En efecto, para los observadores no ha pasado desapercibido el interés de El Eliseo de establecer un renovado entendimiento con la Mayor de las Antillas, sin dudas no solo una sólida puerta de acceso al resto de América Latina y el Caribe, sino en si misma una nación con la cual la colaboración económica y financiera resulta atractiva, sobre todo luego de la aprobación de nuevas leyes favorecedoras de la inversión extranjera en el Archipiélago.
París ha percibido que otras naciones poderosas como China y Rusia han sabido apreciar esa posición estratégica de Cuba, y evidentemente desea sumarse a una etapa nacional de apertura al mundo que podría estar marcada además por el posible desarrollo de trascendentes vínculos multifacéticos con los cercanos Estados Unidos, si finalmente la potencia del Norte decide poner fin al bloqueo que por más de medio siglo ha impuesto al pueblo cubano, y que–vale subrayarlo- Francia ha rechazado sistemáticamente.
De ahí que Francois Hollande haya desembarcado en La Habana meses atrás en una visita cordial y constructiva, y ahora el presidente cubano reciprocara ese gesto y fuese acogido en París con los máximos honores que otorga la exigente y tradicional diplomacia francesa a un jefe de Estado de otra nación.
Por demás, los resultados de la presencia de Raúl Castro en Francia son notorios. El Eliseo se ha esforzado por enviar un claro mensaje a las restantes naciones de la Unión Europea con relación a una apertura plena hacia la Isla y sus esfuerzos de renovación interna, y en ese sentido no solo ha actuado en el terreno político, sino además favoreció un básico acuerdo financiero entre La Habana y sus acreedores del Viejo Continente integrantes del Club de París, y ha determinado que la deuda cubana con la nación gala se reprograme e incluya como medio de pago las posibles reinversiones en nuestro país.
Se habló además de extender los vínculos culturales, el intercambio educacional y las consultas políticas, en lo que evidencia que existe la voluntad mutua de llevar el entendimiento bilateral a metas mucho más altas y favorables.
Sin dudas, esta actitud oficial francesa puede aportar en mucho a que se disuelvan algunos de los fantasmas que otros mal intencionados sembraron por años en las relaciones de Cuba con las naciones de la Unión Europea, y que se concretaron en la titula e injerencista “posición común” asumida por buena parte del Viejo Continente, y destinada a hacer más severo el aislamiento de La Habana y pretender imponerle modificaciones en su rumbo y su que hacer interno.
Por demás, el gesto francés también remite un ejemplo a aquellos sectores políticos de los Estados Unidos que aún ponen obstáculos a la normalización plena de los vínculos con Cuba, y sueñan con hacerlos abortar o al menos contaminarlos con exigencias y condicionamientos que atentan contra la soberanía y la autodeterminación de uno de sus más cercanos vecinos geográficos.
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