En efecto, apenas en vigor el trabajoso entendimiento con Teherán que limita sus planes relativos al uso pacífico del átomo a cambio de un clima normal en las ofuscadas relaciones bilaterales establecidas por Occidente, la Casa Blanca retoma la norma de sancionar a Irán porque, en palabras de Barack Obama, todavía perviven desavenencias mutuas.
Las nuevas medidas restrictivas apuntan contra varias empresas y personas que, según la Casa Blanca, están vinculadas al desarrollo por los iraníes de misiles de combate destinados al perfeccionamiento de su defensa nacional.
Vale recordar que Irán es víctima del asedio hegemonista y reaccionario desde el mismo triunfo de la revolución islámica que transformó a la nación persa, de servil aliado de los Estados Unidos, en un país independiente y con posiciones radicalmente progresistas, especialmente con relación a la convulsa zona geográfica que conforman Asia Central y el Medio Oriente.
De manera que contra las autoridades de Teherán actúan Washington y sus restantes aliados de la OTAN, gobiernos totalitarios árabes y, desde luego, el sionismo israelí, que considera a Teherán un “peligro mayúsculo” para su seguridad y sus planes agresivos contra las fuerzas progresistas regionales.
El largo episodio de contener los esfuerzos de Irán por el uso pacífico de la energía nuclear ha sido parte intensa de esta hostilidad destinada a no solo afectar al estado islámico en cuestión, sino además a evitar que se convierta en un rival más poderoso para Tel Aviv, y en un ente regional capaz de generar mayores influencias en detrimento de las ínfulas de predominio de regímenes locales como Arabia Saudita.
La resistencia de Teherán y sus avances a pesar del cerco hegemonista externo presionaron, sin dudas, a que los adversarios terminasen por establecer un pacto mutuo que se supone pondría fin al pretendido riesgo de que Irán accediese al arma atómica (aún cuando Israel posee no menos de doscientos artefactos nucleares que nunca se ha dignado siquiera a declarar en público).
Acuerdo, dicho sea de paso, que no ha sido del agrado de los círculos imperiales y absolutistas más viscerales, y que la Casa Blanca ha intentado pasar como una “victoria” propia que coarta la posibilidad de que los iraníes se transformen en potencia atómica.
Y es en ese contexto que retornan los nuevos visos de tirantez, cuyo origen no pocos analistas identifican como la mezcla del interés nunca ausente de controlar y pretender empequeñecer a Irán en el contexto regional y global, a la vez que intentar sosegar en alguna medida las inquietudes de ultraconservadores, sátrapas y sionistas que claman contra todo diálogo con Teherán.
Lo cierto es que, pese a quien pese, y a pesar del clima político adverso que se impuso en su contra por largos años, Irán tiene todas las características y condiciones de una potencia regional capaz de actuar e influir con determinación y fuerza, como ya lo viene haciendo, en una zona estratégica del planeta considerada blanco preferente de los planes expansionistas de quienes aspiran a dictadores globales mediante el dominio sobre recursos naturales y energéticos claves, el reordenamiento territorial injerencista, y el cerco hostil y la destrucción —si les fuese posible— de rivales fronterizos tan “crucialmente peligrosos” como Rusia y China.
En pocas palabras, materializar, en su ruta al trono mundial, el reclamo del ex asesor de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski de que “aquel que controle a Eurasia dominará dos de las tres regiones más productivas y desarrolladas del planeta, por tanto es necesario asegurar que ningún adversario adquiera los medios para sacar a los Estados Unidos de esa zona o debilite su fuerza.”
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