Ciertamente, Pyongyang ha puesto en evidencia que puede anotarse importantes victorias, no solo políticas y diplomáticas, sino también en materia mediática y de imagen.
Lo cierto es que luego de la Cumbre del pasado 27 de abril, la parte Norte de la Península ya no se percibe como el “emporio del mal” que proyectó por decenios la propaganda manejada por los Estados Unidos, ni su líder Kim Jong-un puede seguir siendo tildado de cerril, obtuso, empecinado y obcecadamente agresivo por ese mismo aparato de manipulación.
Logrado el dominio del poderío nuclear y misilístico, una tarea demonizada hasta el cansancio por sus enemigos, las autoridades norcoreanas han dado una muestra fehaciente de interés en la distensión y en la urgencia de fomentar, en la forzosamente contrahecha península, un clima de paz, entendimiento, diálogo y conjuro de todo intento belicista o amenazante.
Sus miras están precisamente en frenar de una vez la hostilidad que Washington ha sembrado en la zona desde 1948 hasta la fecha mediante la división artificial de una nación ajena, una brutal guerra, la saturación del Sur con tropas y sofisticados armamentos, y las constantes maniobras provocadoras a las puertas del paralelo 38.
Para Kim Jong-un, y lo precisó en el encuentro con su par sudcoreano, un intercambio permanente y mutuamente respetuoso con la Casa Blanca puede contribuir decisivamente a que en la Península Coreana sepulte de una vez el riesgoso clima de inseguridad vigente hasta hoy.
Pyongyang ha ido incluso lejos en materia de edificar la confianza mutua, el anunciar que este mayo iniciará el desmantelamiento público y abierto del centro de pruebas nucleares de Punggye-ri, proceso al que estarán invitados representantes sudcoreanos, norteamericanos y periodistas de todo el orbe.
El Norte establece así una importante prueba práctica de su buena voluntad y de su interés de reorientar serios recursos del campo militar hacia el desarrollo económico y social de su pueblo.
Por demás, mantiene la pelota político-diplomática en el terreno de un histórico contrario que se va viendo cada vez más obligado a responder con medidas simétricas a las iniciativas y pasos norcoreanos, o sencillamente mostrarse en toda su dimensión como el gran obstáculo para revertir un peligroso conflicto al que dio origen aferrado a su geopolítica de dominio global y de cerco a Rusia y China como sus más “formidables oponentes.”
De hecho, y a prácticamente a horas del diálogo de este abril que abrió enormes esperanzas de paz, Corea del Sur (sin dudas bajo presión externa) declaró que la presencia de tropas norteamericanas en su territorio no está asociada a arreglo alguno con el Norte, en tanto Washington despachó a Seúl aviones de combate F-22 “Raptor” para dar inicio el cercano 11 de mayo a las maniobras conjuntas denominadas Max Thunder, solo a días del presumible encuentro entre Donald Trump y Kim Jong-un.
¿Acaso se trata de dar curso al pretendido “entendimiento impuesto” del que se jacta la actual administración como parte de sus métodos en política externa?
De todas formas, quienes así persisten en actuar, deben saber que su imagen en nada se favorece y en mucho se desdora cuando al equilibrado y diáfano ofrecimiento del oponente se quiere responder con bravatas, acciones esquivas y poses de guapo de barrio, con más razón cuando en la Península Coreana ya no se trata de hablar con un interlocutor cuya defensa depende de arsenales obsoletos.
De manera que, en puridad, Pyongyang puede revertir el agresivo disfraz mediático que siempre se le endilgó, y confirmar ante todos los ojos del mundo el verdadero rostro altanero, provocador y pendenciero de quienes no reconocen más intereses que los que se desprenden de su sordidez.
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