Por estos días las calles están vacantes. Todo el mundo está frente al televisor, mirando el Mundial de Fútbol. No importa si se vuelven fanáticos una vez cada cuatro años, y después se les pasa la furia, un “si te he visto no me acuerdo” y hasta el próximo Mundial. Esto sí es integración; se olvidan las diferencias, ya no concierne si eres transexual, abakuá, macho retrógrado, o todo junto; el fútbol es para todos. Me guste o no, estoy en una minoría cuyos derechos no defiende nadie.
-Pero ¿cómo puede no gustarte el fútbol? –me pregunta mi vecino, mientras enfila los santos frente al televisor, para que tengan mejor vista.
Quiero explicar que me gustaría una actividad deportiva en la que haya una representación de Cuba, para poder identificarme. Quiero decir que el deporte cubano por antonomasia es la pelota, y que me jode que le den tanta cobertura al fútbol, y exista a su vez tanta reticencia mediática a hablar de los grandes peloteros que se fueron de Cuba… Pero no quiero sonar demasiado intelectual, así que me decanto por una verdad más simple:
-Es que no entiendo. Un montón de gente corriendo detrás de una pelota. Y cuando finalmente la alcanzan, ni siquiera la pueden tocar con la mano. Es absurdo.
-Oye, le gusta a todo el mundo. ¿Tú te crees mejor que todo el mundo?
Esta, por supuesto, es una pregunta con trampa. No hay maneras de salir bien de ahí. Pero en este Mundial estoy tratando de ahorrarme estos problemas: Tengo una estrategia.
Primer punto de mi estrategia: Cuestionarme si vale la pena decir la verdad.
-Hola, Diana ¿ya viste cómo le va a Brasil?
-No, qué va. No me gusta el fútbol.
-¿Pero viste qué bueno está Messi?
-No me interesa vacilar a Messi. Es que no me gusta eso de disfrutar a alguien solo por su físico, me parece muy superficial…
-Ay, qué fina y profunda. Seguro que no coges guagua ni tienes vecinos que griten en el solar de enfrente. ¿Tomas champagne con las comidas?
Pregunta con trampa. Otra vez.
Segundo punto de mi estrategia: aprovechar el momento.
Ya no hay grandes colas para Coppelia, ni para pagar el teléfono, ni para el agro. Si me informo de los juegos más importantes, probablemente pueda cruzar Quinta Avenida sin mirar a los lados. Tengo un mes entero para sentarme en la mejor mesa de los restaurantes; por primera vez en la vida, la persona que me encuentre en la calle no será un completo extraño; sino que tendrá algo en común conmigo: estará ahí, en la calle, y no en su casa aplaudiéndole al televisor.
Ya lo dijo Carl Sagan en Cosmos 1999: “Una persona a la que no le guste el fútbol está a años luz de un fanático”. Ergo, dos personas que odien el fútbol están destinadas a hacer el amor, casarse y tener hijos.
Entonces, aprovecho el Mundial, y salgo a la calle a buscar a mi media naranja. A ver si cuando la encuentre puedo dejar de crearle puntos a mi estrategia, y dedicarme a ser yo misma. Claro, siempre puede ser que esté en el medio de ser yo misma y me toque a la puerta mi vecino, me pida –no sé- cascarilla, un poco de azúcar, y de paso me pregunte por qué tengo el televisor apagado, si está jugando Brasil.
-Es que no me gusta el futbol.
-¿Por qué no?
-Por la pelota. No es natural eso de tocarla solo con los pies, como si fuéramos serpientes, o algo así.
-Mi niña, la serpiente fue la que envenenó la cabeza de Eva. Tú piensas demasiado. El fútbol no es para pensar.
Será.
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