Es evidente que, como ya apuntamos en este espacio días atrás, la administración de Joe Biden discurre entre marchas y contramarchas, por aquello de intentar no alebrestar a los extremistas de derecha y a la vez no “desencantar” a quienes le dieron su apoyo porque prometió más flexibilidad que su sucesor Donald Trump.
¿El resultado? Un juego donde apretones y pretendidos gestos menos bruscos intentan un enrevesado “equilibrio” que semeja el pretender unir en un solo frasco el aceite y el vinagre, o poner en amoríos a gatos y perros.
Pero están de por medio promesas electorales claves que no pocos esperan sean saldadas, amén del marcado interés de socavar las filas de los muchos que militan en la violencia y el estallido de las pasiones malsanas, que sirvieron de pivote al ya mencionado expresidente y magnate inmobiliario en sus días de inquilinato en la Casa Blanca.
Y según analistas, como parte de ese complicado juego en busca de estabilizar diferencias y pareceres contrapuestos, está la muy reciente designación como subsecretario de Estado para el hemisferio occidental del norteamericano-hondureño Ricardo Zúñiga, con un aval político trascendente que incluyó el giro que imprimió Barack Obama a los vínculos entre los Estados Unidos y Cuba.
Considerado por sus pares como un diplomático inteligente, capaz, comedido y reservado en sus preferencias partidistas, Zúñiga había sido encargado hace apenas semanas de implementar los “nuevos lazos con América Central”, enunciados en la estrategia oficial sobre el delicado tema de la masiva migración desde esa región hacia territorio norteamericano, y que entre otras cosas implica otorgar “ayudas” a los gobiernos de dicha área para mejorar las condiciones de su gente y contrarrestar sus deseos de marchar al Norte, a cambio de mayor gobernabilidad y menos corrupción internas.
Según consta en su trayectoria, el nuevo subsecretario para el hemisferio occidental es un personaje equidistante de figuras como John Bolton y otros de su calaña, quienes en los días de Trump estuvieron a cargo de los trajines internacionales gringos, por lo que su nombramiento parecería una jugada para dar un rostro un tanto diferente a las políticas norteamericanas con respecto a un sur continental que empieza a recuperar los tintes progresistas que en los últimos años debieron enfrentar retrocesos, golpes y trampas sucias de factura Made in USA y oligárquica.
Vale recordar que, junto a la resistencia de Venezuela, Cuba y Nicaragua —aún demonizados y agredidos bajo el mandato Biden—, las fuerzas populares agitan victorias electorales en Argentina, México, Bolivia y ahora Perú; además de sonadas conmociones sociales en Chile o Colombia, lo que promueve un escenario de renovado cambio de fuerzas en América Latina y el Caribe, manifiesto con especial ahínco por estos días en la solidaridad inamovible con la mayor de las Antillas ante los intentos desestabilizadores del pasado julio, el rechazo redoblado al bloqueo estadounidense a la isla, y el tajante cuestionamiento a la Organización de Estados Americanos, OEA, como escenario realmente representativo de los intereses de nuestros pueblos.
Es de suponer entonces que un diplomático como Zúñiga, que prefirió un cargo en Brasil a mantenerse en Washington bajo el mandato trumpista, esté precisamente relacionado con la variopinta “mano de cartas” que Biden está manejando sobre la mesa en su ingente y complicadísima partida por intentar quedar “bien con todos” y evitar crisis de confianza pública a los tradicionales caciques demócratas de cara a las futuras lides electorales.
No obstante, en un escenario con tales trazas “siempre habrá descontentos”, y, de hecho, personajes y congresistas de la extrema derecha cubanoamericana como Mario Díaz-Balart y Marco Rubio, entre otros, zahirieron el nombramiento de Zúñiga aduciendo, entre otras cosas, que Joe Biden le “sigue fallando” al país, o que recurre a “arquitectos de la política de apaciguamiento de Obama hacia la dictadura cubana”.
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