Cuando las variopintas manadas africanas marchan miles de kilómetros en busca de pasto y agua en nada les preocupa si pisan las arenas de Namibia, las praderas de Kenia, o los pantanos del río Congo.
Cuando las ballenas van del Ártico a la Antártida y viceversa, para nada les interesan las aguas territoriales o la exclusividad de las zonas económicas marítimas.
Cuando las aves vuelan de polo a polo no se detienen a considerar los espacios aéreos.
Tampoco el asunto fue tema de inquietud o debate entre los padres de la raza humana que, partiendo del titulado Continente Negro, poblaron cada esquina del mundo.
El problema vino cuando el cerebro “que nos distingue de los seres irracionales” empezó a crecer y pensar… o a mal pensar.
Entonces la especie social por excelencia creó cuartones exclusivos, cercenó a capricho la tierra, el mar y el cielo, y estableció las fronteras para convertirse tal vez en una de las más hurañas y constreñidas criaturas de la naturaleza.
Por demás, los generadores de tanta “estructuración” sumaron el despliegue de los prejuicios, alimentaron la altanería, establecieron los mitos de superioridad y designación divina; y, en consecuencia, agredieron, mataron, esclavizaron, ocuparon espacios ajenos, empobrecieron, embrutecieron, expoliaron, y nos llevaron a este mundo de caos que todavía tiene mucho que recorrer para ser tan perfecto y justo como no pocos quieren.
Mientras tanto, y a tono con tan ilógica y criminal herencia, las barcazas atestadas cruzan los mares procelosos, la gente muere a metros de una frontera o sobre ella, los cínicos y desalmados negocian con las almas y los cuerpos, y los grandes emporios asentados sobre el robo milenario estigmatizan y rechazan, pero insisten en ahondar las causales de tan brutal diáspora.
Los noticieros y los sitios digitales están llenos de imágenes espantosas que despiertan en unos indignación, en otros el terror, en terceros curiosidad, y en cuartos indiferencia y hasta insano respiro “porque no llegaron a nuestras costas a perturbar con sus colores, olores, costumbres y pretensiones”.
Sin embargo, el trasfondo queda intencionalmente disimulado o perdido, y algunos deducen que los que vienen lo hacen por puro embullo, por necia aventura, o lo peor, para aprovecharse del “bienestar autóctono” logrado por sociedades “superiores”.
Y si bien el hombre desde sus orígenes ha resultado un neto emigrante (de lo contrario no hubiese dejado jamás su porción originaria en África), lo cierto es que la inclinación a cambiar de espacios en busca de una vida más llevadera, por la acción de eventos amenazantes, o por neta voluntad propia, se ha convertido hoy en uno de los temas más manipulados.
De manera que si ciertamente somos una poderosa civilización tecnológica, para nada estamos libres de las grandes máculas promovidas por percepciones, interpretaciones, intereses e inclinaciones malsanas o erróneas, que han desvirtuado por completo nuestros diferentes escenarios materiales y espirituales.
Y ahora estamos aquí, frente a un planeta saqueado en exceso, dividido en incontables patios, plagado de desconfianzas, temores y riesgos mayúsculos, y donde los peores intereses siguen entronizando daños, prejuicios y visiones malsanas ligadas a sus estrechas conveniencias.
Y la emigración cae dentro de esa materia prima utilizable de manera oportunista y ruin. Así —ya lo decíamos— el odio o la alarma no pocas veces son las respuestas inducidas contra quienes se ven obligados a dejar sus patios nativos para intentar sobrevivir.
En consecuencia, vale reiterarlo, al tiempo que algunos intereses promueven el más agrio rechazo contra aquellos que buscan nuevos horizontes, muy poco se dice de la descarnada violencia y las grandes injusticias y prejuicios instigados y materializados históricamente por esos propios intereses, una manera de propiciar los gigantescos abismos de vida y oportunidades que enfrenta nuestro mundo de hoy. Situación que ahora mismo está empujando con fuerza inusitada a millones de seres humanos a huir de sus raíces en el intento primario de seguir existiendo un poco más.
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