Una sumaba más de cuatro décadas de vida; la otra, apenas dos; bien podrían haber sido madre e hija, pero la vida decidió unirlas de otra manera: una misma causa las convirtió en compañeras, en amigas.
En los años 50 del siglo pasado se vivía bajo mucha tensión: “Batista regresó al poder el 10 de marzo de 1952 y empezó entonces la etapa más sangrienta de la historia cubana desde la guerra de independencia, casi un siglo antes. Las represalias de las fuerzas represivas de Batista costaron la vida a numerosos presos políticos. Por cada bomba que estallaba, sacaban a dos presos de la cárcel y los ejecutaban de modo sumario. Una noche en Marianao, un barrio de La Habana, se repartieron los cuerpos de 98 presos políticos por las calles, acribillados de balas”. Así describía la situación el periodista estadounidense Jules Dubois, especialista de la realidad cubana de la época.
Mientras tanto, la lucha clandestina continuaba, porque era inminente ponerle fin a la situación. No fueron pocos quienes desafiaron al régimen y los que, luego de arriesgar sus vidas, terminaron entregándola, con la convicción de que la causa era tan justa como necesaria. Como en cada etapa de nuestra historia, la mujer cubana también tuvo protagonismo en ello.
A mediados de 1957, Lidia se convertía en mensajera del Che y, unos meses antes, la joven Clodomira comenzaba la misma labor junto a Fidel, tarea decisiva que desempeñaron con astucia y responsabilidad, hasta el día en que el odio y la impotencia decidieron arreciar contra quienes, “osadamente”, decidían enfrentar al “jefe”.
Cuando a mediados de 1958, en un intento por eliminar a los rebeldes de la Sierra Maestra, el ejército batistiano sufrió una derrota, aumentó la represión hacia aquellos que desde las ciudades combatían clandestinamente. Ambas mujeres habían llegado a La Habana por esa fecha, con importantes misiones que debían cumplir. Se cuenta que, de no haber sido por un acto de traición, ambas no hubieran sido capturadas.
Aunque se alojaban en casas diferentes, en los municipios de Guanabacoa y San Miguel del Padrón, respectivamente, la noche del 11 de septiembre se encontraban juntas en el apartamento de Clodomira, que no contaba con las condiciones necesarias de seguridad, y donde también estaban otros combatientes clandestinos. Allí fueron sorprendidos por las fuerzas policiales, en horas de la madrugada, y lo que sucedió después causa repudio e indignación.
“El día 13 de septiembre Ventura las mandó a buscar conmigo (…) Al bajar del sótano que hay allí y empujarla Ariel Lima, Lidia cayó de bruces y casi no se podía levantar por lo que este la golpeó con un palo, los ojos se le saltaron al darse contra el contén de la escalera. Clodomira me soltó y le fue arriba a Ariel arrancándole la camisa y clavándole las uñas en el rostro, traté de quitársela y entonces se viró y saltó sobre mí (…) tuvieron que quitármela a golpes”; así lo narró un guardaespaldas de Esteban Ventura Novo en un juicio realizado luego del triunfo revolucionario. Como si las crueles torturas no hubieran sido suficientes, ya casi moribundas las metieron en sacos con piedras, las sumergían y las sacaban del mar, a ver si de esa manera lograban extraerles información, pero ni así.
“Fácil es imaginar la indignación de los combatientes revolucionarios cuando recibieron aquella noticia. Lidia había sido una formidable colaboradora desde los primeros momentos; y Clodomira era una joven campesina, humilde, de una inteligencia natural grande y de una valentía a toda prueba”, expresó el Comandante en Jefe Fidel Castro durante un discurso en el año 1960.
“Aquellos cobardes no solo llegaron a ultrajar a mujeres cubanas, sino que hasta las llegaron a asesinar. Y lo hicieron porque sabían que la Revolución tenía en las mujeres verdaderos combatientes, verdaderas luchadoras. Y aquí, donde siempre fue tradición el respeto a la mujer, hicieron trizas de esas tradiciones y no respetaron a las mujeres”, declaró.
Sin embargo, Lidia y Clodomira se multiplicaron en cada mujer que, de acuerdo con el contexto en que le ha tocado vivir, se ha mantenido firme a sus ideales, apoyando y defendiendo la justicia como el valor más preciado.
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