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domingo, 17 de noviembre de 2024

Salvador Allende aún asusta a la derecha chilena

A 44 años de su muerte, hay quienes desean desaparecer hasta su recuerdo...

Clara Lídice Valenzuela García en Exclusivo 20/09/2017
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Salvador Allende-Aniversario-Muerte
Allende no fue un hombre de guerra sino de diálogo.

Tres años de gobierno, cambios económicos estructurales y la entrega de dignidad al pueblo humilde fueron algunas de las razones para que la oligarquía chilena derrocara al legitimo presidente socialista Salvador Allende. Ahora, 44 años después de su muerte, por su mano, sus detractores aun están asustados por lo que significa su ejemplo.

Si la burguesía de Chile, que siempre quiso parecerse más a Europa que a América Latina, pudiera suprimir del imaginario popular el recuerdo del médico devenido político (lo fue desde su juventud) y lo que significó entre los años de 1970 y 1973 su proceso revolucionario, lo borraría de la faz de la tierra.

Allende no fue un hombre de guerra sino de diálogo, “de muñequeo”, como solía decir, lo que propició su derrocamiento, ya que en su ética la traición no existía, en tanto desaprovechaba las potencialidades de las masas obreras que incluso se reunieron días antes del golpe para ofrecerse como defensores, armas en mano, del proyecto socialista. En una gran concentración donde el pueblo esperaba sus órdenes, el líder los envió a casa para evitar un derramamiento de sangre, que él no alcanzó a ver, pero imaginó cuando las bombas cayeron sobre el Palacio de La Moneda.

A 44 años de la derrota del gobierno que ni siquiera llegó a cumplir su mandato (1970-1974), con un Chile que aun tiene heridas abiertas dejadas por la dictadura del general traidor Augusto Pinochet, la figura del socialista que fue uno de los símbolos de la democracia en la región, todavía causa temor a los dirigentes conservadores que pretenden colocar de nuevo en el sillón presidencial a uno de sus líderes, el de mayor posibilidades Sebastián Piñera.

Nunca podrán los nuevos émulos de los politiqueros de derecha que se aliaron a Estados Unidos para evitar que Allende reprodujera en Chile el ejemplo de la Revolución Cubana olvidar que tienen ante sí un pueblo de resistencia, en especial los jóvenes que ni le conocieron, pero que hoy salen a las calles a reclamar sus derechos y a enfrentar a las hordas de la gendarmería.

En un típico gesto del histerismo que acompaña a los enemigos de Allende, que son los mismos que claman por la caída del gobierno revolucionario de Venezuela, hace pocos días el candidato presidencial ultraconservador del pinochetismo, José Antonio Kast, propuso retirar la estatua de Allende situada cerca del Palacio de La Moneda.

Provocador, a pocos días de que se cumplieran los 44 años del golpe militar orquestado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos, Kast afirmó que suprimir el símbolo que homenajea su memoria “es volver a la verdad y la reconciliación”.

En declaraciones a la prensa, ante el monumento del heroico revolucionario en la Plaza Constitución, el abogado-postulado, acompañado de la llamada “familia militar” de la dictadura, precisó que “Allende es una figura que genera conflicto” y propuso colocar en el lugar a Patricio Aylwin, el primer mandatario electo después de que Washington determinara que Pinochet y su sangriento régimen eran inconvenientes.

Este político santiaguino nacido en 1966 afirmó que, si resultara electo, eliminará todos los homenajes, cuadros y recordatorios del interior de La Moneda y otros edificios públicos de Allende “para no seguir escribiendo la historia solo con la mano izquierda”, como si los miles de chilenos asesinados, desaparecidos o asilados a causa de la dictadura nunca hubiesen existido.

Reconocido homofóbico, padre de nueve hijos que rechaza los anticonceptivos, ya tiene una solicitud en mente: que sean los militares quienes, en su primer día presidencial, si ganara, estén en la calle, y mantenerlos en ellas  por decreto para  “reemplazar a los mil carabineros siempre de guardia para evitar expresiones terroristas”, entendidas estas como las pancartas que portan manifestantes contra la reforma educativa o las mejoras salariales.

Para Kast, Chile no es un país en paz, pero sin mencionar los graves problemas de diverso tipo que enfrenta la nación austral que, al parecer, retornará a los brazos de la derecha.

La admiración por los castrenses de este político que renunció a la Unión Democrática Independiente (UDI) y recolectó las firmas para presentarse por su cuenta como candidato, se solidarizó con los antiguos represores a quienes prometió un nuevo trato ya que, dijo, “están privados de sus derechos humanos elementales”.

Así se pronunció poco después de que el derechista diario El Mercurio, uno de los cómplices del golpe de estado militar contra Allende, publicara que 16 ex comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas y de Orden criticaran que militares y carabineros en retiro “sufren una brecha que los separa de la sociedad” y exigieron “la apertura de nuevos procesos”.

Pero los chilenos de a pie no olvidan lo que sucedió antes y después del 11 de septiembre de 1973 aun cuando la carencia de unidad sea aun el mayor problema de la izquierda en ese país.

Las leyes imperantes en Chile, muchas implantadas por los militares, la forma de gobierno neoliberal, el esquematismo religioso, la homofobia, recuerdan al militarismo y hacen la diferencia con el proceso revolucionario de la Unidad Popular, la alianza de izquierda que llevó a Allende a La Moneda.

Este año, en medio de las criticas de los partidos de derecha por la ley de liberación del aborto en tres causales dictada por la presidenta Michelle Bachelet, el mundo rindió homenaje, una vez más, a quien murió defendiendo sus ideas en el Palacio de La Moneda.

En las redes sociales, donde la frase predilecta fue “no habrá perdón ni olvido”, en el tradicional homenaje en La Moneda con Bachelet al frente, en los mensajes de jefes de estado y de gobierno en su recuerdo, Allende y sus ideas siguen constituyendo un peligro para los derechistas de este mundo.

Valiente, ético, pacífico, revolucionario hasta la médula, quizás pecó de crédulo ante la actitud de quienes decían ser sus aliados, y cuya hipocresía no reconoció o no quiso reconocer. Una valoración que para él pudo ser diferente – y quien sabe si hasta otra sería la historia- si hubiese prestado oídos a quienes como Kast ahora practicaban una política de odio hacia todo lo que representaba, y representa, Salvador Allende.


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Clara Lídice Valenzuela García

Periodista


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