El 17 de enero de 1957, a las dos y cuarenta de la madrugada, dos ráfagas de ametralladora disparadas por Fidel dieron inicio al ataque al cuartel de La Plata. Un combate que al decir del Che, tuvo una resonancia más lejana que la abrupta región de la Sierra Maestra donde se realizó y dio un llamado de atención acerca de la existencia del Ejército Rebelde.
Según refiere en su libro Pasajes de la Guerra Revolucionaria, este ataque demostró que los rebeldes no solo estaban dispuestos a luchar, sino que estaban aprendiendo a vencer, por lo que fue una “reafirmación de nuestras posibilidades de triunfo final”.
Luego de la derrota de Alegría de Pío y el reencuentro en Cinco Palmas, en diciembre de 1956, Fidel comenzó -a mediados de enero- a pensar en atacar un cuartel de la soldadesca batistiana para probar que era un mito, y una mentira, que el foco insurreccional había sido destruido.
Así surgió la idea de atacar el pequeño cuartel ubicado en la desembocadura del río La Plata. Esa madrugada, conducidos por Chicho Osorio, un mayoral asesino de la zona, quien confundió a Fidel con un coronel del ejército de la dictadura, llegaron los bisoños soldados hasta las inmediaciones del enclave militar.
Dos viejas granadas tiradas hacia el cuartel no explotaron. Raúl Castro tiró dinamita sin niple y tampoco tuvo efecto alguno. No obstante, el tiroteo de las 22 armas rebeldes comenzaron a acribillar a tiros las paredes de tabla del vetusto cuartel, hasta que sobrevino la rendición.
El primero en entrar fue Camilo Cienfuegos, quien iniciaba allí su leyenda guerrillera. El balance en armas, según narra el Che en su exhaustivo relato, fue de ocho fusiles Springfield, una ametralladora Thompson y unos mil tiros. Además se obtuvieron cananas, combustible, ropa y algo de comida.
El enemigo tuvo dos muertos y cinco heridos, además se le hicieron tres prisioneros. Por los rebeldes, “ni un rasguño”, al decir del propio Che.
Ese primer éxito rebelde sirvió para iniciar una práctica que después se haría cotidiana: curar a los heridos del enemigo y atenderlos de manera caballerosa y digna, tal y como corresponde.
“Allí, con mucho dolor para mí, que sentía como médico la necesidad de mantener reservas para nuestras tropas, ordenó Fidel que se entregaran a los prisioneros todas las medicinas disponibles para el cuidado de los soldados heridos, y así lo hicimos”.
El combate había durado cuarenta minutos. En su diario de campaña, escribió Raúl Castro: “Me puse al lado de un prisionero y echándole un brazo por arriba de los hombros, así fue hablando con él de la ideología de nuestra lucha, del engaño del que eran víctimas ellos por parte del gobierno y todo lo concerniente al tema que el tiempo y lo corto del camino nos permitió. (…) Nos despedimos de los prisioneros con un abrazo (…) y nos encaminamos rumbo a Palma Mocha por un camino que bordea la costa”.
“Ustedes combaten por un hombre, nosotros por un ideal”, selló Raúl, su diálogo con el soldado Víctor Manuel Maché. En tanto, Fidel interviene en la conversación diciendo: “Los felicito. Se han portado como hombres. Quedan en libertad. Curen sus heridos y váyanse cuando quieran”.
Sobre las 4:30 a.m. los rebeldes se retiran del lugar, no sin antes incendiar el cuartel de la tiranía. Según narra el Che, fue el único momento de la guerra donde tuvieron más armas que hombres.
Raúl, en su referido Diario de Campaña, anotó con premonición: “Desde lo lejos, se veían arder sobre los cuarteles de la opresión, las llamas de la libertad. Algún día no lejano sobre esas cenizas levantaremos escuelas”.
Fue el primero de los éxitos rebeldes. Dos años después, el 17 de mayo de 1959, en La Plata se firmaría la Primera Ley de Reforma Agraria, la medida más radical de la Revolución en su etapa democrática-popular-agraria y antiimperialista.
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