Bajo el estridente y permanente rótulo “No a Putin”, una “decana” analista internacional de cierta cadena europea de televisión, “celebró” por estos días la “inteligente y justa” argumentación del gobierno de Joe Biden y sus subalternos de la OTAN ante las demandas rusas para atajar el inusitado avance de esa entidad bélica al Este.
Pero no fue todo. Con total desdoro, la citada “analista” llegó a propalar a los cuatro vientos lo “decisivo y vital” de la “protección militar gringa” a una presuntamente desvalida Europa Occidental a punto de ser desbordada y devorada por las fauces del “dictador del Kremlin”.
Sin dudas, muy poco favor a la lógica y al decoro de su propio origen, porque objetivamente su cuento está mal, pero muy mal contado.
Cabría peguntarle a tal personaje, y a las retorcidas fuerzas que inspiran semejantes “razonamientos”, dónde dejan las realidades históricas y si estiman como tarados mentales a aquellos a quienes disparan tan torcidos mensajes.
Porque si con decencia hurgamos en antecedentes reales, no se puede obviar ni pasar por alto que, desde su primer mandato, ese propio Vladímir Putin “hosco y turbio” alentó con insistencia, y repetidas veces, la convergencia respetuosa de Rusia, la OTAN y la UE, y que aquel sincero esfuerzo diplomático fue desechado bajo la égida de una política externa norteamericana regida por los extremistas de derecha que llegaron a copar a sus anchas las verdaderas riendas del poder gringo luego de los controvertidos y liosos ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Rusia, por tanto, no debía se amiga. Su “peligrosa” herencia histórica debía desaparecer, y su poder acumulado reducido a polvo.
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Y, contra lo que hoy digan algunos, es totalmente cierto que en pleno ocaso de la URSS, Occidente sí se comprometió con Moscú a no extender la OTAN más allá del suelo germano. Y, por añadidura, y legalmente, esa promesa quedó claramente plasmada en protocolos ulteriores como el de Estambul de 1999, y la Declaración de Astaná de 2010, donde todos los miembros de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa acordaron no reforzar su estabilidad y defensa a cuenta de afectar las de los otros firmantes.
¿Y qué ha hecho la OTAN desde entonces? Bajo la particular bandera de “puertas abiertas” que rige y seguirá rigiendo, según la respuesta gringo-otanista, el mecanismo bélico occidental ha sumado en su ruta al Este a las ex repúblicas soviéticas del Báltico (Estonia, Lituania y Letonia), Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Rumanía, Eslovenia, Croacia y Montenegro (estas tres últimas integrantes de la despedazada Yugoslavia), Albania, Macedonia y Bulgaria.
Y. desde luego, aspira a concretar acuerdos con la Ucrania surgida del golpe derechista, y proseguir su camino hasta el Cáucaso con las miras puestas en Asia Central. Todo, desde luego, para enfrentar a una Rusia “agresora y expansionista” que no puede siquiera desplegar tropas dentro de sus propios predios sin recibir la ojeriza de la selecta “comunidad internacional”.
De manera que cuando realidades así se asumen con justa imparcialidad, los resultados del análisis no pueden concordar con los de Washington y sus escuderos europeos.
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¿Admitiría USA sin siquiera recelos un reguero de militares y armas rusas en el Caribe, Centroamérica, Canadá, o tal vez en unas hipotéticas repúblicas independientes de California o Texas?
¿Aceptaría sin más ni más que se intente negociar su seguridad e integridad con los misiles rusos a cinco minutos de Washington como una realidad establecida e inamovible y la pretensión de no frenar la marcha agresiva?
¿Qué tiene de “diplomática” y simétrica una discusión cuando sus irracionales causales se proyectan como pivotes intocables y vigentes para lo inmediato y lo mediato?
¿Qué de objetivo, sensato y lógico pueden intercambiar el que tiene una pistola en la sien o la horca al cuello, y aquel que aprieta el gatillo o hala la soga?
Dice Washington que Moscú tiene ahora “la pelota en su campo”, cuando en realidad la mañosa bola mal devuelta y mal empaquetada es puro plomo.
Y Rusia podrá hacer gala aún de mucha más paciencia y cordura, pero el dique sigue llenándose y lo peor… lo peor podría estar a la vuelta de la esquina. De hecho, con entero derecho Moscú puede pagar a los agresores con la misma moneda, y nadie podría inculparlo seriamente por violador de las normas globales.
Ya lo dijo quien lo dijo: tanto va el cántaro a la fuente… hasta que se rompe.
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