figueredo: A la gloria o al cadalso

Con una descarga de fusilería trataron de acallar para siempre su voz. Nunca imaginaron que en su homenaje, cientos de miles de cubanas y cubanos alzaron las suyas para entonar sus estrofas...

Pedro Antonio García Fernández en Exclusivo 18/08/2015
0 comentarios

¿Qué iba pensando el mayor general Pedro Figueredo, con un asno por cabalgadura, camino a la muerte, el 17 de agosto de 1870? ¿Será verdad que en momentos cercanos a la muerte toda nuestra vida pasada se va proyectando como un collage cinematográfico ante nuestros ojos?

De ser así, tal vez recordaba el día en que sus amigos, Francisco Vicente Aguilera y Francisco Maceo Osorio, le dijeron: “Ahora te toca a ti, Perucho, que eres nuestro músico, componer nuestra Marsellesa”. Y con la ayuda del maestro Manuel Muñoz Cedeño, quien hizo la orquestación, compuso el himno de Bayamo

Pasan rápidamente las imágenes. Ahora, tostado por el sol, cubierto de polvo y negro por el humo de la pólvora de la reciente batalla, sobre un brioso corcel, cabalga junto con Carlos Manuel de Céspedes, entre ellos, de abanderada, Canducha Figueredo, su hija, vestida con el uniforme de libertadora.

Les seguían Luis Marcano, Donato Mármol, Maceo Osorio, el poeta José Joaquín Palma y otros jefes revolucionarios. Detrás iba la multitud, tarareando la música del himno compuesto un año antes por Perucho.

Primero, fueron voces aisladas, después, el grito unánime de la multitud que solicitaba la letra del himno. Perucho se vio a sí mismo extrayendo papel y lápiz del bolsillo. Tras cruzar una pierna sobre su caballo, comenzó a escribir. Luego, el papel pasó de mano en mano, otros hicieron apresuradamente copias.

Un antiguo esclavo, devenido ciudadano, iba repartiendo duplicados de la letra entre la multitud. Pronto se oyó un rumor de voces, como si ensayaran un coro: Al combate, corred, bayameses, que la Patria os contempla orgullosa…

Doce muchachas junto a la Catedral, quienes reflejaban todas las coloraciones posibles de la cubanía, rompieron a cantar el Himno, esta vez coreado a viva voz por la muchedumbre. Céspedes lanza su sombrero al aire y grita a todo pulmón: “¡Viva Bayamo! ¡Viva Cuba Libre!”.

EL MAYOR GENERAL

Pedro Figueredo Cisneros, a quien en su Bayamo natal todos conocían por Perucho, nació el 29 de julio de 1819. Desde pequeño, su familia le inculcó ideas de libertad. Ya adulto, convirtió a su casa en el principal centro de conspiración independentista en su ciudad.

Su casa de Bayamo devino centro principal de la conspiración independentista. Allí se citaron varios patriotas orientales, entre los que resaltaba Francisco Vicente Aguilera. Y crearon entre todos el Comité Revolucionario de Bayamo.

Contactaron con Céspedes y los patriotas de Manzanillo, con los de Camagüey y Las Tunas. En representación de los bayameses, Perucho participó en las reuniones de San Miguel de Rompe (agosto 4 de 1868) y de la hacienda Muñoz (primero de septiembre), donde se debatió sobre el inicio de la insurrección

No más supo del grito de independencia en el ingenio Demajagua, Figueredo reunió a sus más allegados y se dispuso a incorporarse a la insurrección. Entonces le oyeron decir: “Me uniré a Céspedes y con él he de marchar a la gloria o al cadalso”.

El 17 de octubre de 1868 se sumó con sus hombres a la tropa del Padre de la Patria, quien le confirió el grado de teniente general y jefe del Estado Mayor, bajo las órdenes del también teniente general Luis Marcano. Junto con ellos dos participó en la toma de Bayamo.

La Asambleade Guáimaro, en su sesión del 11 de abril de 1869, le designó subsecretario de la guerra del primer gobierno de la República de Cuba en Armas, con el grado de mayor general. También se desempeñó como jefe de despacho del presidente Céspedes.

Renunció al cargo de subsecretario de Guerra por estar en desacuerdo con la destitución del mayor general Manuel de Quesada como general en jefe del ejército mambí, pero Céspedes nunca le aceptó la dimisión.

Convaleciente de tifus en la finca Santa Rosa de Cabaniguao, en la actual provincia de Las Tunas, cayó prisionero de los españoles el 12 de agosto de 1870. Conducido a Santiago de Cuba, un jurado colonialista lo condena a muerte por fusilamiento.

Si sentía su muerte, dijo a sus jueces, “es tan solo por no poder gozar con mis hermanos la gloriosa obra de redención que había imaginado y que se encuentra ya en sus comienzos […] Cuba está ya perdida para España, el derramamiento de sangre que hacen ustedes es inútil y ya es hora de que reconozcan su error”.

Tan enfermo estaba que apenas podía mantenerse en pie y le era imposible por sí solo trasladarse al lugar de la ejecución. Los colonialistas, creyendo que así le humillaban, le buscaron la más rústica cabalgadura. “No seré el primer redentor que monte en un asno”, replicó a sus verdugos

Con una descarga de fusilería trataron de acallar para siempre su voz. Nunca imaginaron que en su homenaje, cientos, miles, cientos de miles de cubanas y cubanos alzaron las suyas para entonar sus estrofas: “No temáis una muerte gloriosa, que morir por la Patria es vivir”.


Compartir

Pedro Antonio García Fernández

Periodista apasionado por la investigación histórica, abierto al debate de los comentaristas.


Deja tu comentario

Condición de protección de datos