Aunque la época impuso limitaciones lógicas la cita de Estocolmo 1912 demostró serios intentos de convertir a los Juegos Olímpicos en eventos eficientes, regidos por normas bien establecidas y escenarios con recursos novedosos.
Pese a ser la única candidatura recibida por el Comité Olímpico Internacional (COI) el proyecto financieramente apoyado por el gobierno sueco dejó 120 mil coronas de ganancia, hecho inédito que probó su rentabilidad.
«Pasaron de ser una modesta competencia deportiva a ser un acontecimiento mediático global», resumió un historiador.
«La preparación y la difusión de los juegos, los lugares construidos especialmente para el evento y la exposición mediática comenzaron a eclipsar el papel de las competencias atléticas en sí mismas», agregó.
La cita transcurrió entre el 5 de mayo y el 27 de julio, un período aún demasiado largo para lo pretendido, y fue respaldada por 28 naciones y 2 407 competidores, 48 de ellos mujeres, con un programa de 102 pruebas en 14 deportes.
Por vez primera hubo cronómetros electrónicos para las modalidades de pista del atletismo, debutó el pentatlón moderno, basado en los entrenamientos de los soldados franceses, y las féminas tuvieron acceso a la natación y el clavados.
Hubo participantes de todos los continentes, lo que inspiró el emblema de los cinco aros de colores actualmente vigente en la bandera del COI y marcó un precedente importante para la universalización de esas justas.
El boxeo fue excluido por estar prohibido en la nación anfitriona y tampoco fue convocado el ciclismo de pista, pero hubo una prueba de ruta a 320 kilómetros, la más larga de la historia olímpica.
Los organizadores también intentaron dejar fuera a la maratón, pero fue contundente la oposición del COI, que le consideró como lo más emblemático del atletismo.
Paradójicamente allí se lamentó la primera muerte de un atleta en busca del triunfo cuando el portugués Francisco Lázaro se desplomó y falleció antes de llegar a la meta.
Pasó a la historia como un hecho curioso el combate de lucha greco sostenido durante 11 horas por el ruso Martin Klein y el finlandés Alfred Asikainen en las semifinales de los pesos medianos.
El estadounidense Jim Thorpe, de padre irlandés y madre indígena, resultó la gran estrella al triunfar en decatlón y pentatlón, pero meses después le fueron retiradas sus preseas porque había cobrado algunos dólares por jugar béisbol.
La prensa de su país orquestó un revuelo asociado por muchos al origen étnico del competidor, y solo en 1982 el COI aprobó una reparación histórica: el 18 de enero del año siguiente sus hijos recibieron medallas conmemorativas, porque las originales fueron robadas de un museo.
Por cierto, las sustraídas formaron parte del último lote de oro macizo distribuidas en Juegos Olímpicos, otro sello distintivo de una justa enriquecida por un programa artístico paralelo.
Este implicó cinco categorías: arquitectura, literatura, pintura, escultura y música, a partir de obras inspiradas o influencias por el deporte.
El concurso por países fue dominado por Estados Unidos con 25 títulos, uno más que la delegación de casa, que logró un total mayor de metales: 65 por 63.
Cuba envió a cuatro atletas, incluido el gran esgrimista Ramón Fonst, pero a sus 41 años el sueño de reverdecer laureles no se hizo realidad.
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