Los acontecimientos de los últimas horas y días en Afganistán no han dejado, y mucho menos ahora mismo, de despertar la suspicacia entre no poca gente que conoce o al menos se interesa por los dislates en aquella nación centro asiática, evidente epicentro de importantes disputas geopolíticas a lo largo de su complicada historia.
Como se sabe, en un acuerdo inconsulto con las autoridades oficiales de Kabul, el egocéntrico expresidente Donald Trump decidió, junto al movimiento de los talibanes, el retiro de las tropas norteamericanas que por veinte años hicieron de las suyas en tan ríspida geografía a nombre de la lucha contra el terrorismo. De hecho, lo ocurrido con tales negociaciones es un paso sospechoso y controvertido porque, habiendo un gobierno nacional constituido y reconocido, el tratado solo implica al grupo armado que en la década de los 90 del pasado siglo Washington privilegió como el destinado a “unificar” el Estado afgano con la asistencia de Al Qaeda y su líder, el presuntamente “malogrado” por comandos gringos Osama bin Laden.
Vale recordar que los talibanes no pudieron en casi cinco años de guerra interna cumplir la encomienda de estabilizar el país según los gustos de los monopolios energéticos estadounidenses parapetados detrás de todo el desbarajuste local, y cuando fueron conminados por la Casa Blanca a un arreglo multilateral mordieron junto con Al Queda la mano de su antiguo amo e impulsor.
Pero dicen que “donde hubo amor cenizas quedan”, y para los observadores más arriesgados parece una verdad sin tapujos que la salida militar de Washington tiene como premeditada y consensuada “solución” la vuelta del extremismo islámico al frente de Afganistán, apuntalada además con la concentración de terroristas del Estado Islámico reubicados apresuradamente en ese país por USA luego de su derrota en Siria.
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¿La miras? Pues generalizar el caos y la zozobra en las inmediaciones de las fronteras de Rusia, China, Irán y otras naciones del área consideradas por los “Estados Fallidos de América” como los grandes oponentes a su pervertido sueño de intentar el control sobre Eurasia, a tono con el viejo axioma imperial de quien se apodere de aquella área “será dueño absoluto del planeta”.
Y no son caprichosas disquisiciones. Resulta que semanas atrás, y en declaraciones a la página web canadiense Global Research, el señor Lawrence Wilkerson, exjefe de personal del secretario de Estado entre 2001 y 2005, el general Colin Powell, aseveró clara y enfáticamente que lo que viene dándose en Afganistán con la pretendida retirada militar norteamericana es solo un cambio en la dirección de la guerra, que ahora apuntará “hacia China, Rusia, Paquistán, Irán, Siria, Irak y el Kurdistán”.
Es, precisó Wilkerson, “una lucha por el crudo, el agua y la energía en general. Por tanto, la presencia de Estados Unidos en Afganistán no va a desaparecer en este momento, sino que se extenderá hasta otro medio siglo... y va a crecer, no va a disminuir”.
Una conclusión que, por cierto, en nada se deslinda de las aseveraciones del ministro ruso de defensa, Serguéi Shoigu, quien concluyó que el movimiento de las tropas estadounidenses hasta ahora desplegadas en Afganistán indica que no se trata de un “acto firme”, sino de un intento de “echar raíces” en la región de Asia Central.
Conocido es además que luego del anuncio de la instrumentación del “plan de paz” de Trump con los talibanes, funcionarios norteamericanos han intentado convencer a naciones fronterizas a Afganistán y a ex repúblicas soviéticas asiáticas para que permitan la presencia de contingentes militares USA en sus respectivos territorios.
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Lo cierto es que después de dos décadas de ocupación en Afganistán, los Estados Unidos y sus aliados solo dejarán en aquel país cientos de miles de muertos, mutilados y desplazados, una destrucción material masiva y la mismas fragmentación y confrontaciones violentas de veinte años atrás, junto a la posible prevalencia de las tendencias terroristas que Washington siempre promovió y alentó.
Y por si las moscas, ya desde el Departamento de Estado se recomendó a sus ciudadanos salir de suelo afgano de inmediato, como quien sabe de antemano que no es precisamente rosas lo que deja tras sus culposas espaldas.
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