Zigzagueando en la desgastante ruta de no enojar a los extremistas e intentar mostrarse “recto” ante los que le dieron su voto, el gobierno de Joe Biden sigue dándole largas a su reincorporación al pacto nuclear con Irán, del cual Donald Trump retiró a su país de manera unilateral en 2018.
Suscrito por Teherán, los Estados Unidos, Rusia, China y varios fiadores de Europa Occidental, el documento fue tenido en sus días como un trabajo acabado y en perfecto equilibrio por quienes tuvieron a su cargo su confección, discusión y aprobación.
Pero al no tratarse de un acuerdo donde la voluntad supremacista de ciertos sectores gringos tuviese total prevalencia, la administración del magnate inmobiliario tuvo a bien salirse bajo el pretexto de no poder aceptar “tan mal convenio”.
Biden, que en su campaña galopó sobre el caballo de batalla de las críticas al aislacionismo norteamericano a cuenta del revanchismo de Trump frente a toda relación o tratado internacional más o menos apegado a la equidad, dijo a su electorado que volvería al titulado Plan Integral de Acción Conjunta, con vistas a establecer una relación sensata con Teherán… Pero del dicho al hecho hay todavía buen trecho.
La jugada del presidente demócrata ha sido entonces el promover una “tercera vía” que de alguna manera muestre a la recelosa derecha y a un socio tan intenso como el sionismo israelí, que el mandatario en funciones es un hombre que puede ser también tan duro como su predecesor, y a la vez condescendiente con quienes le otorgaron sus boletas.
La fórmula entonces se centra en la revisión de la letra original, largamente elaborada y revisada antes de su firma en 2015, y en pretender añadir cláusulas que atañen a la industria militar iraní y su amplio programa de misiles defensivos, lo que tiene mucho que ver con los intereses y temores de Tel Aviv ante la nación persa y sus avances bélicos.
Por demás, y a pesar de que Teherán esperó todo un año por la reacción de los firmantes eurooccidentales frente al dislate creado por su socio mayor, lo cierto es que entre estos la dubitación y la carencia de firmeza han sido proverbiales.
Y apegado a las propias cláusulas del citado Plan Integral, ha reiniciado Irán el enriquecimiento de uranio en magnitudes más significativas, a la vez que a principios de este agosto anunció la apertura de tres nuevos centros de extracción de ese mineral, dos en las cercanías de la ciudad de Ardakan, y un tercero en Shahid Rezaineyad, también en las inmediaciones de aquella urbe.
Estos yacimientos proveerán uranio para desarrollar el programa pacífico de uso del átomo con el propósito de producir combustible nuclear, generar electricidad y entregar radiofármacos para tratar el cáncer y otras enfermedades que requieren de esta tecnología.
Mientras, y a tono con el posible regreso de los Estados Unidos al pacto atómico con Teherán, acaba de advertir Rusia, uno de sus principales firmantes, que no admitirá alternativas para reformular el Plan Integral de Acción Conjunta, de manera que “toda disquisición sobre iniciar negociaciones desde cero o concluir un nuevo acuerdo es solo una fantasía”.
Lo único que resta, enfatizó el Kremlin, es “reanudar el tratado nuclear original lo antes posible sin excepciones ni apéndices”.
La bola sigue entonces en el campo gringo y de sus maleables segundones.
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