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domingo, 24 de noviembre de 2024

Céspedes: el hombre-símbolo

Carlos Manuel de Céspedes fue electo presidente de la República de Cuba en Armas, cargo que merecía por ser el iniciador de nuestras gestas independentistas...

Narciso Amador Fernández Ramírez en Exclusivo 12/04/2022
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Carlos Manuel de Cespedes monumento en Bayamo
Céspedes, al frente de los orientales, era partidario de un mando militar único, al cual se le subordinara el mando civil.

José Martí lo calificó con el hombre del ímpetu en bella semblanza, quizás la mejor caracterización hecha del ilustre abogado bayamés, quien, en el mañana gloriosa del 10 de octubre de 1868 tomó la decisión heroica de levantase en armas contra el colonialismo español.

Mientras, Eusebio Leal, en la introducción al libro Carlos Manuel de Céspedes El Diario Perdido, lo definió como hombre-símbolo, incomprendido como muchos grandes de la historia, pero insustituible al contar la nuestra. De ahí, que el descubridor de esa joya historiográfica escribiera de quienes lo impugnaron en vida: “…no reconocieron los valores del hombre-símbolo, no vieron a la Patria como parte de una realidad continental y universal, muchos fueron héroes de patria chica”.

Resultó Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo el volcán impetuoso e imperfecto de aquel inolvidable décimo día de octubre de 1868, cuando hizo tañer las campanas de su ingenio Demajagua, dio la libertad a sus esclavos y proclamó la independencia de Cuba. Tenía entonces 50 años por cumplir, pues había nacido el 18 de abril de 1819 en la villa de San Salvador de Bayamo.

Y lo hizo contra aquellos que preferían acopiar más armas y esperar el fin de la zafra para iniciar el levantamiento armado. El propio Céspedes daba la respuesta a esos timoratos: “Todo lo sé, pero no es posible aguardar más tiempo. Las conspiraciones que se preparan mucho siempre fracasan, porque nunca falta un traidor que las descubra. Yo estoy seguro que todos los cubanos seguirán mi voz… A un pueblo desesperado no se pregunta con qué pelea. Estamos decididos a luchar y pelearemos aunque sea con las manos”.

Seis meses después, el 10 de abril de 1869, los representantes de los tres departamentos en guerra contra España se reunieron en el poblado de Guáimaro y allí aprobaron la primera de nuestras Constituciones y designaron a Carlos Manuel de Céspedes como presidente de la República de Cuba en Armas.

En la Asamblea de Guáimaro hubo criterios encontrados. Céspedes, al frente de los orientales, era partidario de un mando militar único, al cual se le subordinara el mando civil; en tanto, los camagüeyanos y villareños, liderados por Ignacio Agramonte, pedían lo opuesto. Al final, el caudillo oriental cedió y se creó una Cámara de Representantes con poderes civiles por encima del mando militar, un error que a la larga traería funestas consecuencias a la Revolución del 68.

Esa actitud de Céspedes, de poner por encima la unidad revolucionaria a sus propios criterios, hizo que Martí en la referida semblanza dedicada a él escribiera: “Decía Céspedes, que era irascible y de genio tempestuoso: ‘Entre los sacrificios que me ha impuesto la Revolución el más doloroso para mí ha sido el sacrificio de mi carácter’. Esto es, dominó lo que nadie domina”.

Carlos Manuel de Céspedes se desempeñó como presidente de la República de Cuba en Armas por espacio de cuatro años y seis meses. En ese tiempo la insurrección armada vivió momentos de apogeos y otros de duros contratiempos, sin que el bien llamado Padre de la Patria flaqueara, sin ser infalible, lo que le ganó enemigos dentro de las propias filas de la Revolución.

Esas mezquindades humanas llevaron a su destitución por la Cámara de Representantes el 27 de octubre de 1873, en Bijagual, y su posterior reclusión en la agreste zona de San Lorenzo, donde residiría los últimos meses de su vida hasta caer en combate, víctima de una delación, el 27 de febrero de 1874, sin que le fuera permitido, incluso, como era su deseo, marchar hacia el exterior, hacia Jamaica, donde pretendía reunirse con su esposa Ana de Quesada y sus dos pequeños hijos jimaguas, a los que nunca pudo conocer.

Manuel Sanguily narró de manera poética esos últimos minutos de vida del “presidente viejo”, como le llamaban con respeto en la ranchería de San Lorenzo: “…acorralado, perdido, no vacila en el instante supremo, se ofrece al porvenir como ejemplo magnífico de fortaleza, se ofrenda a la patria en holocausto, y con el corazón destrozado por su propia mano en el último disparo, desaparece en el foso, como un sol de llamas que se hunde en el abismo”.

Su cadáver cayó en manos de los españoles, quienes lo trasladaron a Santiago de Cuba y lo expusieron de manera pública en el Hospital Civil. Años después, en la noche del 25 de marzo de 1879, manos piadosas de cubanos exhumaron sus restos y pudieron salvarlo de la fosa común y del olvido.

Su muerte fue un duro golpe para la Revolución, quien perdía no solo a su iniciador, sino al hombre de mayor prestigio dentro del campo mambí y al cubano íntegro y cabal, quien prefirió ver fusilado a su hijo Oscar antes que ceder a sus principios patrióticos: “Oscar no es mi único hijo, soy el padre de todos los cubanos que mueran por las libertades patrias”.

Céspedes fue un hombre de pensamiento radical y avanzado para su época. Hombre culto dominaba con fluidez el inglés, francés e italiano, y era erudito en las fuentes latinas. Fue dueño de hombres, pero en la mañana del primer día de libertad les quitó los grilletes de esclavos y les llamó hermanos, conminándolos a unirse a favor de la independencia de Cuba.

Desde el propio Manifiesto del 10 de Octubre tendió puentes de solidaridad con las repúblicas hermanas de Latinoamérica y supo ver la mala voluntad del gobierno de los Estados Unidos contra la independencia de Cuba, y así lo manifiesta en carta a José Morales Lemus, su ministro plenipotenciario en la nación norteña:

“Por lo que respecta a los Estados Unidos tal vez esté equivocado, pero en mi concepto su gobierno a lo que aspira es a apoderarse de Cuba sin complicaciones peligrosas para su nación y entretanto que no salga del dominio de España, siquiera sea para constituirse en poder independiente; este es el secreto de su política y mucho me temo que cuanto haga o proponga, sea para entretenernos y que no acudamos en busca de otros amigos más eficaces o desinteresados”.

Vale recordarlo entonces en toda su dimensión, cuando el 11 de abril de 1869, al ser proclamado presidente de la República en Armas, dijo: “Cubanos con vuestro heroísmo cuento para consumar la independencia. Con vuestra virtud para consolidar la República. Contad vosotros con mi abnegación”.


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Narciso Amador Fernández Ramírez

Periodista que prefiere escribir de historia como si estuviera reportando el acontecer de hoy


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