El dolor aflora cuando se aproxima el 5 de marzo, el día que Hugo Chávez penetró en la inmortalidad en Venezuela, su patria, mientras en Cuba Fidel Castro, el revolucionario al que él llamaba Padre, sabía que había perdido a un ser especial, su hijo político, con quien compartió sueños y concretó ideas, para dejar fundada una nueva era revolucionaria en América Latina y El Caribe.
La admiración de Fidel por aquel Teniente Coronel que el martes 4 de febrero de 1992 dirigió un golpe militar contra el dictador Carlos Andrés Pérez surgió, quizás, después de escuchar que solo era ¨por ahora¨ el fracaso de aquella acción armada, convencido de que volvería y dignificaría a su humilde pueblo, víctima de la ambición de Estados Unidos y las grandes trasnacionales del petroleras.
El militar venezolano, que cumplió prisión y fue amnistiado en 1994, fue invitado ese mismo año a viajar a Cuba por el historiador de La Habana, Eusebio Leal. El propósito era que ofreciera una conferencia magistral en el Aula Magna de la Universidad de La Habana sobre el Movimiento Bolivariano 200, que lideraba. Y él aceptó gustoso, porque el pensamiento político de Fidel ya le era conocido cuando por primera vez pisó tierra cubana, vestido con un tradicional liqui liqui venezolano, de color beige.
En la cárcel de Yare –al igual que hizo el líder cubano cuando lo confinaron a una celda del presidio Modelo, en una islita al Sur de Cuba tras atacar el cuartel Moncada- el Teniente Coronel venezolano dedicó un buen tiempo a la lectura. A sus manos llegaron La Historia me absolverá, la autodefensa de Fidel en el juicio por la acción del Moncada en Santiago de Cuba, y también la extensa entrevista que le concedió al Comandante nicaragüense Tomás Borges, recogida en el libro ¨Un grano de maíz¨.
Lo que no imaginaba el visitante era que al pie de la escalerilla una alfombra roja lo conduciría al abrazo con el hombre que luchó desde su juventud por la Revolución Cubana. El Presidente de uniforme verde olivo lo recibió con honores de Jefe de Estado. No podía creer lo que estaba viviendo en el aeropuerto internacional José Martí, él, un muchacho nacido en las llanuras de Sabaneta, en casa humilde, hijo de padres maestros de nivel primario y uno de seis hermanos.
No se conocían, nunca se habían visto, ni hablado siquiera por teléfono. Para aquel soldado mestizo y delgado, de pelo rapado y una perenne sonrisa, ser acogido de manera tan amistosa, como un antiguo conocido, sobrepasaba cualquier expectativa, pues viajó a La Habana para cumplir su compromiso con Leal y era recibido, empero, por uno de los más prestigiosos políticos mundiales. Con su proverbial sapiencia, Fidel vislumbró en el venezolano al líder mundial en que después se convertiría, un antiimperialista reconocido que defendía la Patria Grande con fuerza y corazón.
En conversación con dos periodistas cubanos, el Comandante venezolano dijo que estaba convencido al salir de Caracas de que no vería a Fidel, ya que su estancia era de apenas dos días. ¨(…) Me imaginaba que el Presidente estaría muy ocupado y me decía a mí mismo:¿por qué Fidel tendría que dedicarme una parte de su precioso tiempo?¨.
Se equivocó Chávez. Fidel lo acogió como a un antiguo conocido, lo abrazó, y lo acompañó durante los días que permaneció en La Habana. Escuchó su conferencia y hablaron durante horas. Pero lo que más sobrecogió al oficial visitante fue la mirada penetrante del Comandante cubano. Atontado por la sorpresa y por la presencia del legendario guerrillero, más tarde recordó su abrazo ¨ y sobre todo su mirada. Nunca voy a olvidar esa mirada que me traspasaba y que veía más allá de mí mismo¨.
Fidel Castro, un visionario, conocedor de los hombres, la vida y la historia, con su experiencia comprendió que Chávez poseía las condiciones humanas y la sagacidad para convertirse en un político de algo rango, humanista, capaz de envolverse en el amor de su pueblo; detectó la valentía en su brazo y en sus principios, su espíritu emancipador, integracionista y unitario.
A partir de aquel abrazo –al que siguieron muchos otros hasta el fallecimiento de Chávez el 5 de marzo de 2013 a causa de un agresivo e invasivo cáncer- aquellos dos hombres nacidos en países diferentes, uno en 1926, el otro en 1954, se unieron junto a otros líderes progresistas de aquella época en el trazado de una nueva geopolítica latinoamericana y caribeña. Eran inseparables y forjaron y fortalecieron la unidad de la región a la que aspiraron Bolívar y José Martí, el Apóstol cubano.
La solidaridad de Cuba con la Revolución Bolivariana se expresó entonces y ahora en el ámbito de las misiones (programas) venezolanas de profunda humanidad, como la Campaña de Alfabetización, la Operación Milagro para atender a pacientes oftalmológicos, las de Deporte y Cultura, la formación en la isla de miles de médicos venezolanos escogidos entre los jóvenes de menos recursos, y la fundación y labor sostenida de la importantísima Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA).
Se identificaron estos dos hombres, y con ellos sus pueblos. Cuando Chávez murió, se dejaron de escuchar las carcajadas de Fidel, que disfrutaba de las bromas de su amigo, -el único ser que públicamente lo trataba con confianza y desenfado-, le decía chistes y lo hacía feliz. Era, decía, el mejor amigo de Cuba.
El líder bolivariano siempre estuvo ahí cuando Fidel sufrió varias enfermedades. Lo visitaba dejando a un lado las dificultades que afectan la dirección de un país tan codiciado por Estados Unidos, hizo de sus tres hijas las nietas del Comandante, y cuando le fue detectado el cáncer en La Habana, se quedó en esa ciudad para ser tratado por los médicos en que depositó su confianza. Tuvo siempre a su lado la presencia de ese hombre extraordinario que le siguió a la tumba tres años después, el 25 de noviembre de 2016, a los 90 años.
No por manida la frase deja de ser cierta. Fidel y Chávez viven juntos en la inmortalidad. Nadie, ni ahora, ni en el futuro por venir, olvidará a los dos Comandantes que, por circunstancias de la vida, convivieron juntos pocos años; los suficientes, sin embargo, para ser recordados siempre por sus pueblos y más allá de las fronteras de sus países. Cada 5 de marzo, y cada 25 de noviembre, los sentimientos de amor de millones de personas en el mundo acompañan a estos dos seres especiales que dejaron valiosos legados políticos y ejemplos de vida a las mujeres y hombres del futuro.
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