Pablo de la Torriente Brau (San Juan, Puerto Rico, 12-12-1901-Majadahonda, España, 19-12-1936) es uno de los más altos exponentes del periodismo cubano y uno de los héroes de las luchas revolucionarias internacionalistas del pasado siglo.
En su obra periodística están hoy formidables antecedentes del género testimonial, del cual fue un maestro consumado, como también sucede con la crónica, la que utilizó de manera imaginativa e incesante en los múltiples acontecimientos históricos que vivió en Cuba, Estados Unidos y España.
Raúl Roa, una de las figuras relevantes del Revolución de los años 30 y su amigo personal, hizo una de las valoraciones más hermosas del brillante periodista y hombre de acción:
“Pablo de la Torriente Brau murió en España pluma en ristre y rifle al hombro peleando por la revolución cubana: no en balde fue el más impetuoso, noble, arrestado y talentudo mozo de nuestra generación”.
Realmente, el periodismo en Pablo de la Torriente era innato. Escribir, para él era tan natural como sudar, dirían quienes le conocieron en las redacciones de los periódicos habaneros de las primeras décadas del siglo XX.
Y su obra narrativa no testimonial —novela, cuento—, incorporó la riqueza del habla popular y la agudeza del humor para entregar vigorosos y trascendentes temas humanos, como su clásico libro: Presidio Modelo, junto a otros como Aventuras del soldado desconocido, Cuentos completos y Peleando con los Milicianos.
Participó Pablo en la manifestación estudiantil del 30 de septiembre de 1930 contra el gobierno de Gerardo Machado, donde murió Rafael Trejo. Allí sus puños hicieron estragos, pues hombre atlético y musculoso, como dijera Raúl Roa de él, y de Pepelín Leyva, “policía que tocan, policía que cae”.
Sufrió prisión en el llamado Presidio Modelo, de Isla de Pinos, y describió los abusos vividos en impactante testimonio periodístico. Como consideró injusto su encierro se dejó crecer el cabello y la barba hasta la cintura, iniciando así el uso de las barbas revolucionarias, como también había sido precursor de boina en el Castillo del Príncipe.
Vivió el exilio en Estados Unidos y realizó todo tipo de trabajos rudos para poder sobrevivir, sin descuidar la labor revolucionaria, al fundar, en Nueva York, el Club Julio Antonio Mella.
A la caída de Machado, en agosto de 1933, regresa a Cuba y vuelve a brillar en el periodismo. El suyo es muy personal, pues muchas veces crea el hecho que luego reporta. Se entera de la explotación de los campesinos en Realengo 18 y allá va a las montañas orientales y reporta la cruda realidad del hombre de campo cubano.
La escritora y periodista Loló de la Torriente, lo calificó como “un cuerpo de gigante, un alma de acero y una ternura de niño”.
Sus crónicas son lo mejor de su repertorio. Reflejan toda la emoción de su andariego corazón: “Las escribió en diversos sitios. En la casa, en la redacción de El Mundo; en New York; en España, y todas están calientes por la temperatura que les dio, que era la de su propio cuerpo. Pablo crea un estilo periodístico nervioso, vibrante, revelador. Con mucho de John Reed y con muchísimo de Torriente Brau”.
La lucha del pueblo español contra el fascismo le atrapa. Así escribe a sus amigos: “España es hoy mi preocupación única. Vivo obsesionado por lo que allí pasa. Quiero ir a pelear en España, por España, y por Cuba. (…) Voy a España precisamente para darle a Cuba, a la revolución cubana, toda mi experiencia”.
Y a la sufrida y combativa España fue como corresponsal de guerra. En el frente del Guadarrama tuvo su bautismo de fuego, y polemizó con el enemigo de trinchera en trinchera: “La tribuna —escribió en crónica escalofriante— fue un parapeto sobre una roca. El público, los milicianos de la revolución española y los fascistas insultadores (…). Los aplausos, ráfagas de ametralladoras”.
Luego abandonó la pluma para fusil en ristre irse a pelear como comisario político. El 19 de diciembre de 1936 rindió su último combate en Majadahonda, España. Recién había cumplido los 35 años de edad.
Sus restos fueron enterrados con los honores militares correspondientes: le fue conferido el grado de capitán de milicia, mientras sus compañeros cantaban los sones de la Internacional. Una descarga de artillería rubricó el acto solemne. Sobre su ataúd cayó, lenta y dolorosamente, tierra de España, tierra que él había fecundado con su sangre.
Y allá todavía descansan, en espera de su regreso a su amada Cuba, para lo que se hacen ingentes esfuerzos, a pesar de los años transcurridos.
En Pablo de la Torriente se conjugaron las virtudes del escritor y el fuego del combatiente. Nicolás Guillén, nuestro Poeta Nacional, describe muy bien el dilema del hombre que más de una vez se quejó de que el trabajo del periodista le robara horas a su oficio de soldado:
“(…) hasta que se sumerge definitivamente en la gran marea peleadora y muere con el uniforme del ejército del pueblo y como su Comisario Político. Como su amado Martí, destroza sus sueños y su poder creador en el cumplimiento de su deber político”.
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