Unos cuarenta días habrían pasado luego del triunfo de la Revolución cubana cuando el Comandante Guevara fue llamado al Palacio de la Revolución, donde se había establecido el primer Consejo de Ministros del Gobierno Revolucionario. No tenía la menor idea de que él sería el motivo de una de las medidas iniciales del nuevo gobierno.
Cuentan que fue Fidel quien propuso la idea y cuando Luis Buch, entonces secretario del Consejo de Ministros, le informó la decisión al Che, este creyó no merecer el honor que se le hacía. En su modestia, a prueba de cualquier vanidad, pensó no estar a la altura del acuerdo que había acabado de firmar el Consejo de Ministros y que formaría parte de la Constitución de la República: “…son cubanos por nacimiento (…) los extranjeros que hubiesen servido a la lucha contra la tiranía derrocada el día 31 de diciembre de 1958 en las filas del Ejército Rebelde durante dos años o más, y hubiesen ostentado el grado de comandante durante un año por lo menos”. Solo faltó ponerle su nombre y apellidos, al que sería el inciso del artículo 12 de la Ley de leyes.
Años después, Luis Buch narró otros detalles de ese momento. Al informarle, el Che se negó porque “solo había luchado en Cuba como hubiera hecho en cualquier otra parte del mundo, por la libertad de un pueblo”. El secretario del Consejo de Ministros se resistió a la negativa y le dijo: “Un honor de tal magnitud no puede rehusarse, pues sería un desaire al pueblo de Cuba y al Gobierno Revolucionario”. El Che lo abrazó y juntos entraron al salón donde permanecía reunido el máximo órgano de gobierno.
Con esta justa decisión, Guevara se sumaba al Generalísimo Máximo Gómez, a quien también le había sido dada esa distinción por su entrega ilimitada durante la Guerra de los Diez Años, primero, y en la del 95, después; uno argentino, el otro dominicano, ambos dados por entero a la causa de la isla; cada uno en su tiempo, cada uno con sus hazañas, cada uno con sus desprendimientos y esfuerzos.
El Che llegó a Cuba a bordo del yate Granma. Bastó un solo encuentro con Fidel, en el México del año 1955, para colarse de un tirón en el grupo de expedicionarios. Se sabe que fue una travesía difícil, para él más. Durante los días del viaje, el asma, su mayor pesadilla, no dejó de perseguirlo, y los medicamentos resultaron insuficientes.
Con el fango al pecho y hostilizado por la aviación enemiga tocó tierra cubana por vez primera, “dando traspiés, constituyendo un ejército de sombras, de fantasmas, que caminaban como siguiendo el impulso de algún oscuro mecanismos síquico”.
Nueve años después, con los grados de Comandante sobre sus hombros y la lealtad incondicional del pueblo de Cuba que para entonces ya lo había convertido en el Che que conocería el mundo entero, dejó una carta de despedida en manos de Fidel.
El 3 de octubre de 1965 se constituyó el primer Comité Central. Al presentarlo, el Comandante en Jefe dijo: “No hay episodio heroico en la historia de nuestra patria en los últimos años que no esté ahí representado... Hay una ausencia en nuestro Comité Central de quien posee todos los méritos y todas las virtudes necesarias en el grado más alto para pertenecer a él y que, sin embargo, no figura entre los miembros de nuestro Comité Central”.
Entonces leyó aquella carta del adiós en la que el Che escribió: “…me despido de ti, de los compañeros, de tu pueblo que ya es mío”, quizás no en alusión a aquel acuerdo del Consejo de Ministros, que no hizo más que poner en papel serio el amor inmenso de Cuba hacia él.
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