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martes, 5 de noviembre de 2024

Más fuego a la vieja hoguera

Es evidente que Riad se inclina por mantener la inestabi-lidad en Oriente Medio y Asia Central en su pugna con Teherán...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 07/01/2016
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En todo esto existen sin dudas trasfondos confesionales: Arabia Saudita es identificada por muchos como una potencia sunni, en tanto Irán exhibe una notoria mayoría chiita.

Pero sin dudas, y más allá de interpretaciones de orden religioso, la causa fundamental de la tirantez entre Riad y Teherán, sobre todo luego del surgimiento de la república islámica en suelo iraní, tiene que ver precisamente con la hostilidad de Occidente, y particularmente de Washington, hacia ese nuevo proyecto, teniendo en cuenta  que la monarquía saudí es una de las principales aliadas de los Estados Unidos en una región de alto valor estratégico para los intereses hegemonistas.

De hecho, Arabia Saudita recibe una cuantiosa ayuda militar norteamericana y sus adquisiciones multimillonarias de equipos bélicos Made in USA han marcado significativos records a lo largo de muchos años, justo como parte de los planes de los círculos expansionistas norteños de fortalecer a sus aliados regionales más incondicionales.

Cabe recordar, por ejemplo, que el movimiento extremista Al Qaeda y su presuntamente extinto líder, Osama Bin Laden (procedente de una poderosa familia asentada en Riad), tienen sus premisas originarias precisamente en Arabia Saudita, ligada tradicionalmente a la política gringa de utilizar a los extremistas islámicos en sus aventuras bélicas en Oriente Medio y Asia Central.

Un proceder que ha tenido riesgosa continuidad con el aupamiento mutuo del terrorista Estado Islámico, entidad armada destinada por sus gestores a eliminar al gobierno legítimo sirio, y que ha devenido en un severo peligro para la estabilidad de ambos espacios geoestratégicos.

Por demás, y en un plano aparentemente más reducido territorialmente, para la monarquía saudí el avance integral de la República Islámica de Irán y su creciente influencia  externa constituyen un obstáculo para sus apetencias de poderío  regional, lo que se traduce en  la disputas y desavenencias bilaterales relativas al ya mencionado conflicto sirio (en el cual Teherán apoya al gobierno de Bashar el Assad), y la guerra desatada por Riad contra Yemen.

Enfrentamiento que –vale insistir- no deja de imbricarse con los intentos de materialización de la estrategia expansionista norteamericana en tan convulsa área geográfica, visión que, a pesar de los recientes acuerdos nucleares con Teherán, sigue considerando a la República Islámica como otro de los “enemigos externos” a abatir.

Con estos antecedentes, no resulta extraña por tanto la reciente decisión de la monarquía saudí de ejecutar al clérigo chiita Nimr Baqr al-Nimr, junto a otras cuarenta y seis personas, acusadas de “complot criminal” durante la primavera árabe de 2011.

Un acto que ha concitado no solo un fuerte rechazo internacional, sino que además provocó que en Teherán grupos de indignados manifestantes, pese a una significativa acción policial, incendiaran la embajada de Arabia Saudita, lo que dio un pretexto a Riad para cortar de inmediato sus vínculos diplomáticos con las autoridades iraníes, añadiendo de esa forma más combustible a la hoguera.

Al final, y como suelen decir algunos analistas, reconocer que intereses se benefician de estas tensiones permite identificar a aquellos que las promueven.

De manera que sabido de antemano el talante de los permanentes impulsores de la agresividad y  la inseguridad y el contenido esencial de sus planes, no resulta errático concluir que los episodios a los que hacemos referencia forman parte del enorme saco de barbaridades que siguen llenando los intereses hegemonistas imperiales y sus viscerales aliados para desvirtuar y manipular las realidades y pretender justificar sus continuos golpes contra aquellos que estiman obstáculos a sus pretensiones de dominio global.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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