Hace unos días, en irritadas declaraciones públicas, Joey Hood, subsecretario interino de Estado del gobierno Joe Biden, declaró por intermedio de la prensa árabe que los combatientes de la Resistencia iraquí deben dejar de acosar a los efectivos invasores norteamericanos.
“Si nos dejan en paz, nosotros haremos lo mismo con ustedes”, precisó.
El asunto que olvidó ciertamente el señor Hood, es que esos contingentes bélicos no están en Ohio o La Florida, sino en una nación extranjera que fue invadida y derruida muchos años atrás a cuenta de “desaparecer los arsenales de armas de destrucción masiva de Sadam Hussein”, que nadie a estas alturas ha visto jamás. En pocas palabras, son invasores netos… y como invasores son tratados.
Y en tales términos respondieron las fuerzas que desde hace ya un buen tiempo vienen hostilizando con creciente precisión las bases y las caravanas militares agresoras en Iraq, cuyo poder legislativo, vale recordar, aprobó desde enero del pasado año una declaración en la cual se califica de ilegal la presencia militar gringa y se reclama su salida del país.
Así, grupos de la Resistencia manifestaron textualmente que “no dejarán en paz al invasor y permanecerán como una piedra en sus zapatos hasta la liberación de cada pulgada de la patria”, posición refrendada por las andanadas de misiles y obuses que sistemáticamente caen sobre convoyes y cuarteles norteamericanos, incluidas las apertrechadas instalaciones de la titulada Zona Verde de Bagdad.
La deuda del enemigo, aducen las milicias locales, incluye pagar bien caro “por los asesinatos del comandante de la Fuerza Quds del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica de Irán, el teniente general Qasem Soleimani; y del subcomandante de las Unidades de Movilización Popular de Irak, Abu Mahdi Al-Muhandis”, ultimados tiempo atrás por las fuerzas norteamericanas en la capital iraquí.
Según medios de prensa, en los últimos días “los combatientes iraquíes han intensificado los ataques contra las posiciones enemigas, en represalia por un bombardeo estadounidense perpetrado el 28 de junio contra las fuerzas populares en las fronteras con Siria, un suceso que se zanjó con varios muertos en sus filas, además de acabar con la vida de numerosos civiles”.
Pero si complicado se vuelve Iraq para los Estados Unidos, no menos le ocurre a sus avanzadas asentadas ilegalmente en Siria y dedicadas, junto a los titulados grupos rebeldes locales, al saqueo del petróleo y cereales en un país al que sumieron en la guerra y la zozobra desde hace un decenio.
Al igual que en el vecino Iraq, la resistencia popular siria ha intensificado notablemente sus ataques coheteriles contra las posiciones y caravanas estadounidenses, dando cuenta de arsenales y otras instalaciones, así como de vehículos castrenses de diferente tipo.
Las más recientes incursiones tuvieron lugar contra la base que las fuerzas de ocupación tienen en el campo petrolero de Al-Omar, en la provincia de Deir Ezzor, en el este sirio.
Este ataque se produjo tan solo unas horas después de que una base militar de la llamada coalición estadounidense, ubicada en el campo gasífero de Koniko, al este de la ciudad de Deir Ezzor, sufriera el impacto de cuatro misiles.
Los militares gringos desplegados en Deir Ezzor también se las han tenido que ver con incursiones de drones artillados sobre sus refugios.
En pocas palabras, que tanto en Iraq como en Siria la articulación de activas y efectivas fuerzas armadas populares es un hecho tangible e irreversible, lo que obligará más temprano que tarde a que Washington decida si se empantana en una guerra sin fin, o se larga de una vez de donde nunca fue llamado.
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