Afirman algunos analistas que nada haría más feliz a los sectores reaccionarios que dirigen la política externa norteamericana, que una guerra en la frontera ruso-ucraniana y el surgimiento en esa zona del infierno que estableció la Casa Blanca en Afganistán a fines de la década del setenta del pasado siglo.
Como se recuerda, en aquellas fechas los Estados Unidos apoyaban, en matrimonio con el terrorismo islámico, a los titulados rebeldes contra el gobierno democrático y popular establecido en Kabul.
Y fue justo esa devastadora injerencia la que impulsó a la URSS a enviar contingentes militares a suelo afgano en defensa de las autoridades progresistas y, como tramada consecuencia, se produjo su virtual empantanamiento militar en un conflicto arduo y sangriento en demasía. La trampa tendida por los hegemonistas y sus aliados extremistas funcionó entonces como maquinaria de reloj.
Y a poco más de cuatro décadas de aquel episodio, otra farsa con similar malsano interés se modela ante la frontera occidental de Rusia,
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Hay que indicar que en este caso hay otros elementos a considerar, y entre ellos, no pocas reticencias entre algunos de los aliados norteamericanos, incluido el gobierno ucraniano, como para lanzarse de panza en un conflicto que puede arrasarles virtualmente de la geografía global, aún cuando por el momento se presten a amagar bravuconadas y admitir como válidos no pocos dictados del socio mayor.
No obstante, la lanza gringa sigue intentado horadar los muros y preparar el escenario del desastre, sino hoy, para el futuro.
Por eso todo el aparato mediático gringo y el coro de sus voceros oficiales, insisten en una pretendida ofensiva militar rusa contra las autoridades de Kiev que se hace saltar de fecha en fecha en el imaginario público para justificar movilizaciones de tropas hacia el Este de Europa, y un virtual puente aéreo entre los Estados Unidos y Ucrania para saturarle de armas y embotar las mentes locales ante el pretendido riesgo de una agresión “brutal y masiva” del gigante vecino.
En otro plano, todo el embrollo apunta además a romper por completo los vínculos de simpatía y hermandad que un día existieron entre ucranianos y rusos en el seno de la Unión Soviética, y que se forjaron en crisoles tan heroicos como la derrota del nazismo germano durante la Segunda Guerra Mundial.
Y mientras esta maquinaria siniestra demoniza, aleja y enemista, al menos seis vuelos han llegado a Kíev atiborrados de pertrechos Made in USA para hacer frente a “los demonios rusos”, apenas una pizca de los cuarenta y cinco planificados por el Pentágono para situar en Ucrania 500 toneladas de armas destinadas a la tan acariciada matanza mutua que finalmente facilite el vivaz azuzador proclamarse rey sobre los despojos ajenos.
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De hecho, al compás de la Casa Blanca, y aún cuando por estos días ha insistido en no magnificar peligros inminentes de ataques ideados por Moscú, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, anunció el reclutamiento de cien mil nuevos soldados de fila en un plazo de tres años, de manera de fortalecer la “defensa nacional”.
De manera que la ruta hacia posibles nuevas tensiones mantiene su vigencia como un puntal indispensable para Washington en la tarea de apretar el cerco bélico contra Rusia y de sabotear iniciativas válidas y viables como los acuerdos de Minks de 2014 logrados por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, OSCE, para dar una solución pacífica a los diferendos que desde entonces se originaron en Ucrania luego del golpe derechista ejecutado en Minks a instancias de Occidente, y que motivó la lógica reacción defensiva de la población de origen rusa del Donbas y Crimea.
En consecuencia, nada está por definir aún en el entramado ucraniano, como no sea que la mala voluntad llegada desde el otro lado del Atlántico no cesa en eso de empujar a los demás hacia el abismo.
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