Vale decir que si bien queda aún mucho que construir, enmendar y enfrentar en materia de lograr un planeta más racional y coherente, lo cierto es que las fuerzas retrógradas ya no pueden dictar sus órdenes y esquemas sin recibir respuestas.
Y la actual sesión de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, ONU, donde Donald Trump, jefe de la primera potencia capitalista, disparó su retórica retorcida e intimidatoria, pone en evidencia precisamente ese cambio que se viene gestando desde hace mucho en el seno de la comunidad global.
Desde luego -vale insistir en aras de la objetividad- todavía quedan cosas que ajustar y sustituir, no pocas fundamentales, en el logro de un espacio internacional equilibrado y justo, pero sin dudas, ante la acelerada y loca inclinación de ciertos poderosos personajes hacia la imposición, la amenaza y el hegemonismo, son muchos los que se deciden a hablar y contradecir a favor de la sensatez, la paz y una realidad más positiva.
Y ciertamente los cismas en ese sentido se proyectaron especialmente justo desde que el presidente norteamericano, en un discurso plagado de inconsecuencias y maniqueísmos, esbozó el planeta explosivo y desigual que su administración considera la “experiencia política, económica y social suprema” que debe constituirse en ruta por la que se encamine la humanidad.
Una vida plagada de violencia, desdén por los demás, chovinismo e irresponsabilidad, donde los pretendidos “pueblos buenos y elegidos” están llamados a imponerse a los presuntos “malos e incapaces”.
En consecuencia, notorios fueron la escasez de aplausos y los rostros severos ante las propuestas del cabeza de la Casa Blanca a la hora de hacerlas públicas, como para dejar definitivamente claro que para gran parte de los presentes en Nueva York no hay cabida ni raciocinio en amenazas como las proferidas contra las naciones que la Casa Blanca considera “desobedientes”, como no hay apoyo al criterio de un mundo unipolar, ni a desestimar las tragedias por la agresión constante e insistente al medio ambiente.
Tampoco existe consenso que valide la impúdicamente declarada injerencia en Venezuela, ni favorable al anuncio insolente de mantener el bloqueo contra Cuba, todo lo cual, se habláramos de gente cuerda y honesta, debería promover una seria reflexión en la Oficina Oval.
Lo cierto es que si Trump y algunos de sus adláteres intentaron hacer de esta sesión de la ONU un pretendido “triunfo político”, pueden recoger sus papeles y darle cualquier uso menos el de dictámenes globales.
Una larga lista de oradores de alto nivel de decenas de naciones, con diferentes credos políticos y filosóficos, y de múltiples entornos culturales, geográficos y étnicos, han dado fe de que, a estas alturas de la era humana, ya no es posible el silencio o la simulación cuando se escuchan semejantes diatribas ensalzadoras de la perpetuidad de los horrores y el agravamiento de peligros que hoy enfrenta nuestra especie y nuestro entorno.
Y es que, si todavía hay quienes quieren hacer porque sí, existen muchos más que no lo van a admitir, aplaudir o dejar pasar sin alzar el dedo acusador y promover y mover cuanto se requiera para evitarlo.
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