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miércoles, 27 de noviembre de 2024

Cuba, ¿la fruta que maduró? (III y final)

La firma del Tratado de París frustró décadas de luchas e incontables sacrificios...

Haroldo Miguel Luis Castro en Exclusivo 30/12/2018
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Máximo Gómez
"Yo sólo creo en una raza: la humanidad; y para mí no hay sino naciones buenas y malas", escribía Máximo Gómez

Ante la eminente intervención estadounidense en el conflicto cubano-español, el alto mando ibérico, temeroso de perder de una vez y para siempre sus últimas propiedades en el Caribe, apeló a la desesperada opción de establecer una alianza con el ejército mambí para enfrentar al poderío norteamericano. Fue así como el general Ramón Blanco, principal autoridad militar española en la Mayor de las Antillas, escribió una lamentable misiva a Máximo Gómez en la que pidió, entre otras cosas, olvidar las diferencias de tantos años y luchar bajo una misma dirección, a lo que Gómez respondió:

Me asombra su atrevimiento, al proponerme nuevamente términos de paz, cuando usted sabe que cubanos y españoles jamás pueden vivir en paz en el suelo de Cuba. Usted representa en este continente una monarquía vieja y desacreditada y nosotros combatimos por un principio americano; el mismo de Bolívar y Washington.

Usted dice que pertenecemos a una misma raza y me invita a luchar contra un invasor extranjero, pero usted se equivoca otra vez, porque no hay diferencias de sangre ni de razas.

Yo sólo creo en una raza: la humanidad; y para mí no hay sino naciones buenas y malas; España habiendo sido hasta aquí mala, y cumpliendo los Estados Unidos, hacia Cuba, un deber de humanidad y civilización, en estos momentos.

Desde el atezado indio salvaje, hasta el más refinado rubio inglés, un hombre es para mí, digno de respeto, según su honradez y sentimientos, cualquiera que sea la raza a que pertenezca o la religión que profese. Así son para mí las naciones, y hasta el presente sólo he tenido motivos de admiración hacia los Estados Unidos.

He escrito al Presidente Mac Kinley y al general Miles, dándoles las gracias por la intervención americana en Cuba. No veo el peligro de nuestro exterminio por los Estados Unidos, a que usted se refiere en su carta. Si así fuese: la historia lo juzgará.

Por el presente sólo tengo que repetirle que es muy tarde para una inteligencia entre su ejército y el mío.

Su atento servidor, Máximo Gómez

Si bien es cierto que figuras de la talla de José Martí y Antonio Maceo, dos de los principales pilares de la gesta iniciada en 1895, manifestaron en incontables ocasiones su rotundo desacuerdo en establecer lazos con los Estados Unidos por correr el peligro de comprometer la independencia de Cuba, para la fecha, solo permanecía con vida el valeroso general dominicano; a quien no se le debe empañar su grandeza por ver en la intromisión norteamericana la oportunidad de vencer al enemigo que tanta sangre y sacrificio había costado.

Luego de declarar de manera formal la guerra a España, la administración norteña, aprovechando su sabida superioridad por mar, desplegó un bloqueo naval que no tuvo efectos hasta dos meses después, cuando comenzaron realmente las hostilidades. Respecto a la preparación para los enfrentamientos, el coronel Ermalov, enviado por el Zar de Toda Rusia como observador, recogió en sus memorias:

“Se conformaron una fuerzas con 100 000 voluntarios y 62 597 regulares, de ellos 40 000 para la defensa de la costa atlántica estadounidense, y de los restantes 30 000 regulares y 50 000 voluntarios se dedicaron a la guerra contra Cuba. Según el plan concebido, estas tropas, más los 50 000 mambises calculados, serían suficientes para enfrentar a los 80 000 españoles supuestamente aptos para el combate en la Isla”.

El 1ro de mayo de 1898 en la zona de Bayamo se concretó el compromiso de colaboración a través de la entrevista del lugarteniente general Calixto García con el teniente de la US Army Andrew S. Roman, quien llegó a Cuba gracias a labores clandestinas.

Pese a los incontables esfuerzos de la Casa Blanca por desarrollar una acción militar rápida y contundente, todo fue en vano. La visión que tenían de las condiciones a las que se enfrentarían estaba bien lejos de la realidad. Hecho que quedó demostrado en el mismo intento de llegar al país. Al respecto, el historiador cubano Alberto Rodríguez Díaz, en su texto Algunas reflexiones en torno a la guerra cubano-hispano-estadounidense relató:

“El desembarco era muy pomposo y las tropas invasoras están vestidas del uniforme de invierno, pura lana negra. Sin embargo, en Santiago, en esta etapa, el clima ronda 31 grados Celsius por lo que el calor era enloquecedor. Las tropas hispanas que custodiaban el litoral Este de la zona de operaciones visibilizaban perfectamente el desembarco del regimiento de caballería Rough Rider al mando del coronel Teodoro Roosevelt, quien posteriormente fuera presidente de los Estados Unidos.

”El lugar no brindaba ningún tipo de protección a los que desembarcaban, no así para los defensores que se escudaban en las malezas y bajo la protección de la altura de su posición. Al abrir fuego casi diezman a los americanos que no hicieron otra cosa que pegarse al terreno llenos de pánico. Las fuerzas mambisas destacadas para proteger el desembarco entraron en acción librando combate contra la defensa española desalojándola de las alturas”.

La participación del ejército insurreccional en cada una de las operaciones militares ejecutadas en conjunto fue determinante. Aun cuando el norteamericano contaba con un mínimo de preparación, dejó mucho por desear en cuanto a disciplina y organización. A esto se le sumó su total ignorancia sobre el teatro de operaciones. No obstante, sería injusto afirmar que la armada estadounidense no contribuyó al feliz término de los combates desarrollados, aunque tampoco se le debe otorgar demasiado crédito.

PARÍS Y EL NACIMIENTO DE UN IMPERIO

La rendición de la ciudad de Santiago de Cuba marcó prácticamente el fin de las hostilidades. El 16 de julio de 1898, bajo la sombra de un árbol donde hoy se ubica un monumento en perpetua evocación a dicha fecha, el alto mando español capituló ante las armas estadounidenses. Luego de tantos años de lucha, parecía que Cuba podía cumplir el sueño de erigirse como una República libre. Sueño que comenzó a romperse en el instante en el que Calixto García y sus hombres se vieron privados de entrar en la ciudad y ser reconocidos como legítimos vencedores de la contienda.

Con la burda escusa de impedir represalias y actitudes impropias por parte de los mambises, el mayor general William Shafter se tomó la atribución de negarles el paso. Actitud que no gustó para nada a García y motivó una resentida carta donde llegó a comparar la determinación y nobleza de sus hombres con la de los padres fundadores que consiguieron su soberanía arrebatándosela a los ingleses

En realidad, tan penoso acontecimiento solo era la antesala de la prepotencia que exhibió el “desinteresado amigo” en fechas posteriores. Con la firma preliminar de la paz suscrita en Washington el 12 de agosto y finalmente en París el 10 de diciembre, a los cuales en ninguna de las dos ocasiones fue invitada la parte cubana, España dejó en manos norteñas, además de Cuba, a Puerto Rico, Filipinas e Islas Guam.  

Así se cumplió el histórico anhelo de tomar las riendas de su “patio trasero”. La fruta había caído y, con ella, toda ilusión de soberanía. Como lo predijo Martí, con la absorción del país, Estados Unidos surgió como un imperio voraz que ya no se detendría. La bandera de la estrella solitaria ondeaba ahora, pero bajo la tutela de un águila.


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Haroldo Miguel Luis Castro

Periodista y podcaster


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