Ciertamente, la gente se desconcierta con aquello de que “ya no hay solución militar en Afganistán”, de algunos generales gringos; “terminar las guerras estúpidas”, de Donald Trump”; o el “nos vamos de a poco” de la nueva administración demócrata.
Y es que las afirmaciones, evasivas, marchas, contramarchas, dichos, silencios, acciones e inacciones, es lo que viene matizando el ya viejo anuncio oficial norteamericano de que, luego de dos décadas de presencia bélica en tierra afgana, cuarenta mil muertos, destrucciones sin fin, y dos mil trescientas bajas fatales entre sus “muchachos”, ha llegado la hora de salirse del infierno impuesto en casa ajena…y como si tal cosa.
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Todo, en un contexto de especulaciones y afirmaciones “sueltas” acerca de que “algo de asistencia militar” gringa todavía quedará en instalaciones muy específicas de Afganistán; el traslado por el US Army a ese país centroasiático de los terroristas del Estado Islámico y Al Qaeda derrotados en Siria; las conversaciones con ciertos gobiernos de la zona para que alojen tropas norteamericanas o bajo su mando luego del repliegue afgano, y el caos interno que parece avizorarse para Kabul con un avance inusitado de los Talibanes en la misma medida en que los invasores extranjeros desalojan sus bases.
De hecho, voceros del Talibán aseguraron hace horas que controlan más del 85 por ciento del territorio nacional, y no pocos se preguntan si no habrá un concierto con Washington para propiciar semejante situación, cuando se sabe que los talibanes fueron los privilegiados por la Casa Blanca decenios atrás para imponerse en la roñosa pugna local que no permitía al consorcio energético gringo UNOCAL desplegar con toda garantía sus tuberías a lo largo del país.
Lo cierto es que, a estas alturas, las inquietudes son mucho más que las felicitaciones, y que suman muy pocos los que conciben que, así como así, los hegemonistas de Washington y sus lerdos aliados en la “atomización de Oriente Medio”, abandonen una plaza estratégica en los planes de cerco y hostilidad contra “enemigos” geográficamente aledaños como Irán, Rusia y China.
Para los afganos la desgracia entonces no parece que tendrá un fin inmediato una vez que quienes la incentivaron y propiciaron sean solo un recuerdo.
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De hecho, el ex presidente local Hamid Karzai, devenido un ácido crítico de la ocupación militar estadounidense, tachó de fallida esa página de ignominia, y precisó que el terrorismo logró aposentarse en Afganistán justo luego de la invasión ordenada por Washington con el pretexto de liquidar a los extremistas.
Añadió en ese sentido que el violento y fanático Estado Islámico surgió “a instancias de la presencia de EE.UU. y la Organización del Tratado del Atlántico Norte en Afganistán en nombre de la lucha contra el terrorismo. Fue bajo esa vigilancia compartida que el EI emergió”, subrayó.
“Los afganos, concluyó, no necesitan de fuerzas extranjeras para salvaguardar su país”. En todo caso –apostilló- “requerimos de buenos vecinos y de saber manejar las diferencias sin el uso de la fuerza y de las armas.”
Solo que el camino a la gloria por lo general está lleno de tropiezos, golpes y desgarraduras, y quien sabe lo que puede venir ahora para un Afganistán que, a no dudarlo, deberá seguir lidiando con las desventuras como pieza de altos quilates en la retorcida geopolítica de un imperio reñido a muerte con la equidad, la sensatez, la lógica y el respeto a los demás.
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