Tenía el nombre del Mesías, y eso fue para los trabajadores azucareros. Era negro como el ébano y fuerte como el acero. Sus abuelos esclavos lucharon en la Guerra de los Diez Años y su padre Carlos, con apenas 15 años, se incorporó a la Invasión de Oriente a Occidente a las órdenes de Antonio Maceo.
En los antiguos barracones aprendió Jesús Menéndez Larrondo de la cultura de sus ancestros, y en los cortes de caña supo de los sufrimientos del hombre humilde del campo. Las luchas sindicales fueron su escuela y la defensa de los obreros azucareros su escenario natural. Hablaba pausado y arrastraba ligeramente la erre, pero era un formidable orador, de los que encendían al auditorio con la palabra.
De joven abrazó la ideología comunista y llegó a convertirse en el principal dirigente azucarero de Cuba, en el el líder aclamado de la Federación Nacional de Trabajadores Azucareros (FNTA). Durante el gobierno de Carlos Prío se desempeñó también como Representante a la Cámara por el Partido Socialista Popular (PSP), por lo que gozaba de inmunidad parlamentaria.
Su condición de líder incorruptible y valor personal hacían del revolucionario nacido en Encrucijada, el 14 de diciembre de 1911, una persona a la que había que silenciar como fuera.
Sus luchas por el pago del Diferencial Azucarero, una medida de amplio beneficio popular, decretaron finalmente su muerte. Jesús lo sabía, pero se negaba a a aceptarlo. Así les respondió a los obreros azucareros, que intentaban protegerlo:
“¿Por qué me van a matar a mí si yo estoy defendiendo el derecho de los trabajadores y algo que además es bueno para la patria? ¿Cómo me van a matar? Mira chico, si me matan, ese diferencial hay que pagárselo a los trabajadores de todas maneras, y si me matan a mí, quedan ustedes para que sigan reclamando el diferencial azucarero”.
El 22 de enero de 1948 se cumplió el faltal designio. Esa tarde, en la estación de trenes de Manzanillo, fue asesinado de tres balazos de revólver por la espalda.
El brazo ejecutor fue el capitán Joaquín Casillas Lumpuy, quien, ante la negativa de Menéndez de dejarse conducir preso, le disparó a traición con alevosía, mientras le gritaba histérico: “¡Te dije que ibas vivo o muerto!”.
El cadáver del dirigente azucarero recorrió Cuba de Oriente a Occidente y en cada localidad le rindieron honores al líder proletario. En su sepelio, Blas Roca, secretario general del PSP, realzó sus cualidades excepcionales, y afirmó:
“Menéndez, que no solamente tiene capacidad e inteligencia para ser dirigente entre todos sus compañeros, sino que además tiene decisión y coraje para marchar al frente y pelear contra todos los enemigos por los derechos colectivos”.
Mientras, Nicolás Guillén amigo suyo y compañero de ideales, lo inmortalizó con su famosa Elegía a Jesús Menéndez:
“¿Quién vio caer a Jesús? Nadie lo viera, ni aún su asesino. Quedó en pie, rodeado de cañas insurrectas, de cañas coléricas (…) Jesús no está en el cielo, sino en la tierra; no demanda oraciones, sino lucha; no quiere sacerdotes, sino compañeros; no erige iglesias, sino sindicatos. Nadie lo podrá matar”.
El ejemplo de Jesús Menéndez pervive en cada obrero del azúcar, en cada campesino. Hace 70 años pretendieron acallar su voz, pero solo lograron agigantar su figura. De su tumba se empinó el General de las Cañas para regresar victorioso, después del 1ro de enero de 1959, y decir: “Mirad, he aquí el azúcar ya sin lágrimas (…) He vuelto, no temaís. Fue largo el viaje y áspero el camino. Creció un árbol con sangre de mi herida. Canta desde él un pájaro de la vida. La mañana se anuncia con un trino”.
Su muerte fue un escalón más en estos 150 años de lucha de nuestro pueblo por la independencia. Al decir de Raúl Castro, en el aniversario 15 de su asesinato: “(…) su sangre se funde con la de los primeros luchadores contra el yugo colonial español y con la de los combatientes de la última etapa de lucha contra el dominio imperialista. Se funde con el torrente de nuestra liberación, con la sangre de nuestros mambises de 1868 y 1895, con la sangre de los rebeldes de 1953 y 1956”.
De esas raíces patrióticas bebió Jesús Menéndez Larrondo en su Encrucijada natal, un pequeño poblado del norte de la antigua provincia de Las Villas, donde había nacido el 14 de diciembre de 1911, en la finca La Palma.
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