Cuando el 29 de agosto de 1956, Fidel Castro Ruz, a nombre del M-26-7 y José Antonio Echeverría Bianchi, en representación de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), firmaron la Carta de México, se estableció el compromiso sagrado de ambas organizaciones revolucionarias de luchar hasta las últimas consecuencias por el derrocamiento del dictador Fulgencio Batista.
Entonces, Fidel ya había proclamado de manera pública que en ese propio año serían Libres o Mártires, palabra que cumpliría con el desembarco del yate Granma el 2 de diciembre de 1956, por Los Cayuelos, en Playa las Coloradas.
Duro le fue a José Antonio no poder apoyar el desembarco, tal y como había acordado en México, pero no existían ni las mínimas posibilidades de secundar a Fidel y sus aguerridos expedicionarios, mucho menos en La Habana, donde se concentraba todo el poderío del tirano.
La espina quedó clavada en el pecho del joven dirigente estudiantil, que haría lo imposible por hacer valer el compromiso sellado de “Que ambas organizaciones han decidido unir sólidamente su esfuerzo en el propósito de derrocar a la tiranía y llevar a cabo la Revolución Cubana”.
A partir de entonces, Echeverría, con el brazo armado del Directorio Revolucionario, se dedicó a preparar de manera meticulosa la acción que estremecería a todo el país y que daría al traste con el régimen de oprobio establecido el 10 de marzo de 1952.
El plan era arriesgado, pero factible de realizar. Se trataba de ajusticiar al dictador en su propia madriguera del Palacio presidencial. Meses de estudio y vigilancia le antecedieron a la acción, pospuesta en más de una oportunidad a la espera del momento más indicado.
Se pensó en el propio 10 de marzo, cuarto aniversario del Golpe de Estado, pero Batista no asistió ese día a Palacio. Por eso, al confirmarse el día 13, aproximadamente a las 11 de la mañana, que la fiera estaba en su cubil, José Antonio no esperó más y dio la orden del ataque.
Tipo acción comando, todo dependía del factor sorpresa y la concatenación de acciones: un grupo, con Faure Chomón al frente, atacaría al Palacio y ajusticiaría a Batista; en tanto, otro, con Echeverría al frente, iría a la emisora Radio Reloj para convocar al pueblo a la lucha.
José Antonio, cumplió su cometido: tomó Radio Reloj y leyó su alocución al pueblo, la que no pudo salir completa al aire, al interrumpirse en mitad de ella. La misma que en palabras vibrantes anunciaba el ajusticiamiento del tirano en su propia madriguera. Eran, exactamente, las 3 y 21 minutos del 13 de marzo de 1957.
La gente de Faure Chomón logró penetrar en Palacio e, incluso, unos pocos pudieron llegar hasta el propio despacho de Batista, quien aterrorizado huyó por un pasadizo secreto y así evitó que se consumara su ajusticiamiento revolucionario, pero obligados por la superioridad de fuego del enemigo y sin el apoyo de un tercer grupo de hombres que nunca llegaría, no les quedó más remedio que retirarse a tiros, con varios heridos a cuestas, entre ellos Juan Pedro Carbó Serviá, quien salvaría su vida de manera milagrosa.
Minutos después de salir de Radio Reloj, Echeverría cayó combatiendo al costado de la universidad que tanto le viera luchando y la que le reconocía como el líder indiscutido de la FEU y jefe máximo del Directorio Revolucionario. Sus palabras, escritas horas antes en el Testamento Político, resultaron proféticas en todos los sentidos:
“Esta acción envuelve grandes riesgos para todos nosotros y lo sabemos. No desconozco el peligro. No lo busco. Pero tampoco lo rehúyo. Trato sencillamente de cumplir con mí deber (…) Si caemos, que nuestra sangre señale el camino de la libertad. Porque, tenga o no nuestra acción el éxito que esperamos, la conmoción que originará nos hará adelantar la senda del triunfo”.
También Manzanita o el Gordo, había especificado que la acción era la respuesta a un compromiso mayor, aquel firmado con Fidel meses atrás en México y rubricado en forma de Pacto.
No pudo ser antes, pero fue ese día, 13 de marzo de 1957, por demás Día del Arquitecto, la profesión que José Antonio había abrazado y de la que nunca logró graduarse, al caer abatido a balazos con apenas 25 años de edad.
Así lo dejó escrito, el hijo ilustre de Cárdenas: “Nuestro compromiso con el pueblo de Cuba quedó fijado en la Carta de México, que unió a la juventud en una conducta y una actuación. (…) Creemos que ha llegado el momento de cumplirlo. Confiamos en que la pureza de nuestra intención nos traiga el favor de Dios para lograr el imperio de la justicia en nuestra patria”.
Por eso, Fidel, el 8 de enero de 1959, camino hacia La Habana en la Caravana de la Libertad, se desvió para llegar al cementerio cardenense y ante la tumba de José Antonio agradecerle su gesto glorioso y patriótico.
Lamentablemente, los sucesos del 13 de marzo no permitieron darle el golpe de gracia a la tiranía. Faltarían meses para que llegara ese momento pero, como el propio José Antonio había predicho, su sangre abonó el camino de la libertad y la conmoción de los sucesos hizo adelantar la senda del triunfo.
Vale entonces, a 61 años de esos heroicos acontecimientos, recordar una valoración del Historiador de la Ciudad de La Habana, doctor Emilio Roig de Leuchsenring, quien calificó al 13 de marzo de 1957 como: “La hazaña mas fieramente audaz de nuestras luchas por la libertad”.
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