Donald Trump volvió esta semana a su ciudad, Nueva York donde su familia construyó un imperio inmobiliario que él heredó, y continuó. Ahora visitó la sede de Naciones Unidas para hablar desde ese estrado histórico, de mármol verde donado después de la segunda guerra mundial por Italia: “Ese mármol me molesta y yo lo sustituiría”, dijo entonces.
Sobre la organización también ha opinado: la ONU no es amiga de Estados Unidos, es excesivamente burocrática y derrochadora. En diciembre del año pasado dijo que la ONU era un club para que la gente se reúna, hable y se divierta. Y allí, al lugar que tan poco respeta, ha tenido que ir a representar a su país. El discurso fue cuidadosamente leído y ensayado. En la alocución mostró su diseño de política exterior, o el diseño de su inestable gabinete, cambiante constantemente, de los que empezaron con él, solo se mantiene su yerno.
Si uno toma lo que clasifica como titular en los medios de prensa de Occidente sobre la realidad de nuestra región, llenos de seudoverdades, y construcciones no confirmadas, no fuese necesario escuchar el discurso de Donald Trump. Él viene a reafirmar lo que los medios ofrecen a la opinión pública como una realidad indiscutible.
Mostró la obsesión de los centros de poder con Venezuela. Se hizo eco de todas las inexactitudes un conflicto en el que está en juego la democracia, porque el pueblo eligió a Nicolás Maduro, y a la Asamblea Constituyente, y la voluntad de la mayoría debe ser respetada.
Volvió sobre su eslogan: Estados Unidos primero, que en eso se enfocaría, y la prioridad de cada país debería ser la propia realidad, dijo. Cuando dice Estados Unidos primero, ojalá fuese primero los millones de estadounidenses que viven sin cobertura médica de salud, o los millones que pasan décadas pagando las deudas por haber estudiado en la universidad, o los afroamericanos que viven en comunidades empobrecidas, y son víctimas en la segregada sociedad en la que viven. Ojalá eso fuese a lo que se refiere Trump cuando dice Estados Unidos primero, pero no, se refiere a la supremacía militar, y al enriquecimiento de los ricos, y eso no es una redundancia.
A principios de semana se reunió con Michel Temer, para discutir los problemas de Venezuela, allí donde el presidente Maduro, y su partido han ganado una y otra vez, algo en lo que ni él ni Temer tienen experiencia.
Y como si todo esto fuera poco, tuvo palabras para Cuba. “Un gobierno desestabilizador y corrupto”, dijo. Convido, invito a los asesores del presidente, a esos que le hablan al oído y le escriben los discursos, que ofrezcan hechos que demuestren esos dos adjetivos proferidos a este, el país más estable de América Latina, y en el que la corrupción es insignificante si la comparamos con la que persiste como un cáncer en otras latitudes.
Luego dijo que mientras nuestro país no haga lo que ellos piden no levantarán el bloqueo. Eso lo estamos oyendo hace ya algunos años, escogen la misma batalla que ya perdieron… Casi 60 años de bloqueo, y Cuba sigue siendo la que quiere ser, y no la que diseñan en intrigas palaciegas en la capital estadounidense. No escucha, o no le importa que el bloqueo es un grillete inevitable para la economía cubana, y por tanto, cada una de nuestras vidas, muchas veces sin saberlo, sufren el bloqueo.
Y volvió sobre los condicionamientos, algo que todo el mundo sabe, no funciona en este archipiélago. Trump utilizó 21 veces las palabras soberano o soberanía, pero parece que es capital exclusivo de Estados Unidos. No hay sorpresas, el 16 de junio pasado fue hostil y estuvo mal acompañado, en el Manuel Artime de Miami.
Volver sobre la guerra con Cuba es traicionar a toda la gente, muchas decentes, que en Estados Unidos entienden que pierden más siendo enemigos que vecinos pacíficos. El mundo se preocupa por los ataques terroristas del Estado Islámico, por el cambio climático, por huracanes que golpean el Caribe una y otra vez, por terremotos repetidos cobrando vidas en México. Lo humano, lo trágico, lo verdaderamente importante, no le importa a este hombre. En momentos como estos, en que es lamentable ver en ese estrado donde han pronunciado sus palabras tantas personalidades excepcionales, me acuerdo de muchos, pero de Hugo Chávez, que si hubiese vuelto ante esa Asamblea, hubiese repetido, estuvo el diablo aquí, y huele a azufre todavía…
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