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domingo, 24 de noviembre de 2024

Pedro Pérez, el temerario

Miembro del ejército español, se solidarizó con la causa de los mambises y se convirtió en una de las figuras preponderantes de Guantánamo y de Cuba...

Lillibeth Alfonso Martínez en Google Maps 29/04/2014
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Periquito Pérez
Monumento dedicado al Mayor General en Guantánamo.

Nunca nadie, antes que él, había logrado fugarse y salir vivo para contarlo del Castillo del Morro, San Pedro de la Roca, en los años en los que funcionó como prisión que, al parecer, fue desde el mismo siglo XVII, aunque su mayor auge lo alcanza en la segunda mitad del siglo XIX, cuando era la cárcel provisional del departamento de Oriente.

Tan extraordinario había sido su escape que, durante años, incluso mucho antes de que se iniciara la Guerra de 1895 y fueran conocidas sus mayores proezas, a la presencia de Pedro Agustín Pérez la antecedía, irremediablemente, su fama de temerario.

LA HISTORIA Y LA LEYENDA

Para 1879, ya Periquito había traicionado al Ejército español cuando, en componenda con el viejo veterano Silverio del Prado, conspiró para regresar a las armas, sido hecho prisionero en Cayo del Toro, en un territorio que actualmente ocupa la ilegal Base Naval norteamericana , y sido salvado por su primo Santos Pérez.

Ese mismo año, y también por la intervención de su familiar, Pedro Agustín fue restituido a su cargo de Comandante del Ejército español, puesto al frente de una compañía de 114 hombres en el Fuerte de Palma de San Juan, y traicionado por segunda vez los intereses peninsulares cuando, con los mismos hombres que tenía a su cargo, se incorporó junto a los mambises a los avatares de la Guerra Chiquita.

Muy poco pudo hacer, por esa vez, en la manigua: poco después de su integración al Ejército Libertador y tras unas pocas acciones, en un combate nocturno en Vilorio, sufre un fuerte golpe en el pie e, imposibilitado de escapar, es capturado y trasladado al Morro, de Santiago de Cuba, donde debía esperar un consejo militar que decidiría su suerte y, casi seguramente, su muerte.

Tres semanas, coinciden los historiadores, pasó Periquito en una de las celdas del Morro, celdas que pueden ser amplias como para que quepan sin problemas hasta 10 hombres o tan pequeñas que uno solo no podría estar cómodamente. Celdas que de día son calurosas, a pesar de la brisa del mar que se cuela por las pequeñas hendiduras sembradas en los bloques de piedra, y por las noches, desoladoramente frías.

Tres semanas con la muerte respirándole sobre la nuca, pero en las que a pesar de todo no dejó de luchar por su vida. En ese tiempo, se dice, hizo una promesa a la Virgen de la Caridad del Cobre, de que si salía vivo mandaría a construir su imagen y la vestiría con ricas telas, y fue cumplida: hoy, la imagen de la santa mambisa se conserva en la Casa Museo Mayor General Pedro Agustín Pérez.

En el libro de José Pérez Aroche, cuya versión abraza también José Sánchez Guerra, historiador de Guantánamo y uno de los mayores conocedores vivos de la figura del mambí, se cuenta que Periquito, viéndose perdido, comenzó a hacer las señas secretas de los masones a cuanto carcelero llegara a su celda y así logró que un teniente español lo reconociera y le facilitara su huida.

Lo aceptado, es que el soldado español le abrió la celda -aprovechando las festividades de la nochebuena y la relajación de los guardias-, luego de lo cual el guantanamero alcanzó un pararrayos cercano a su mazmorra y se deslizó por unos 30 metros hasta el suelo, haciéndose mucho daño en las manos.

Pero Joel Nicolás Mourlot Mercaderes, periodista e investigador santiaguero, quien consultó la Hoja de Servicio del Mayor General Pedro A. Pérez de la Subinspección General del Ejército Libertador en Oriente, que se conserva en el Archivo Nacional de Cuba, asegura que según las palabras del mambí, nadie lo ayudó a huir.

“Lo que no quiere decir necesariamente que no hubiera existido un masón que facilitara su fuga, pero por lo menos en su expediente militar, donde está una síntesis de su accionar incluso antes de su entrada al Ejército Libertador, nada se dice”.

Mourlot, coincide en la temeridad de Perico: “Para comprenderlo, hay que recordar que aquella era una fortaleza militar convertida en cárcel, la altura de los muros, la verticalidad de las paredes que daban al diente de perro de la costa o al mar, pero en una caída de la que era impensable salir vivo.

“Además, tenía un foso sin agua rodeándolo por tierra. Tan inexpugnable era que, en treinta años, solo Periquito pudo fugarse, y no es que no lo hubieran intentado otros antes y después que él, como en 1897, cuando un grupo de familiares planeó confundir a los guardias y liberar a sus seres queridos, y fueron sorprendidos”.

UNA VISITA AL MORRO

La vista, desde las alturas del Morro, es espectacular. “Le puedo asegurar que desde aquí se ven las puestas del sol más hermosas de Cuba”, me dice Niurka Laborde Suárez, técnica en Museología, con 32 años en el San Pedro de la Roca, y no lo dudo.

Pero la belleza de esta fortaleza que se comenzó a construir en 1638, durante el gobierno de Pedro de la Roca y Borjas, y se terminó en la primera década del siglo XVIII, con los planos de Juan Bautista Antonelli, primero, y luego de Juan de Císcara Ibañes y Juan de Císcara Ramírez, con sus cinco plataformas, nada tiene que ver con el martirio de los miles de prisioneros que por allí pasaron.

En el segundo nivel, en la plataforma de Nápoles, está la que, se presume, fue la celda del mambí. Aunque parece una sola, me aclaran que, en realidad, son dos celdas que se comunicaban una con la otra.

Hoy, es la sala de prisión del siglo XIX, donde además de algunas reliquias de presos que estuvieron allí, y murales explicativos, desde el 25 de marzo del 2005 hay siete bustos en bronce de patriotas que estuvieron recluidos en el castillo. 2 do nivel plataforma de nápoles.

En la celda más grande está la estatua de Periquito. Casi no se parece al hombre tranquilo de las fotos que se conservan, cuando era alcalde de Guantánamo, y es natural: para la fecha en que estuvo en el Morro, tenía solo 35 años.

En el busto, del escultor santiaguero Alberto Lescay, es intranquilo el pelo y la mirada desafiante. “Las esculturas, me confirma la museóloga, quieren captar el ideario revolucionario de esos hombres y mujeres -además de Perico, están eternizados Bartolomé Masó, Flor Crombet, José Ramón Leocadio Bonachea, Dominga Moncada, Emilio Bacardí y José María Rodríguez Rodríguez- y se co locaron con la mirada puesta en la Sierra Maestra”.

En realidad,  viendo la celda, y el sitio donde todavía quedan signos evidentes de la existencia de un pararrayos en algún momento en la historia de la fortaleza, se hace difícil que un hombre solo pudiera ayudarlo a escapar, todavía más imposible que Perico lo hubiera logrado con medios propios.

Desde la celda hasta el pararrayos, hay que salvar varios metros, incluidas escaleras con más de 100 escaños hasta la última plataforma de la fortaleza, bautizada como de la Santísima Trinidad, un trayecto que sería más que visible para los más 250 soldados que normalmente conformaban la dotación de carceleros del Morro.

Un detalle revelado por Laborde Suárez, resultado de sus tres décadas recorriendo las historias del castillo, me completa la idea de la fuga del guantanamero. “No se puede descartar la posibilidad de que además del masón, otros guardias contribuyeran al escape de Periquito, ya sea porque en una dotación tan grande es muy probable que existieran otras fraternales, o por algún soborno, algo tan común en esta prisión que para evitarlos la totalidad de los guardias se cambiaba dos veces al año”.

La versión del escape que se conserva en la historiografía del Morro, coincide con la enunciaba ya, pero da más detalles. “Lo que conocemos es que después de deslizarse por el pararrayos, va a parar a unos arroyos que en aquellos años todavía existían a los pies del castillo, y que siguiéndolos fue a parar a lo que hoy es la playa La Estrella, desde donde cruzó la Bahía”.

Recorremos entonces el camino que hizo Pedro Agustín, mientras nos es posible. Salimos de la celda y caminamos los metros desde la última reja hasta la caseta de vigilancia, encima de la cual están los restos del pararrayos y, en un acto de audacia, me agarro a la piedra para tener solo una idea de la valentía de mi coterráneo, pero la vista se me va a la dura caída que le esperaba, en el brazo de tierra que lo recibió cansado después de luchar contra la corriente y contra el miedo mientras cruzaba la Bahía, por suerte estrecha.

Porque, a pesar de lo que todos digan, a pesar de que esa palabra no se menciona en ninguno de los textos que se refieren a la proeza, aquella noche del 24 de diciembre de 1879, ese hombre tuvo que sentir miedo.

El teniente coronel Lino D’ou, en una semblanza de Periquito, resume la imagen que del guantanamero se tenía en su tiempo:

El gobierno de la colonia, representado entonces en Oriente por la mano dura, inflexible e inhumana del adusto general Polavieja, redujo a prisión a Periquito Pérez, encerrándolo en la vetusta pero segura fortaleza del Morro de Santiago de Cuba. Quien haya tenido la oportunidad de visitar algunas de esas fortalezas españolas tendrá por imposible la evasión, sin la complicidad de los guardianes. Pues bien, la característica del general Pérez, la serenidad en el valor y el desprecio del peligro, hicieron posible la fuga: Periquito se lanzó desde una ventana al pararrayo del Morro, bajó por él a la fuerza de sus músculos del brazo y se evadió de la sombría fortaleza. Desde entonces el Gobierno Español diputó como peligroso al autor de la bizarra hazaña.


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Lillibeth Alfonso Martínez


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