Duchos ya en el díscolo y desequilibrado comportamiento del presidente norteamericano, Donald Trump, eran muchos los que anticipadamente daban por hecho lo ocurrido este 13 de octubre.
En efecto, el “chico malcriado” que ocupa la Oficina Oval vuelve a darle la espalda a lo que no le gusta o considera incontrolable y, en consecuencia, ha convertido a los Estados Unidos en el único firmante del titulado Plan Integral de Acción Conjunta sobre el programa iraní de energía nuclear, que lo considera “nefasto” y objeto de burla por las autoridades de Teherán.
En consecuencia, Washington no avala el comportamiento persa con respecto al tratado suscrito en 2015 con el titulado Grupo Cinco más uno, integrado por los Estados Unidos, Reino Unido, Rusia, China y Francia, junto a Alemania, y asumido, además, por el Consejo de Seguridad de la ONU, y ha adelantado que en caso de que no se acate su voluntad, dejará definitivamente ese instrumento legal.
Trump volvió a calificar el Acuerdo como “uno de los peores” jamás negociado por su país, en atención a que “permite que Teherán desarrolle ciertos elementos de su programa atómico”, de manera que concluida la etapa de verificaciones “puede acceder a armas nucleares”, algo que su administración “no está dispuesta a permitir.”
De manera que el presidente ha puesto sus cartas en la mesa, pero no precisamente para jugar con ellas, sino para decirles a los presentes: “o lo tomas, o lo dejas.”
Lo que Donald Trump quizás no esperaba han sido las tajantes reacciones adversas a su decisión, que surgieron de inmediato.
Así, sus aliados europeos que suscribieron el documento de marras, declararon individualmente y de forma conjunta, como para no dejar dudas, que el tratado con Irán se mantiene pese a la reticencia norteamericana, y recordaron que en ocho inspecciones consecutivas hechas al país persa por la Agencia Internacional de Energía Atómica se ha verificado el acatamiento escrupuloso de Teherán a los términos y condiciones del pacto.
“No le corresponde a un solo país terminar el Plan Integral de Acción Conjunta sobre el programa de energía nuclear”, ha declarado enfáticamente la jefa de la Diplomacia de la Unión Europea, Federica Mogherini, como quien le puso la tapa al pomo.
Por su parte Rusia, otro de los firmantes, rechazó la “retórica agresiva” que estuvo presente todo el tiempo en la pretendida “argumentación” de Trump.
Lo cierto es que la actitud oficial norteamericana sigue inclinada a renovar los conflictos, acelerar la tirantez, y caldear hasta lo indecible el escenario internacional, a menos que el resto del orbe acate sin chistar sus criterios, evaluaciones y acciones netamente absolutistas.
Algo, además, deberían considerar los que juegan de esa manera con asuntos tan sensibles y serios: ni el mundo de hoy se parece al pretérito, ni los Estados Unidos es ya el gran mandamás global cuya presencia omnímoda debe asumirse sin chistar.
Y si Washington desea renovar sus diferendos con Irán sobre las mismas bases malsanas y torcidas de siempre, todo indica que no serán muchos los que le sigan en tan absurdo empeño.
En otras palabras, que con o sin el aval norteamericano, todo indica que los restantes integrantes del Acuerdo no van a decretar precisamente la muerte del producto de prolongadas y trabajosas negociaciones, con más razón cuando Irán probadamente cumple, de forma escrupulosa, con sus obligaciones.
De manera que, como parece ser la norma que se viene implementado a partir de los dislates del jerarca inmobiliario devenido jefe de la primera potencia capitalista, el pacto con la nación persa seguirá adelante, como la hará la UNESCO cuando Washington, como declaró públicamente, recoja y se largue de la entidad global dedicada al fomento de la Educación, la Ciencia y la Cultura.
Ya es tiempo de que una mala guayaba no pudra toda la cesta.
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