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miércoles, 27 de noviembre de 2024

Luz y Caballero: cimiento de la gloria patria

Sus enseñanzas se encuentran entre los pilares que contribuyeron a formar el sentimiento de cubanía…

Narciso Amador Fernández Ramírez en Exclusivo 11/07/2018
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José de la Luz y Caballero
José de la Luz y Caballero fue uno de los pilares en la formación de la conciencia patriótica en la primera mitad del siglo XIX

José de la Luz y Caballero fue uno de los pilares en la formación de la conciencia patriótica en la primera mitad del siglo XIX y sus enseñanzas contribuyeron a forjar el sentimiento de cubanía que cristalizaría el 10 de octubre de 1868 con el Grito de Independencia o Muerte, dado por Carlos Manuel de Céspedes, en su ingenio Demajagua.

Habanero, nacido el 11 de julio de 1800, inauguró un siglo medular en Cuba y, junto a su maestro Félix Varela, está considerado figura indispensable en la formación ideológica de toda una generación de cubanos que tendrían un rol importante en nuestras guerras libertarias contra España.

José Martí, en bella semblanza dedicada a Luz, afirmó: “Él, el padre; él, el silencioso fundador; él, que a solas ardía y centelleaba, y se sofocó el corazón con mano heroica, para dar tiempo a que se le criase de él la juventud con quien se habría de ganar la libertad”.

Y es que este forjador de conciencia realizó durante toda su vida una intensa labor pedagógica y educativa que le permitió calar hondo en el sentimiento nacional cubano en formación.

Sus discípulos lo adoraban y, tal y como afirmara el filósofo Medardo Vitier, no hubo antes de José Martí, con la excepción de Félix Varela, ningún nombre de cubano que ocupara tan altamente la conciencia nacional como el de José de la Luz: “A ninguno se le recordó tanto ni con tan creciente veneración como al maestro del colegio El Salvador, cuya vida (1800-1862) fue de contenidos edificantes para la sociedad colonial que buscaba orientaciones, ya en el pensamiento, ya en la acción”.

Tuvo la desgracia de quedar huérfano a los siete años, pero esa adversidad familiar, hizo que fuera educado por su tío José Agustín Caballero, quien propició que su sobrino adquiriese dotes intelectuales de altura. Así, José de la Luz, ya a los doce años estudiaba Latín y Filosofía en el convento de San Francisco, y en 1817 se titulaba de bachiller en Filosofía en la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana.

En el Seminario de San Carlos se graduó de bachiller en Leyes y fue discípulo del Padre Félix Varela, a quien luego sustituiría en la cátedra de Filosofía para continuar su obra. Su dominio del latín era pasmoso. El francés, el italiano, el alemán y el inglés le eran familiares. Su memoria era portentosa. Su capacidad filosófica le llevó a anticiparse a doctrinas que después gozaron de auge en los centros de la cultura europea. Por eso Varona lo reputó como “el pensador de ideas más profundas y originales con que se honra el Nuevo Mundo”.

En 1834 trabaja en el Colegio Carraguao y en 1848, funda El Salvador, dedicando el resto de su vida a orientar la conciencia cubana. Un estudioso como el profesor Elías Entralgo, al evaluar su contribución al desarrollo del pensamiento cubano de la primera mitad del siglo XIX significa que el destino de Luz y Caballero fue “formar almas”.

Sembró ideas y sufrió por su Patria. Cercano a su fin, enfermo de gravedad, afirmó que solo sentía morir en momento tan críticos para Cuba. Y cuando un amigo le aconsejara que cuidara más de su persona y de su precaria salud, respondió: “No, hay algo para mí más grande y que me interesa más que mi estado; es el estado de mi país. Yo no he visto realizados mis deseos en este particular, pero a ti y a mis discípulos les encomiendo mi Cuba, tú y ellos labrarán su felicidad, ya que a mí no me ha cabido ese destino”.

José Cipriano de la Luz y Caballero, Don Pepe, como era cariñosamente llamado por sus amigos y alumnos, falleció a las siete y media de la mañana del 22 de junio de 1862. Su sepelio constituyó una notable muestra de duelo popular. Manuel Sanguily, discípulo suyo, consideraba que “en la tarde del 23 hubo una muestra espontánea e imponente de duelo público. El dolor del país fue unánime”.

Incluso, el entonces Capitán General de la Isla, Francisco Serrano, quien estaba casado con una cubana, dispuso que “durante tres días, quedarán cerrados los institutos de educación de esta isla en homenaje a la memoria del finado”.

Luz y Caballero está considerado “el maestro de la juventud cubana de su tiempo” y su influencia tuvo relevancia en los acontecimientos ulteriores. A dos siglos de su natalicio aún se escuchan y conocen varios de sus más notables aforismos. Esas sentencias breves suyas de contenido moral o filosófico que han traspasado el tiempo para llegar a nuestros días:

“Quien no sea maestro de sí mismo, no será maestro de nada”; “Todo en mi fue, y en mi patria será”; “Háganse respetables los maestros y serán respetados”; “Los Estados Unidos: una colmena que rinde mucha cera, pero ninguna miel”; “Si no marchamos con el tiempo, el tiempo nos deja rezagados”; y, quizás, el más conocido de todos: “Instruir puede cualquiera, educar sólo quien sea un evangelio vivo”.

Para Carlos Rafael Rodríguez fue “un inquietador de conciencias”. Mientras Martí, quien penetró como pocos en el alma cubana, afirmó que Luz dedicó su vida entera “a formar hombres rebeldes y cordiales” y en artículo publicado en Patria, el 17 de noviembre de 1894, afirmó: “Los pueblos injustos en la cólera o el apetito, y crédulos en sus horas de deseo, son infalibles a la larga. Ellos leen lo que no se escribe y oyen lo que no se habla. (…) Y así ama, con apego de hijo, la patria cubana a José de la Luz”.


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Narciso Amador Fernández Ramírez

Periodista que prefiere escribir de historia como si estuviera reportando el acontecer de hoy


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