La martirizada franja de Gaza, el virtual campo de concentración más grande de nuestra época, vuelve a recibir los ataques del régimen sionista aposentado en Tel Aviv como respuesta a la justa demanda de los palestinos de volver a sus tierras ancestrales, de las que han ido siendo desplazados violentamente desde 1948.
La Gran Marcha del Retorno, como denomina la población árabe de Gaza a su actual presencia permanente y masiva junto a la divisoria con el territorio arrebatado por Israel, ya ha costado a sus protagonistas decenas de muertos, cientos de heridos de bala, y cifras similares de intoxicados por las granadas de gas utilizadas por los represores sionistas.
Por añadidura, Tel Aviv no ha dudado en realizar bombardeos aéreos, disparos de obuses, y hasta movilizar a agrupaciones de francotiradores con órdenes precisas de matar a los “intrusos” del otro lado de la frontera, a la vez que insiste en nuevos desplazamientos forzosos de familias palestinas para ampliar las áreas destinadas a los titulados “colonos judíos”.
Un comportamiento y unas brutales metas que no son nuevas ni mucho menos, pero que, desde el punto de vista político, sirven para colocar tras bambalinas la frustración sionista por la derrota de sus socios del Estado Islámico en Siria, los manejos sucios del primer ministro Benjamín Netanyahu puestos a juicio público recientemente, y el reverdecimiento de la resistencia palestina.
Eso por una parte. De la otra, obra a favor de semejante desborde de agresividad el desmedido impulso dado a los sionistas por el gobierno del presidente Donald Trump, quien personalmente ordenó el traslado de la embajada norteamericana en Israel a la disputada ciudad de Al Quds o Jerusalén, a la que la reacción judía proclama como su “eterna y única capital”, por encima de su histórico existir como punto convergente de las grandes religiones monoteístas de nuestro tiempo.
Y no solo Washington ha sido “bondadoso” en ese sentido. La Casa Blanca se ha encargado además de elevar una vez más el monto de su apoyo militar a Tel Aviv (se calcula en unos 4 mil millones de dólares por año), el mayor que los Estados Unidos otorga a cualquier otra nación del planeta, y de demandar de los palestinos que no “desaten actos violentos” contra las políticas represivas sionistas como forma de “contribuir a la paz regional”.
Algo así como no alzarle ni la voz a tu asesino, de manera que te vuele la cabeza de dos balazos y no con una ráfaga de cinco o diez proyectiles.
Un proceder oficial norteamericano que determinó la reciente decisión de la Autoridad Nacional Palestina de desestimar a los Estados Unidos como “mediador imparcial” en el conflicto con Israel, un ya rasgado velo que terminó por caer definitivamente cuando Trump colocó su rostro detrás de semejante ripio.
Sin dudas la reacción internacional contra los nuevos desmanes de Tel Aviv y Washington ha sido importante y sonada, y ha sumado, incluso, a una Unión Europea que ha venido bailando desde hace buen rato al compás de las aspiraciones hegemónicas de los sectores norteamericanos mas reaccionarios.
No obstante, no va a resultar nada extraño que Israel haga nuevamente oídos sordos o tilde de “injustos” los reclamos internacionales en su contra, en tanto la Casa Blanca se aliste, como ya ha hecho cientos de veces, en preparar su veto para toda resolución condenatoria del accionar sionista en el Consejo de Seguridad de la ONU o en cualquier otra “incómoda” instancia global…vivir para ver…
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