El presidente de EE. UU., Donald Trump, desafiando a su propio partido, firmó los documentos para la imposición de un arancel del 25 % sobre las importaciones de acero y un gravamen del 10 % a las de aluminio. Preocupado más por las críticas internas de los halcones de la economía, que por los efectos de las medidas que adopta, recuperó una de sus principales promesas de la campaña electoral y anunció la imposición de esos fuertes aranceles a la importación para proteger la industria americana.
Trump alegó razones de seguridad nacional, algo que la Organización Mundial del Comercio (OMC) permite en su artículo XXI, pero solo para situaciones excepcionales que no encajan a priori y justificó su aprobación por la necesidad de defender el interés nacional de Estados Unidos. Indicó que ambos metales constituyen “los cimientos de nuestra base industrial y de defensa”. Además, señaló que el sector industrial había sido “destruido” por las agresivas prácticas comerciales de otros países que constituyen “un ataque a nuestro país”.
No son buenas noticias para la economía global. Aunque Estados Unidos apenas representa el 2 % del mercado de acero mundial, y su decisión tendría un impacto limitado sobre el PIB, sí eleva muchos escalones el riesgo de una guerra comercial cuyas consecuencias son impredecibles. Pero con todo, el primer impacto del anuncio se juega en el terreno político. Trump ha dejado claro a sus aliados que está dispuesto a sacrificar su relación estratégica por su propia agenda interna.
Durante la campaña presidencial de 2016, el entonces candidato republicano había prometido reconstruir las industrias del acero y del aluminio, algo que le sirvió para ganar apoyos en lugares como Pennsylvania, donde los obreros de este sector optaron por abandonar a los demócratas para dar su voto a los republicanos.
Gobiernos, instituciones, patronales, productores y mercados reaccionaron, sin embargo, con temor a las consecuencias de esas medidas proteccionistas estadounidenses y crecieron las voces para responder “con decisión” a la amenaza. Alertaron que se pondrá en peligro la recuperación económica y se perderán miles de empleos.
China, uno de los países acusados directamente por Washington de ser el “gran responsable” del exceso de acero en los mercados internacionales, advirtió que la política comercial de Trump puede afectar negativamente la recuperación económica mundial. Pero China no es el único país que exporta este material a Estados Unidos, sino uno más de los 110 que lo hacen. Por volumen, el gigante asiático ocupa el puesto 11 en la lista. Por delante figuran Canadá, Japón y Corea del Sur; todos con estrechas y cordiales relaciones con Washington.
Europa reaccionó con fuerza y prepara su respuesta. Los europeos exportan cada año unos 5000 millones de euros (6200 millones de dólares) de acero y 1000 millones de aluminio a Estados Unidos, por lo que las medidas estadounidenses, que la Unión Europea (UE) considera proteccionistas, podrían perjudicarla en unos 2800 millones de euros —3,485 millones de dólares— según la Comisión. Precisaron que semejante medida implicaría represalias sobre determinados productos estadounidenses, que se ha concretado en un listado que incluye el bourbon, los arándanos o la mantequilla de cacahuete.
Tras el anuncio de estas medidas, Trump volvió a amenazar con imponer nuevos aranceles sobre los vehículos procedentes de la UE. Además de complicar el acceso de la industria siderúrgica europea al mercado estadounidense, la subida de los aranceles podría implicar el desvío a Europa de la producción de otros países que ya no encontrarían beneficios en Estados Unidos.
La amenaza de la imposición de aranceles en el acero y el aluminio ha rondado al entorno del gobierno de Donald Trump durante meses. Los retrasos en anunciarla hacían al presidente vulnerable a las críticas de quienes lo acusan de ladrar mucho y morder poco, a pesar de su mensaje de que pondría a “Estados Unidos primero”. Decenas de compañías en industrias, desde el sector automovilístico hasta el de la construcción, han alertado acerca de la pérdida de cientos de miles de empleos y del incremento de los costes para las manufacturas dependientes del acero.
El fantasma de una guerra comercial comenzó a cernirse sobre el mundo después de las medidas proteccionistas anunciadas por Estados Unidos, que pueden desencadenar una guerra comercial de imprevisibles consecuencias. Ese riesgo quedó en evidencia con las violentas reacciones formuladas por la mayoría de las potencias de Europa y Asia, que criticaron la decisión del presidente. Solo dos países se verán excluidos de la aplicación de estos nuevos aranceles: México y Canadá.
Por su parte, el Fondo Monetario Internacional (FMI) ha advertido que dichos aranceles pueden “causar daños no solo fuera de EE. UU., sino también a la economía estadounidense, incluidos sus sectores de fabricación y construcción, que son los principales usuarios de aluminio y acero”.
El proteccionismo del presidente estadounidense no es compartido por toda su administración. Su principal consejero económico, Gary Cohn, dimitió ese mismo día, tras mostrar su inconformidad con la decisión de gravar las importaciones siderúrgicas.
Así de simple, sin más argumentos: América primero, los demás importan poco. Esa es la base del populismo neoliberal del presidente Trump. Complacer al ala más conservadora de su partido y a la base electoral que lo llevó al poder sin importar los impactos en las economías de sus más fieles aliados.
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