Hay una sola judoca cubana que guarda en su historia cuatro medallas olímpicas: bronce (Barcelona 1992), oro (Atlanta 1996), plata (Sídney 2000) y bronce (Atenas 2004), ganadas de forma consecutiva desde 1992 hasta el 2004. Claro, la hazaña se pinta mayor cuando se conoce que estuvo a punto de una quinta en Beijing 2008, donde terminó quinta y se despidió del deporte activo.
En preseas mundiales no quiso emular con nadie de Cuba ni Latinoamérica y su vitrina de siete medallas atraviesa también lo inédito. Tres doradas (1995, 1999 y 2007), par de platas (1997 y 2003) y dos bronces (1993 y 2005) la encumbraron, entre otros premios, a ser la primera judoca cubana en el Salón de la Fama Internacional de esta disciplina.
Aunque Driulis nunca se interesó por saber la raíz de su nombre, la verdad sobre sus primeras inclinaciones deportivas es inimaginable y poco conocida por seguidores y hasta por sus amigos. Nostalgias aparte, a la más laureada de nuestras judocas nunca le interesó esta disciplina cuando pequeña.
Soñaba con pasear su figura de mujer por pistas de atletismo. Ahora, con buen humor y la habitual entrega al entrenamiento se dispone a librar un combate de revelaciones humanas. Aquí nadie ganará medallas, sólo comprenderemos un poco más a una guantanamera de nacimiento y cubana de corazón.
¿Cómo es eso que querías ser campeona de atletismo?
“Desde chiquita siempre me gustó correr, lo hacía en el barrio y le ganaba hasta los varones. Por eso estuve practicando hasta los 12 años ese deporte. Mi especialidad era la velocidad y soñaba con representar a Cuba en un torneo internacional y ser campeona. Jamás pensé en un tatami hasta el día en que…”
¿Te fue mal en las pistas o simple embullo de adolescente?
“Más lo segundo que lo primero. Una hermana mía que era judoca me llevó una tarde a sus entrenamientos y ante la insistencia de sus compañeras de que aprendiera, aprendí. Lo hice mirando mucho y sin perder el amor por el atletismo. A los ocho meses gané el campeonato nacional juvenil y entonces las cosas sí tomaron seriedad”.
Tanta seriedad que no paraste hasta títulos mundiales y olímpicos
“Y paré por la edad. (sonríe) En mi carrera solo tomé un alto cuando la maternidad. Era una etapa esperada y lógica, que logré superar felizmente porque cuando Driulis volvió sentía más fuerzas y entrenaba más duro.
Desde esa fecha hasta mi retiro cada año valoré mi forma física porque no es igual cuando 19 que 33 años. Y voy a decirte más, voluntad para ganar el oro en cualquier competencia siempre me sobró. Por eso pude lograrlo en el mundial del 2007, casi a punto de retirarme”.
¿Cómo valoras la fama y la huella que has dejado en la historia del judo, y más allá, en el deporte cubano?
“Nunca me ha molestado la fama ni la popularidad, aunque hay quienes dicen que la primera es para la eternidad y la segunda es momentánea. Cuando las personas me reconocen en la calle converso con ellas y hasta he recibido invitaciones para visitar familias que ni siquiera conozco.
“En el extranjero, sobre todo en Japón, se quedaban hipnotizados con el equipo completo: Amarilis, Legna, Sibelis, Luna, Daima, pero ninguna de nosotras se creía cosas porque estábamos en casa del trompo. Al judo, a mis entrenadores y al esfuerzo personal les debo quedar en la historia del deporte cubano. Ese mérito compromete sin vanidad ni arrogancia”.
El entendimiento tuyo con el profesor Ronaldo Veitía pasó por varias etapas.
“Lo logrado por el judo femenino cubano lleva, sin discusión, la marca exigente y fuerte del profe Veitía, tal y como le decimos todas. Luego de más de 15 años bajo su tutela puedo asegurar que después del embarazo es cuando mejor me entendí con él.
“Las incomprensiones pasadas estuvieron relacionadas siempre con mi carácter, mientras que los elogios mayores los cargaba mi extraordinaria dedicación al entrenamiento”.
¿Algo más que reconocer en Driulis más allá de las medallas y el judo?
“Mi amistad. Soy una amiga fiel y respondo en los momentos difíciles. Sibelis Veranes, campeona olímpica de Sídney 2000, es ejemplo de que no miento en este aspecto. Este es un deporte que si bien te desarrolla o endurece el carácter no te hace perder la feminidad, la ternura y mucho menos el amor como algunos piensan. Ojalá, además de mis títulos, todos supieran el gran concepto que tengo de la amistad”.
Tu rival más enconada por mucho tiempo fue la española Isabel Fernández. ¿Cómo se llevan ahora?
“Somos buenísimas amigas. Claro, eso sucedió después de mi cambio de división (era 57 kilogramos y desde el 2003 pasé a competir en 63 kg). Antes nos saludábamos en los torneos y luego ni hablábamos. Ahora no. Isabel es una persona maravillosa y las relaciones se extienden también a nuestras familias. Creo que si hubiera seguido en su peso la rivalidad se mantendría y ninguna hubiera dado el brazo a torcer”.
El tiempo conspira con el final de la entrevista. Driulis se para y quiere entrar ya al tatami para comenzar una sesión de entrenamiento que le toca dirigir en su nueva función dentro de la selección nacional. Una última ráfaga de preguntas encuentra respuestas cortas que me despiden de ella.
¿El dolor más grande?
“Que mis padres no vieran mi mejor resultado, el oro de Atlanta 1996, por haber fallecido meses antes”.
¿Por qué nunca fuiste capitana de equipo?
“No me interesó nunca, prefería y todavía prefiero ser ejemplo ante mis compañeras en el entrenamiento”.
¿Lo más fácil: ser olímpica o ser madre?
“Ninguna de las dos. Ambas ocuparon mi mente en diferentes momentos y por suerte, vencí”.
¿Entenderá Peter Javier tu carácter?
“Enfrenté sola la maternidad y como soy con él, una súper mamá, creo que siempre me va a entender”.
¿Y el atletismo?
“Bien guardado en la memoria. Nada más”.
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