Perder setenta y tantos misiles “modernos, inteligentes y bonitos” en un rato de bombardeos de represalia contra un país, sin dudas no es como para fanfarronear en las redes ni hablar de potencia irrefrenable ni de “nuestras magníficas fuerzas armadas”, por muy poderosas que parezcan. Eso en el estricto terreno bélico.
En materia de hacer política, mientras tanto, resulta sumamente grave, irresponsable y bochornoso, que asido a una retorcida concepción del mundo, el jefe de una potencia ponga en peligro en minutos la estabilidad y hasta la propia existencia del género humano y de su hábitat, tensando al máximo las cuerdas de la hostilidad con provocaciones ilimitadas a naciones con similar poder destructivo.
Pero cosas así las piensan y mandan a ejecutarlas solamente personajes que ostentan cargos oficiales de primera línea, pero que no han sido, no son, ni nunca serán verdaderos estadistas. Porque se supone que por encima de otras muchas cosas, un gobernante con todas las letras debe tener un mínimo de responsabilidad, mesura, reflexión, comprensión de la realidad, conocimiento de los balances de fuerza, respeto por quienes representa y objetividad suficiente para reconocer que a estas alturas el planeta de hoy difícilmente retrocederá a la “primavera” de unilateralismo por la que brevemente transitó luego de la disolución de la Unión Soviética.
Por tanto el “virus de prepotencia y superioridad” que infecta a la Casa Blanca está entre las primeras causales de los recientes ataques misilísticos contra Siria, de manera que los “hostiles” en primera instancia, y el resto del orbe en segunda, asuman que quien manda es los Estados Unidos… y no hay otra cosa que decir ni hacer.
Y es que quienes hoy dirigen la política externa norteamericana suscriben de lleno varios viejos pasajes de los “cerebros negros” de esa tendencia, resumidos en los ya conocidos criterios de “los Estados Unidos primero”, “imponer mi paz con la guerra”, “controlar a Eurasia para dominar el mundo”, o “evitar a toda costa y a todo costo el resurgimiento de renegadas potencias extranjeras”.
Por eso Trump, que un instante habló de retirarse de suelo sirio en medio de uno de sus dislates mentales, insiste pocas horas después en que mantendrá la ocupación ilegal de una porción de esa nación árabe hasta que “Washington alcance sus objetivos”. Léase insistir en la forzosa desintegración de Oriente Medio y apretar la soga a Moscú y Beijing, sus enemigos estratégicos, según sus propias palabras.
Y es que, destruida Siria, perdería Rusia sus actuales corredores en el Mar Mediterráneo y sus fuerzas aéreas importantes avanzadas de cara al extremo sureste de Europa, de manera que el cerco agresivo que hoy baja desde el Báltico hasta Ucrania sería más sensible y peligroso para la seguridad del gigante euroasiático.
El bombardeo de marras, dicen otros analistas, también puede haber perseguido un irresponsable tanteo al Kremlin, Teherán y el Hizbolá libanés, aliados de Damasco en la lucha contra la agresión terrorista, a la vez que una toma de temperatura a escala internacional de las reacciones que se despertarían frente a semejante tipo de aventura.
Y si bien, en su insultante y burdo tono, los Estados Unidos, con la anuencia de sus socios de farra agresiva, Francia y Gran Bretaña, proclamó su “derecho a combatir el uso de armas químicas” a partir del hipócrita papel de “defensor supremo de la raza humana” que se auto atribuye, lo cierto es que el ataque a Siria le ha concitado más críticas, reproches e indignación ajenas que aplausos y alabanzas de sus cabilderos.
Por lo pronto, y ello suma en el contrahecho espacio mental de quienes dirigen hoy los destinos norteamericanos, haber disparado unos tiros (aunque inútiles) y aparentar resolución y extrema fortaleza de carácter, viene muy bien al gusto y la imagen de quienes todavía respiran hondo cuando ven en pantalla a un irreal Supermán paseando sin talanqueras la bandera de las barras y las estrellas alrededor del planeta… que más quisieran…
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