Técnicamente hablando, han surgido más de tres generaciones y media de norteamericanos desde 1963, y todavía los nombres de los que planearon el asesinato del mandatario John F. Kennedy y de quienes en Dallas apretaron los gatillos homicidas el 22 de noviembre de aquel año, parece que se mantendrán en el suspenso. Dios sabe hasta cuándo, al decir de un buen cristiano.
Son ya cincuenta y cuatro años de espera para dilucidar uno de los más bárbaros magnicidios de los no pocos ocurridos en la historia norteamericana y cuando, finalmente, un Donald Trump pretendidamente “abierto” libera miles de documentos relacionados con el controvertido tema, el meollo del asunto no aparece por ninguna parte.
En efecto, según las informaciones, no menos de dos mil 81 “informes secretos” están viendo la luz; pero todos se refieren a las investigaciones sobre el caso, evidentemente sesgadas por la comisión oficial creada más de medio siglo atrás, y por los organismos policiales y de inteligencia de la época, no menos complicados en el asunto.
Lo cierto es que hasta que se escriben estas líneas, algunos de los memorandos no hacen otra cosa que reconfirmar los abultados planes terroristas originados en los Estados Unidos por aquellos días contra Cuba y sus dirigentes, y los particulares proyectos de la CIA para crear operaciones y ataques de todo tipo a la Isla y poner en juego provocaciones que facilitaran una agresión contra la Mayor de las Antillas, incluidos atentados dinamiteros en Miami para culpar a “agentes de Castro”.
Mientras, concretamente sobre el magnicidio, se vuelve una y otra vez sobre la figura de Lee Harvey Oswald, el pretendido “lobo solitario” que desde una ventana de la Biblioteca de Dallas, con una “maestría olímpica”, a varios pisos de altura, y con el uso de un fusil de cerrojo, logró hacer blanco más de una vez en la cabeza del presidente que se alejaba sentando en un auto en plena marcha.
Un “molesto” Oswald que apenas sobrevivió horas a su presunta víctima, porque fue baleado impunemente, rodeado por decenas de agentes armados, por el mafioso Jack Ruby, de quien se dijo entonces era un ciudadano “airado ante el crimen” contra la primera figura del país.
No obstante, y lo hacen notar varios reconocidos estudiosos de aquella etapa, y concretamente de los sangrientos acontecimientos de Texas, llama la atención que el poder mediático, al abordar la “liberación” de archivos, haga sospechoso énfasis en la enredada y contradictoria personalidad y comportamiento de Oswal, exmilitar no pocas veces signado como vinculado a los servicios norteamericanos de inteligencia, residente por dos años en la ex Unión Soviética por petición propia, autotitulado marxista, y que en septiembre y octubre de 1963, a días del asesinato de Kennedy reclamaba molesto, en México, visas para viajar a Moscú vía La Habana (ambas le fueron negadas).
¿Será acaso un intento de –aprovechando el paso de los años-recomponer la historieta de la “conjura comunista” contra el jefe de la Casa Blanca?
Lo cierto es que, citando las válidas conjeturas del ex alto oficial cubano del Ministerio del Interior, Fabián Escalante, en reciente artículo sobre esta reverdecida trama, “la idea subyacente en toda la actual algarabía mediática…probablemente no sea otra, que volver a la original acusación contra la Revolución cubana, sobre la responsabilidad del crimen, ahora en un nuevo escenario, en medio de la escalada de agresión norteamericana encabezada por sus medios de comunicación, con calumnias e infamias contra Cuba, con una Administración que ha reducido drásticamente las relaciones políticas y diplomáticas, endurecido el bloqueo y casi anulado los acuerdos migratorios sobre intercambios de viajes, turismo y unificación familiar.”
Y es que, prosigue el reconocido experto cubano, si en más de medio siglo la verdad del magnicidio de Dallas no se conoce “es simplemente por causa del gobierno de los Estados Unidos que no la ha mostrado”…y que, dicho sea de paso, todavía mantiene sepultadas y bajo llave las revelaciones más comprometedoras y espeluznantes sobre el gran complot que sacó del camino a John F. Kennedy.
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