No es nuevo. Más de una vez hemos recordado en este espacio que una de las más preciadas banderas hegemonistas de factura Made in USA es aquella que asegura que “quien controle Eurasia será dueño absoluto del planeta”.
No por gusto Washington promovió hace muchos decenios atrás la anexión de Hawái como base de operaciones gringa de cara hacia el Oriente, alentó el surgimiento de la OTAN y la aceleración de su marcha hacia el Este europeo en nuestros días, y patentó la “guerra infinita contra el terrorismo” luego de los controvertidos atentados del 11 de septiembre de 2001, traducida en el meticuloso desbarajuste de Afganistán, Iraq, Libia y fallidamente en Siria, entre otros oscuros pasajes expansionistas.
No obstante, fue precisamente en la aventura contra Damasco, donde el hasta entonces “dorado esquema militar” se hizo añicos.
El analista galo Thierry Meyssan, en su sitio digital Red Voltaire, afirmó recientemente con toda razón que “la Tercera Guerra Mundial que tuvo lugar en Siria, con la participación de 119 países, terminó con la victoria de Siria, Irán y Rusia y la derrota militar de los 116 países occidentales y aliados de Estados Unidos que se implicaron en ese conflicto”.
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Precisó que “para los vencidos ha llegado el momento de reconocer sus crímenes y de pagar por los daños humanos y materiales que provocaron con sus actos, al menos 400 000 muertos y daños a la infraestructura siria que se elevan a unos 500 000 millones de dólares”.
En efecto, la resistencia del pueblo y el gobierno sirios, y su legítima alianza estratégica con Moscú, Teherán y el Hizbolá libanés, resultaron un muro imbatible para los oponentes, desde las propias fuerzas norteamericanas, hasta los oportunistas embarcados en la operación de desmembramiento, sin obviar los grupos terroristas de una Al Qaeda trasmutada o un rabioso Estado Islámico que fueron utilizados profusamente sobre el terreno por los poderes hegemónicos.
En todo caso, el planificado desmadre sirio se ha convertido en el principio del fin del otrora “relámpago imperial”, con el efecto indeseado (para el agresor) de que el panorama geopolítico regional suma ahora a otros poderosos actores contraproducentes para la Casa Blanca y dispuestos a no ceder, mientras que el ejemplo de resistencia de Damasco levanta renovadas ronchas antigringas en todo el complejo escenario local.
Hoy, para autoridades como las del Iraq ocupado, por ejemplo, se torna inadmisible la prolongación de la impuesta presencia militar foránea en su territorio y, de hecho, se van multiplicando las acciones armadas antiestadounidenses de grupos como las Unidades de Movilización Popular de Iraq (Al-Hashad Al-Shabi, en árabe), que con sus misiles se han convertido en el terror para bases y convoyes castrenses del enemigo.
Por su parte, Damasco y sus aliados coinciden en que la injerencia norteamericana es el gran factor desestabilizador en al área y el obstáculo para el término definitivo de la guerra en Siria.
Una presencia bastarda que ha llegado a la ruindad de robar petróleo e insumos agrícolas al sufrido pueblo sirio en las porciones del territorio nacional donde ilegalmente se ha desplegado, y que insiste en prolongar la existencia de los sediciosos y terroristas que reclutó para derrocar al gobierno legítimo de Damasco.
En todo caso ya están advertidos. Siria, han reiterado sus dirigentes, no cesará su combate hasta la expulsión de los invasores y el ejercicio de la soberanía sobre toda su geografía, incluida la vieja factura pendiente de la retención por Israel de las Alturas del Golán.
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