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viernes, 1 de noviembre de 2024

El hoy, del Manifiesto de Montecristi

El 25 de marzo de 1895 debió ser uno de los días más agitados de la vida de José Martí y también uno de los más felices de su corta existencia...

Narciso Amador Fernández Ramírez en Exclusivo 26/03/2019
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Manifiesto de Montecristi
El Partido Revolucionario Cubano a Cuba, más conocido como Manifiesto de Montecristi. (Foto: Tomada del Portal José Martí).

La insurrección armada había estallado el 24 de febrero y debía, con su presencia en Cuba, organizar y hacer viable la Revolución que entonces iniciaba en el oriente del país.

Atrás habían quedado 15 años de exilio en los Estados Unidos, dedicados por entero, según sus propias palabras, a «unir lo diverso y lo disperso y a tejer las redes seguras de la conspiración en la Isla».

Ese día, apremiado por las felices circunstancias, escribió tres famosas epístolas: una a Doña Leonor Pérez, la mujer que le dio el ser; otra a María Mantilla, su hija del alma, y la tercera al amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal, considerada, junto a la de Manuel Mercado, su testamento político.

«Madre mía: Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en Vd. Yo sin cesar pienso en Vd.», así iniciaba, la que fuera, la última carta a la madre.

A su niña María, le dice: «Salgo de pronto a un largo viaje, sin pluma ni tinta, ni modo de escribir en mucho tiempo. Las abrazo, las abrazo muchas veces sobre mi corazón. Una carta he de recibir siempre de Uds, y es la noticia, que me traerán el sol y las estrellas, de que no amarán en este mundo sino lo que merezca amor (…)»

Mientras, al amigo dominicano le revela lo más íntimo de su pensamiento: «Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mí la patria no será nunca triunfo, sino agonía y deber. Ya arde la sangre. Ahora hay que dar respecto y sentido humano y amable, al sacrificio; hay que hacer viable, e inexpugnable, la guerra; si ella me manda, conforme a mi deseo único, quedarme, me quedo en ella; si me manda, clavándome el alma, irme lejos de los que mueren como yo sabría morir, también tendré ese valor».

Pero también el propio día 25, Martí sacó tiempo para redactar el famoso Manifiesto de Montecristi, documento programático de la Revolución de 1895, así llamado por el lugar de República Dominicana donde fuera redactado.


José Martí y Máximo Gómez firmaron el Manifiesto de Montecristi el 25 de marzo de 1895. (Foto: Tomada de Vanguardia)

Un inestimable manuscrito que firmó en su condición de Delegado del Partido Revolucionario Cubano; en tanto, Máximo Gómez, lo rubricaría como General en Jefe del Ejército Libertador.

Una relectura del importante documento permite ver la vigencia de sus ideas, a pesar de la distancia de los 124 años que nos separan de su redacción.

Desde la primera línea del Manifiesto, José Martí dejó claro la continuidad de la Revolución del 95 con aquella iniciada por Carlos Manuel de Céspedes, el 10 de octubre de 1868, ahora bajo la conducción de un partido que le daría cauce seguro hacia la victoria:

«La revolución de independencia, iniciada en Yara después de preparación gloriosa y cruenta, ha entrado en Cuba en un nuevo período de guerra, en virtud del orden y acuerdos del Partido Revolucionario en el extranjero y en la Isla, y de la ejemplar congregación en él de todos los elementos consagrados al saneamiento y emancipación del país, para bien de América y del mundo».

Reafirmó su concepto de «guerra necesaria» y explicó como la Revolución se hacía por caminos nuevos para evitar las tiranías y «sin reproducir los anquilosantes modelos de las repúblicas feudales y teóricas de Hispano-América», idea que conserva plena actualidad.

Para el Delegado, «La guerra no es, el insano triunfo de un partido cubano sobre otro, o la humillación siquiera de un grupo equivocado de cubanos; sino la demostración solemne de la voluntad de un país harto probado para lanzarse a la ligera en un conflicto sólo terminable por la victoria o el sepulcro»

Como político genial, como lo calificara Fidel, también Martí enfrentó el falso concepto de «guerra de razas» y el llamado «miedo a negro» con que España intimidaba  a los cubanos:

«Sólo los que odian al negro ven en el negro odio; y los que con semejante miedo injusto traficasen, para sujetar, con inapetecible oficio, las manos que pudieran erguirse a expulsar de la tierra cubana al ocupante corruptor».

Igualmente, refutó la falsa idea de que la guerra era contra el español, como hacía creer la Metrópoli: «En el pecho antillano no hay odio; y el cubano saluda en la muerte al español a quien la crueldad del ejercicio forzoso arrancó de su casa y su terruño para venir a asesinar en pechos de hombre la libertad que él mismo ansía. Más que saludarlo en la muerte, quisiera la revolución acogerlo en vida; y la república será tranquilo hogar para cuantos españoles de trabajo y honor gocen en ella de la libertad (…)».

Realmente podemos afirmar que no hubo idea patriótica sin encontrar cabida en tan significativa pragmática, por lo que el ideal latinoamericanista y de unidad continental martiano está bien representado en el Manifiesto:

«La guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en [el] plazo de pocos años, el comercio de los continentes, es suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún vacilante del mundo. Honra y conmueve pensar que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la independencia, abandonado tal vez por los pueblos incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre [...]»

Resultó el fruto meditado de una identificación total de pensamiento entre el viejo caudillo militar y el cerebro organizativo de la Revolución que nacía.

El propio Martí, en carta a Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra lo reconocía, al afirmar: «Del Manifiesto [...] luego de escrito no ocurrió en él un solo cambio [...] sus ideas envuelven, [...] aunque proviniendo de diversos campos de experiencias, el concepto actual del general Gómez y el Delegado».

Años después, el Generalísimo bautizaría al Manifiesto de Montecristi, como «el Evangelio de la República» y, para el bien nuestro, lo sigue siendo.


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Narciso Amador Fernández Ramírez

Periodista que prefiere escribir de historia como si estuviera reportando el acontecer de hoy


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